El pasado viernes 3 de abril se publicaba en El Periódico de Cataluña una carta firmada por Susana Morales, en la que bajo el título MI PADRE NO TIENE POR QUÉ ESCUCHAR QUE SU VIDA NO MERECE LA PENA, se nos hacía pensar a qué extremos de abyección y depravación moral estamos llegando como sociedad: “Mi padre ha trabajado toda su vida, ha cotizado, paga sus impuestos, y todo ¿para qué? Para que en un momento crítico como es este tenga que escuchar que su vida no merece la pena. Aunque en realidad no sé si lo sabe, no sé si sabe todo esto, ya que él no ve la televisión y, a no ser que se lo haya dicho alguno de sus hermanos, mayores de 80 años, por cierto, en una conversación por teléfono, yo desde luego no voy a decírselo. Pero el dolor que habéis causado es enorme. Y esto no se va a olvidar. Solo espero que todo esto pase, antes o después, pero que pase. Que mi padre no enferme. Y que los culpables de que nuestra sanidad pública esté así, paguen. Y que la gente se dé cuenta de lo importante que son las personas y los servicios que están ahora funcionando para que podamos superar esta crisis. A todos ellos: gracias. A los políticos: recordad que estáis al servicio del pueblo, no al contrario”.

Al día siguiente, sábado 4 de abril, por si hubiera alguna duda al respecto, en un protocolo dirigido al Servicio de Emergencias Médicas, la Consejería de Salud de la Generalitat de Cataluña, sugiere “no hacer referencia a que no hay camas para todos como motivo para denegar las curas intensivas” y explicar que “la muerte en casa, en estos momentos, es la mejor opción”, con cuidados paliativos. La guía desaconseja usar ventilación mecánica invasiva para mayores de 80 años y las personas dependientes o con dolencias avanzadas. El documento añade que “la edad es un criterio importante” para racionar la terapia más contundente. Por otra parte, postula que “el objetivo es salvar el número máximo de años de vida en los pacientes con posibilidades máximas de supervivencia”.

Pido disculpas por reproducir ahora las declaraciones del supremacista catalanista y gay, es decir, supremacista en ambos sentidos, Xavier Boada Vila, del pasado mes de marzo: “El coronavirus no solo mata viejos, los jóvenes que mata lo hace porque los viejos ocupan las UCIs, llenan los hospitales, colapsan urgencias y muchos están jodidos por el egoísmo de los ancianos. Viejos y egoístas. Llenando hospitales por coronavirus, exigiendo atención de primera, ocupando camas que podrían salvar jóvenes sabiendo que ellos ya no aportarán nada a la sociedad. Lo pagaremos muy caro eso de colapsar las UCIs con ancianos con coronavirus, a esas edades se les debe cuidar pero si mueren será por la edad y que sean ellos mismos conscientes que deben dejar espacio libre a los jóvenes. Esos ancianos que van aterrorizados a colapsar las urgencias porque tienen coronavirus, egoístas que saben que tienen pocos días de vida, que saben que pronto morirán pero que para ellos es más importante su vida que la de mil jóvenes”.

Creo que con esto basta por ahora de inmundicia, y no me atrevo a reproducir todas las injurias que proferían no ha mucho los podemitas y sus confluencias al ver que entre ciertos segmentos de población no tenían tanto éxito sus soflamas de cara a las elecciones como entre los jovencitos, hasta el punto de plantear con toda seriedad la rebaja de la edad de voto a los 16 años. Al fin y al cabo ya que se puede trabajar, también se podrá votar, ¿no? El caso es que las limitaciones clásicas a la capacidad de obrar de los menores de edad se siguen manteniendo, al menos de momento, para prácticamente todos los demás contratos de cierta entidad (préstamos, hipotecas, compraventa de inmuebles, donaciones,…). En fin, como ahora gobiernan estos señores, supongo que podrán hacer y cambiar lo que quieran. Esperemos, por el bien de todos, que lo piensen bien, porque nos va el resto de nuestras vidas en paz y libertad en ello.

En fin, lo que peor se lleva es eso de que “no aportarán nada a la sociedad”. Me gustaría saber qué es lo que están aportando toda esta recua de líderes y lideresas populares, sin oficio ni beneficio conocido, cuya única experiencia laboral, si es que puede llamarse así, es la de comentarista o tertuliano, o experto en políticas de apoyo al género n + 1. que ahora se han aupado, en sociedad de bombos mutuos, a ciertos cargos públicos, bastante bien remunerados, por cierto, y que, de acuerdo con su nuevo status, gozan de una magnífica y exclusiva asistencia privada sanitaria con plena cobertura pública a cargo de todos los que trabajan de verdad en este país.

Javier Amo Prieto