de Pietro Lombardo
Es una de las tumbas más hermosas de la escultura italiana del Quattrocento, en la que ya se detecta aparatosa la irrupción del clasicismo pagano como réplica a la gran tradición de la escultura católica. Signo de los tiempos.
Fue obra del genio de Pietro Lombardo, nacido en 1435, muerto ochenta años después. En 1466 comenzó a trabajar en ésta, su obra maestra, y no la terminaría hasta 1481. Quince años de una vida. Pero ¡qué bien invertidos!
Pocas veces una tumba nos ha dicho tanto. Bajo un programa iconográfico de indudable pericia, el arte compositivo de Lombardo aflora por todos y cada uno de los resquicios de esta sublime afirmación de la vida. No cabe la tristeza en estos mármoles. Todo quiere afirmarse, ser.
Sobre el ataúd y lleno de imponente virilidad, el difunto alza la vista al frente, a ese Más Allá indefinido de aromas entre gnósticos y cabalísticos. Abajo, cargando con el pesado ataúd, aparecen tres figuras cuyo obvio simbolismo en modo alguno desentona en medio de este dechado de clasicismo pagano: son las Tres Edades de la vida, el joven, el adulto y el anciano, como síntesis de un recorrido, acaso abrupto, pero no por ello falto de la inefable grandeza de toda aventura, grandeza que el propio ataúd realza por medio de las dos gestas militares que lo ilustran: la captura de la ciudad de Sartari, y una de las conquistas de Chipre, con el momento en que Caterina Cornaro entrega las llaves al dogo Mocenigo.
En el centro, un texto: Ex hostium manubis (“a costa de los enemigos”); bien da a conocer sin medias tintas que la tumba fue pagada con el botín de los vencidos. Centrando el cuadro, afirmándolo todavía aún más, en las hornacinas laterales de la tumba, aparecen unos pajes, figuras fronterizas, escrutadoras, elementales.
En el basamento aparece el elogio fúnebre del difunto, panoplias militares, espadas, todo un cántico a la guerra, a la vida como campo de batalla en la que vivir, luchar y morir por una causa de orden superior son un todo.
Como coda a todo esto, en los laterales, sendos trabajos del héroe Hércules: derrotando al león de Nemea, y cortando la cabeza a la Hidra de Lerna. Y arriba, cerca del Cielo, esto es en el ático del monumento, las tres Marías ante el sepulcro vacío del Divino Redentor del género humano, JesuCristo…
Paganismo en grandes dosis y, en efecto, una cucharada de Catolicismo en la zona más decisiva del conjunto.
José Antonio Bielsa Arbiol