Por el Prof. Javier Barraycoa

 

De lo políticamente correcto al eufemismo sistemático

La extensión de lo políticamente correcto se ha convertido en una demencial ocultación de la realidad a través del lenguaje eufemístico. En el argot empresarial se inventó la “retirada de valores” para designar el hundimiento de la bolsa en 1987 o el de “redimensión empresarial” para designar los despidos masivos. Una cuidada utilización del lenguaje puede llegar a configurar una interpretación de la realidad al servicio del optimismo ideológico dominante. Por ejemplo, los economistas nos hablan de “crecimiento negativo” o del “crecimiento cero”. Con ello se transmite la idea que la economía siempre crece, aunque a veces de forma negativa. También es frecuente el discurso sobre el “comportamiento de los precios”, para significar que nadie es responsable de la inflación, salvo los precios que se comportan inadecuadamente; o sobre la “flexibilidad de plantillas”, para designar un despido barato. En el ámbito militar, la guerra del Golfo sirvió para acuñar expresiones eufemísticas que se han hecho famosas: “atender un objetivo” para ocultar un bombardeo masivo; “daños colaterales” para designar a víctimas civiles; “salidas” para designar los bombardeos de la aviación; “segundas visitas” para los segundos ataques. En cambio, las fuerzas iraquíes realizaban “bombardeos” y causaban “muertos”.

En las democracias occidentales hemos visto desaparecer los “carceleros” para ser sustituidos por “funcionarios de prisiones”; los “espías” por el “servicio de información”; los caseros por “propietarios de renta inmobiliaria”; los porteros por “empleados de fincas urbanas”; los basureros por “especialistas en tratamiento de residuos sólidos”; los casinos de los pueblos por “Centros rurales polivalentes” y las chabolas –como señalaba un concejal del ayuntamiento de Madrid- por “módulos horizontales de tipología especial”. La utilización sistemática del eufemismo ha conseguido que nuestra sociedad democrática sea visionada como una sociedad en las que ya no existen profesiones “oscuras” como carceleros, porteros, caseros o basureros. Todo es democráticamente higiénico y sin discriminaciones. Incluso han desaparecido las prostitutas para ser sustituidas por “masajistas”, aunque ello haya obligado a las masajistas a denominarse fisioterapeutas y a los fisioterapeutas –escandalizados- a cambiar su nombre por el de “digitopuntores”.

Si bien las diferencias profesionales son transformadas sutilmente con el cambio de su denominación, parecería imposible intentar disimular realidades más patentes como la muerte. Pero la corrección política puede con todo. Se ha convertido en un “pecado” políticamente incorrecto afirmar la existencia de la muerte. En los libros de estilo de diversos medios de comunicación se prohíbe informar sobre los suicidios siempre y cuando no vayan acompañados de otro fallecimiento (por ejemplo, si mata a un familiar antes de suicidarse). La palabra “enfermedad” se transforma en “patología”; la “angustia de la muerte” se transforma en “dolor terminal”; un accidente mortal era descrito por un periodista como “lesiones incompatibles con la vida”. La eutanasia se confunde con el “derecho a la decisión final” o el aborto por “Interrupción voluntaria del embarazo” o, para no dar tantas pistas, por “IVE”. Al fallecer copito de nieve, el famoso gorila albino del zoo barcelonés, ningún periodista se atrevió a utilizar la expresión “ha muerto”.  En muchos telediarios se nos informaba que “nos ha dejado” o “ya no está entre nosotros”. Se trataba de que los niños, especialmente proclives a atender a esta información, no quedaran “traumatizados”.

 

Javier Barraycoa