y la Teoría del conocimiento cartesiana

 

  1. DEL CONTEXTO FILOSÓFICO

 

  1. 1. La fecha de publicación del Discurso del Método puede considerarse el comienzo de la filosofía moderna. Descartes marcó el antes y el después del conocimiento humano. En una época como la actual, el método cartesiano nos resulta tan familiar y básico que incluso parece difícil de asimilar su corta existencia histórica de apenas cuatro siglos. Mas entonces, ¿en qué se fundamentaba el conocimiento pretérito, así antes de Descartes? En la segunda parte del Discurso del método, el interfecto acusa directamente al silogismo como causa que impedía el conocimiento verdadero: “…advertí, con respecto a la lógica, que sus silogismos, y la mayor parte de las demás instrucciones que da, más sirven para explicar a otros las cosas ya sabidas o incluso, como el arte de Lulio, para hablar sin juicio de las que se ignoran que para aprenderlas”.

 

  1. 2. Efectivamente, el sistema de ideas y creencias que había imperado durante siglos, se fundaba en un tipo de razonamiento deductivo, el silogismo, que consistía en extraer una conclusión, destinada a ser la nueva verdad, cabe partir de dos premisas: la mayor, que enuncia un principio general o creencia verdadera; y la contraria o menor, que se refiere a un caso concreto y que se incluye en el principio general. Por ejemplo: “todos los hombres hablan” sería la premisa mayor; “Juan habla”, sería el caso particular o premisa menor; y la deducción que se extrae: “Juan es un hombre”. Con este modo deductivo de conocimiento, se originó una especial concepción del mundo a la que se ha llamado escolástica, con fundamentos basados en los eximios popes del pensamiento oficial, léase Aristóteles y Santo Tomás.

 

  1. 3. En tanto que la Iglesia fue el medio perpetuador de las verdades generales, en tanto de lo que se deducía el conocimiento escolástico y que se alcanzaba con la Fe, los rizomas programáticos quedaban asentados. Cuando ese tipo de conocimiento dogmático no pudo explicar la realidad, bien difusa para los nuevos modernos, las premisas mayores se pusieron en duda. Surge así el pensamiento crítico, y con él las críticas al silogismo como tipo de razonamiento.

 

  1. 4. Estas críticas fundaron dos corrientes de pensamiento que marcaron el comienzo de la modernidad en la filosofía y en la ciencia: el empirismo -suerte de ratificación de lo dado- y el racionalismo -lo mudable reconstruido intelectualmente-. Ambas doctrinas se presentan como caminos con los que alcanzar el conocimiento verdadero de la modernidad.

 

  1. DE LOS CRITERIOS DE VERDAD

 

  1. 1. La primera de esas dos nuevas corrientes, el empirismo, habría de venir de la mano de Francis Bacon, con su obra Novum Organum (1620). Para este filósofo capital, la experiencia sensible era un camino arduo y muy lento, pero que aseguraba la verdad del conocimiento. Su método presupondría una inversión del silogismo aristotélico de raigambre dualista-significativa; era de la premisa menor, o caso particular, de donde había que partir, arrancar el problema, para alcanzar verdades generales.

 

  1. 2. La segunda corriente que surge de la crítica al método silogístico no fue otra que el ya mentado racionalismo, y Descartes no fue otro que su impulsor primero. Para este filósofo y matemático -de asombrosa fealdad fisonómica: “más feo que un demonio”, se dijo-, hay un tipo de conocimiento cuya validez es absoluta. Las matemáticas serían el paradigma de ese tipo de conocimiento verdadero. Pero, ¿qué criterio de verdad es el que sigue el interfecto? Ese criterio es la Razón: “…descubrir la falsedad o incertidumbre de las proposiciones que examinaba, no por débiles conjeturas, sino por razonamientos claros y seguros…[1].

 

  1. 2. 1. En la búsqueda de la verdad no basada en conjeturas, tomó el aludido a las matemáticas como el cimiento firme y sólido sobre el que construir el edificio del conocimiento. El motivo era “la certeza y evidencia de sus razonamientos[2]. Afloraba así la argamasa cimentadora.

 

  1. 2. 2. La evidencia es el criterio último de verdad que sigue Descartes, y todo conocimiento científico se caracteriza por ese criterio. Tal es el peso de la evidencia para Descartes que la propone, presupone y antepone como único criterio de verdad y como primer precepto de su método: “no admitir jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era[3]. Quedaba así inserta en el plano la viga maestra.

 

  1. DEL MÉTODO CARTESIANO

 

  1. 1. Queda claro pues que Descartes busca las verdades de razón y no las de fe o las de los sentidos, aunque ciertos panegiristas desdigan esta lectura. Pero esa búsqueda no es un deambular sin rumbo hasta encontrar la verdad. Tanto Descartes como el propulsor del empirismo, el mentado Francis Bacon, dieron una gran importancia al método para el descubrimiento de la verdad. Así se pronunció Bacon: “El cojo dentro del camino adelanta al corredor fuera de él (…) nuestro método de investigación de las ciencias es tal que no deja mucho lugar a la agudeza y vigor de la inteligencia, sino más bien pone a los talentos e ingenios por igual[4].

 

  1. 2. Descartes mantiene, por su parte, el mismo principio que Bacon, y lo hace patente entre las primeras líneas del Discurso del Método: “No basta, ciertamente, tener buen entendimiento, lo principal es aplicarlo bien (…) y los que caminan lentamente puede llegar mucho más lejos si van siempre por el camino recto, que los que corren, pero se aparten de él. De Perogrullo. Antes de esta obra, Descartes escribió otro opúsculo que, aunque se publicó con posterioridad, respondía al señero nombre de Reglas para la dirección del Espíritu, tan premonitorio. En esta obra se encuentra un estudio muy detallado sobre el método; estudio embrionario. Afirmó que “es mucho más satisfactorio no pensar jamás en buscar la verdad que buscarla sin método[5]. El Discurso del Método supuso una síntesis en cuatro reglas o preceptos[6] del método o camino recto trazado en las Reglas para la dirección del Espíritu. A saber:

 

  1. 2. 1. Primer Precepto: estable el interfecto en primer lugar un criterio a seguir para admitir un conocimiento verdadero: la evidencia. Ya la he mencionado antes, pero ¿en qué consiste? Las dos características de la evidencia son la claridad y la distinción[7]. Lo claro, para el sedente junto a la estufa, es “lo presente y manifiesto en un espíritu atento”. No quiere decir mucho, pero ya es algo. Lo distinto sería “aquello que es tan preciso y diferente de todo lo demás que solo comprende lo que manifiestamente aparece al que lo considera como es debido”. El conocimiento verdadero se presentaría así al espíritu de forma clara e irreprochable, consumada. La evidencia es por lo tanto intuitiva.

 

  1. 2. 1. 1. Un conocimiento claro no tiene razón de ser distinto de uno difuso, pero un conocimiento distinto, necesariamente sí tiene que ser claro. Pondré un ejemplo de lo que entiendo como tales características: para mí, Fulano X, las ideas de Dios y cuerpo son claras, pero mientras la idea de mi cuerpo es además distinta, la idea de Dios no tiene la característica de distinción. Se trataría de una idea clara pero confusa.

 

  1. 2. 1. 2. En este primer precepto dirá el ínclito Cartesius respecto a la evidencia que la precipitación y la prevención deben evitarse. ¿Qué entiende por tales? Precipitación y prevención son conceptos opuestos. La primera sería la aceptación como verdadero: lo que aún no es evidente. Mientras que la prevención sería la negación de la evidencia.

 

  1. 2. 2. Segundo Precepto: Esta segunda regla consiste, literalmente, en “dividir cada una de las dificultades que examinaré en tantas partes como fuese posible y en cuantas requiriese su mejor solución[8]. A este enunciado subyacen las problemáticas categorías de lo simple y lo compuesto.

 

  1. 2. 2. 1. Hay que remitirse a las Reglas para la dirección del Espíritu para una explicación más extensa y clarificadora de este precepto, concretamente las Reglas V, XII y XIII, donde expone lo que entiende por naturalezas simples: estas vendrían a ser aquellos elementos indivisibles que constituyen el límite del conocimiento. Estas naturalezas simples son el último término del análisis y el primer término de la síntesis. Suponen, de este modo, ese conocimiento evidente que se capta por intuición.

 

  1. 2. 3. Tercer Precepto: Más prolijo que el previo, consiste en “conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos[9]. La influencia es reconocible, meramente aristotélica. Esta regla, con todo, está íntimamente relacionada con la anterior, al contener implícitos los conceptos de lo simple y lo compuesto. El conocimiento debe basarse, en último término, en esos elementos simples e intuitivamente captados por su evidencia. La construcción del conocimiento no puede dar saltos. Esa ascensión supone un aumento de la complejidad que no podemos conocer si antes no llegamos a los elementos simples que la componen.

 

  1. 2. 3. 1. Con esta tercera regla podríamos dar por concluido el método de Descartes. Sin embargo, y haciendo gala de su actitud crítica, escéptica, y en cierta manera, desconfiada, propone un último precepto que va a ser una revisión del método seguido.

 

  1. 2. 4. Cuarto Precepto: Hay que estar seguros de que el conocimiento alcanzado, así siguiendo los tres preceptos anteriores, es verdadero. Por eso aconseja el mentado, por último, “hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviera seguro de no omitir nada[10]. Y nuevamente, claro, toma Descartes a las matemáticas como modelo a seguir en la forma de elaborar sus demostraciones.

 

  1. 3. Con el método prescrito en estos cuatro preceptos, encuentra Descartes, por el camino del retroceso, los principios indudables. Como dice Jaspers[11], en este primer camino desnuda la certeza intuitiva. El segundo camino es la deducción a partir de esos claros principios intuitivos. En el Discurso del Método, convierte en su verdadero tema el método, aunque previamente lo ha empleado de forma práctica, tomando conciencia de él. [NOTA BENE: Este “alumbramiento” del método cartesiano se hizo bajo la cubierta de una moral provisional, que también se prescribió.]

 

  1. DE LA MORAL CARTESIANA

 

  1. 1. ¿A cuento de qué necesitó Descartes prescribirse además una “moral provisional” para darnos a conocer su método del conocimiento? Ésta es una cuestión a la que no encuentro solución. Considero bastante relevante el hecho de que Descarte no llegase a elaborar una moral definitiva en ninguna de sus obras posteriores. Ni siquiera retomó el tema. El hecho de “olvidarse” de la moral, a pesar de sugerir su existencia o posibilidad, puede significar algo. Su epitafio me parece una carcajada final dirigida, quizás, a la autoridad moral: “Bien supo vivir quién bien supo esconderse”. No hubo moral definitiva porque no era objeto de conocimiento para Descartes, y por eso buscó guarida en las convenciones y normas sociales, para resguardarse bien hasta el final de sus días de los rigores del invierno, aunque finalmente lo matase el frío. A esa “moral provisional” dedicó la tercera parte del Discurso del Método, y sus máximas son las siguientes:

 

  1. 1. 1. (I): Obediencia a la religión y a las leyes y costumbres del país. Descartes anhelaba ser aceptado, y se impone una obediencia que plantea como una especie de imitación de las conductas más moderadas, no por convicción sino por utilidad.

 

  1. 1. 2. (II): Firmeza en las acciones. Eliminar los remordimientos y el arrepentimiento. Esto es, caminar lentamente por el camino recto.

 

  1. 1. 3. (III): Creer que sólo nuestros pensamientos están en nuestro poder. Se propone eliminar los deseos imposibles, las supersticiones.

 

  1. 1b. El propósito de ésta moral era poder continuar su práctica metódica, su actitud crítica, hasta las últimas consecuencias, despistando a la censura. Pero no fue solo esta moral provisional la única norma que respetó Descartes. Dice de las verdades de Fe “que siempre han sido las primeras en mí creencia[12], y las coloca, junto con su benemérita moral, en un lugar aparte del método: es decir, no las someterá en su proceder metódico, a la prueba de la duda. Y aunque contemplamos el Discurso del Método desde la perspectiva de la Teoría del Conocimiento, quedando por lo tanto la moral al margen de las cuestiones propias de esa rama filosófica, parece una incongruencia que por un lado establezca como primer precepto de su método la evidencia de todo conocimiento, y por otro diga que las verdades de la fe son las primeras en su creencia. Cosas del buen Descartes.

 

Excurso. ¿Fue Descartes un cobarde, un hipócrita enmascarado, como algunos estudiosos de su obra han dicho o pensado simple, llanamente? Porque si no es así, cómo aprehender estas declaraciones. En nuestra modesta y precaria opinión, el método cartesiano no se viene abajo por esta incongruencia, pensamos más bien que es perfectamente coherente por sí mismo, y que considerándolo como un discurso verdadero, se pueden sacar conclusiones más interesantes que empezando a elucubrar si quiso decir, o no, lo que dijo, desdijo e indujo.

 

  1. ANTE LA DUDA METÓDICA (EXCURSO)

 

Dice Karl Jaspers en el segundo capítulo de su obra Descartes y la Filosofía que el peso del filosofar cartesiano parece que “descansa en el método y no en los contenidos; el verdadero tema parece ser el conocer y no el contenido del conocimiento”. ¿Es acertado este punto de vista a pesar de que en el propio Discurso del Método Descartes llega a probar la existencia de ese ser que piensa y la existencia de Dios? De presuponer que Jaspers quiera decir que deban obviarse los contenidos de esta obra cartesiana, nada así lo indicaría. Mas pensaremos que este autor ha caído en la cuenta de que no puede desligarse el método elaborado por Descartes, de contenidos como el de la prueba de la existencia de Dios. Si la filosofía cartesiana descansa en el método, éste lo hace sobre los conceptos y demostraciones de que yo existo en tanto que Dios existe.

Por eso prueba la verdadera existencia del sujeto y de Dios en el mismo Discurso donde se enuncia el método. El sujeto pensante y Dios son las premisas necesarias del conocimiento verdadero. Sin ellas no se podría conocer ni probar la existencia del mundo exterior, no de las cosas materiales. Digamos que, aplicando su método, en primer lugar se debe someter todo conocimiento a la duda. De lo primero que duda el autor es de los sentidos concluyendo que no puede probarse la existencia de las cosas materiales si los sentidos pueden engañarnos. Cierto: Descartes se encierra así en su propia conciencia, pero no puede salir de ella e ir más allá, léase lo material, sin más, sino que para probar la existencia de los objetos materiales, trascendentes al sujeto, necesitará apoyarse en Dios, y es necesario que exista.

El concepto del yo como conciencia y el de Dios no son sino las condiciones de posibilidad del conocimiento objetivo. Por lo tanto, es totalmente acertado que se dé razón de ellos en el Discurso del Método.

Es en la cuarta parte del Discurso del Método donde comienza el interfecto a dudar de los sentidos, por haberle engañado en alguna ocasión previa. Luego duda de si sueña o está despierto: duda de la evidencia de los razonamientos más simples e incluso lo hace de las verdades de razón, como son las geométricas. Con estos planteamientos Descartes cae en la cuenta de que “queriendo pensar […] que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba fuese alguna cosa”. He aquí la primera verdad: Pienso luego soy.

 

  1. ESTADO DE LA CUESTIÓN: COGITO ERGO SUM

 

¿Puede resistir la duda el yo que piensa, luego es? Esta verdad es para Descartes “tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de conmoverla[13]. A pesar de la contundencia del pensador, es preciso señalar que en la primera y segunda de sus Meditaciones metafísicas utiliza, no sin cierta precipitación, el famoso recurso dialéctico del genio maligno, descarada y majadera afrenta contra el entendimiento que, sin embargo, siempre le está engañando. Pero el yo cartesiano supera la prueba “si él me engaña, sin lugar a dudas yo también existo; y engáñeme cuanto pueda, que nunca conseguirá que yo no sea nada mientras piense que soy algo[14]. Parece que aquí aflora la ironía.

El yo, sujeto, o conciencia de sí, es el gran descubrimiento de Descartes, y esto es lo importante, lo que marcó el comienzo de la filosofía idealista. Podemos negar el contenido de un conocimiento, mas no la posibilidad del conocer. Sin embargo, ese ser que soy, todavía no tiene cuerpo: todavía no sé lo que soy, solo sé que soy una cosa verdadera que he alcanzado a conocer por el método de la duda. Para llegar a la existencia del cuerpo, como ya he anticipado, Descartes debe probar primero la existencia de Dios. Aquí es donde se resuelve la cruda problemática cartesiana en todo su alcance metafísico-existencial.

 

  1. LA EXISTENCIA DE DIOS

 

La tradición aristotélica y escolástica había argumentado la existencia de Dios a partir del comienzo del mundo. Sin embargo, Descartes -y he aquí lo absolutamente novedoso en su época- va a invertir el orden: es el conocimiento de Dios lo que permite demostrar la existencia del mundo. Su argumento parte de la necesidad de que el yo, o conciencia, exista como cosa pensante, única y primera verdad establecida. Para poder explicar ese argumento, es preciso saber qué entiende Descartes por idea.

Partiendo de la única verdad que posee, el yo pensante, Descartes examina los propios pensamientos y observa que estos son como imágenes de las cosas. Estos pensamientos, claro, son las ideas; nada nuevo tras Platón. Las ideas tienen una doble realidad: una realidad como acto subjetivo del pensamiento (confirman mi existencia como sujeto); y por otro lado, una realidad objetiva en tanto que la idea represente los objetos. En base a esta realidad objetiva, clasifica las ideas como innatas, adventicias o ficticias. Las primeras parecen haber nacido con el propio sujeto, como por ejemplo la idea de Dios; las segundas son provocadas desde por objetos externos, como son las cosas materiales; y las terceras serían las inventadas por la imaginación, por ejemplo una sirena.

De esta doble consideración de las ideas, como acto objetivo, o como representación objetiva de las cosas, radica el concepto de verdad o falsedad. Lo verdadero sería aquella idea que es algo. La verdad y el ser coincidirían de esta manera. Por el contrario, lo falso equivaldría al no-ser. Las ideas verdaderas de las que yo soy su causa, darían razón de la realidad que hay en mí. Mientras que las ideas falsas se deberían a las imperfecciones que yo tengo. La dificultad que hayamos en distinguir las ideas verdaderas de las falsas, nos hace dudar. Esta facultad de dudar innata de los hombres es una prueba de nuestra imperfección.

De esta manera, si aquellos pensamientos que tenemos acerca de las cosas exteriores fueran verdaderos, esto sería debido a que poseemos alguna perfección, ya que no puede haber mayor perfección en la idea que en su causa (yo). Si, en cambio, esas ideas fueran falsas, darían cuenta de “que estaban en mí por lo defectuoso que yo era[15]. Y puesto que la idea de perfección no puede tener su causa en la imperfección de mí mismo, ésta debía ser verdadera, y por esa razón es necesaria e incuestionable su existencia, porque si yo soy, la causa de mí mismo, necesariamente existe.

Pero ¿qué naturaleza es aquella más perfecta que yo, y que posee todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea? Sin lugar a dudas, sólo puede ser Dios. Para conocer su naturaleza debo considerar la perfección de cuanto en mí hallo, puesto que la causa es necesariamente más perfecta y real que el efecto. Además Dios es una naturaleza simple, por ser más perfecta que lo compuesto, puesto que no podría depender de ninguna otra naturaleza.

Así llega Descartes a argumentar la existencia de Dios en la cuarta parte del Discurso. El resto es de sobra conocido.

 

José Antonio Bielsa Arbiol

 

[1]   El Discurso del Método, 2ª Parte

[2]   Ibíd. 1ª Parte

[3]   Ibíd. 2ª Parte

[4]   BACON, F.: Novum Organum, I, aforismo LXI

[5]   DESCARTES, R.: Reglas para la dirección del Espíritu: Regla IV

[6]   DESCARTES, R. El Discurso del Método, 2ª Parte

[7]   Sobre lo que es claridad y distinción, hay que remitirse a “Los Principios de Filosofía”, de René Descartes, una obra de 1644, posterior al Discurso del Método (1637) y a las Meditaciones (1641)

[8]   El Discurso del Método, 2ª Parte

[9]   Ibíd. 2ª Parte

[10]  Ibíd. 2ª Parte

[11]  JASPERS, K: “Descartes y la Filosofía” (Cap. II.1) Ed. La Plèyade. 1973

[12]   El Discurso del Método, 3ª Parte

[13]   Ibíd, 4ª Parte

[14]   DESCARTES, R: Meditaciones metafísicas, 2ª Meditación

[15]   El Discurso del Método, 4ª Parte

José Antonio Bielsa