En 1971, Greenpeace era uno más de los muchos y pequeños grupos ecologistas que pululaban por el mundo. Los primeros activistas de la organización tenían fama de consultar regularmente el tarot, el I Ching y las antiguas tablas aztecas. Por aquel entonces se denominaba con el poco comercial nombre de Don´t Make a Wave Comitte (Comité No Hagas una Ola), con motivo de las pruebas atómicas realizadas por Estados Unidos en Amchitka. A finales de los 70 el grupúsculo cambió de imagen y denominación. Se buscó un nombre sonoro que reuniera el espíritu ecológico (green) y el pacifismo (peace). Hoy, 30 años después, Greenpeace se ha convertido en una auténtica “multinacional ecológica” que factura más de 160 millones de dólares al año. ¿Qué ha mediado para esta espectacular transformación? ¿Qué se esconde tras el más carismático de los grupos ecologistas? El éxito de la organización no ha estado exento de polémicas, aunque rara vez éstas han llegado al gran público. Hoy por hoy, la organización sigue contando con el beneplácito de la mayoría de medios de comunicación que no sólo muestran su cara más amable, sino que, además, contribuyen a su promoción a través de los telediarios y la prensa.
Fundadores y promotores.
Paul Watson fue uno de los fundadores de Greenpeace que abandonó la organización a finales de los 70 para fundar otro grupo ecologista rival: Sea Shepherds Society (Sociedad de los pastores del mar). En una ocasión, preguntado sobre el éxito de Greenpeace, se lo atribuía al que era por entonces su Presidente: David McTaggart. Sin lugar a dudas este personaje -fallecido en 2001- fue uno de los responsables del impresionante despegue del grupo ecologista. En 1989 se publicaba La historia de Greenpeace conteniendo la versión «oficial» de la organización. En ella, se presenta a David McTaggart como un exitoso hombre de negocios inmobiliarios que «vio la luz» y, dejando sus asuntos mundanos, decidió volcar sus energías en salvar la Tierra.
La realidad es otra bien diferente. McTaggart, antes de llegar a Greenpeace, se dedicó a especulaciones inmobiliarias y a los más variados fraudes. En 1975 quebraba un proyecto inmobiliario que había impulsado, en Bear Valley (California), siendo acusado de fraude. Poco después estafó en otro proyecto inmobiliario, esta vez en Aspen, conocido como Aspen International Properties, Inc, que le llevó a desaparecer del mapa. En su “fuga” contactó con Greenpeace, gracias a un anuncio en la prensa de Aukland (Nueva Zelanda) por el que la organización estaba buscando voluntarios. Uno de los co-fundadores de Greenpeace, E. Bennett Metcalfe, decidió contar con él para detener una prueba nuclear francesa en el atolón de Mururoa. La organización envió fondos a McTaggart para que fletara un barco y lo llevara a Nueva Zelanda. Pero al llegar, ni siquiera dio cuentas de los gastos. Además, la policía de Aukland le detuvo junto al barco por tráfico de relojes suizos. Había que aprovechar el viaje. Esta fue su «entrada gloriosa» en la organización ecologista y que estuvo a punto de costarle la expulsión nada más llegar. Sin embargo, contra todo pronóstico, se hizo con el liderazgo de la organización. Para ello ayudó mucho la paliza que le propinaron los agentes secretos franceses al intentar impedir la prueba nuclear de Mururoa. McTaggart, gracias a la providencial paliza, se convirtió en un mediático “mártir en vida”.
En 1980, McTaggart se hacía con la presidencia de Greenpeace Internacional. Antes, junto con sus partidarios europeos y norteamericanos, hubo de litigar contra el verdadero fundador de Greenpeace, Patrick Moore, de origen canadiense, por obtener el derecho legal a usar el nombre de la organización. Tras una larga batalla legal, pudo imponer su presidencia internacional sobre el resto de organizaciones -o filiales- de Greenpeace diseminadas por todo el mundo. En 1991 David McTaggart abandonaba la presidencia de la organización, justo en el momento en que la prensa alemana empezaba a desvelar cómo las recaudaciones del grupo ecologista en Alemania se desviaban ilegalmente a cuentas suizas. Aunque Greenpeace declaraba que McTaggart ganaba 60.000 dólares al año, sus posesiones por todo el mundo (incluyendo fincas en la Toscana) no se correspondían ni mucho menos a su sueldo. La polémica presidencia de McTaggart no impidió que la organización alcanzara resonancia mundial y gozara de un prestigio como pocas organizaciones ecologistas han conseguido.