Iconos feministas, vidas desgraciadas

 

En el Congreso Mujer y Realidad, celebrado en Bilbao en 1988, una feminista sueca declaraba que: “el mayor problema de la identidad femenina, de la construcción de su yo por parte de la mujer, es la ausencia de modelo. No hay una representación de lo femenino en la sociedad”. La cuestión no es baladí. Si como argumentan muchas teorías feministas, lo femenino es esencialmente cultural, ¿cuál es el modelo a seguir una vez liberadas de la “opresión cultural”? Entre los iconos feministas no es difícil encontrar mujeres fascinantes cuyas biografías aún sorprenden. Estas mujeres han sido referentes para miles de mujeres, pero en el trasfondo de esas existencias subyace un tono trágico. La ansiada liberación parece que les condujo a su propia destrucción.

Entre las figuras del feminismo español, sorprende la figura de Hildegart Rodríguez. Fue una famosa joven socialista, admiración de los revolucionarios con quienes militó y de los miembros del Partido Federal. Colaboró asiduamente con el periódico revolucionario El Planeta, desde donde defendió apasionadamente la liberación de la mujer. Sin embargo, no pudo liberarse de la personalidad posesiva de su madre, una auténtica revolucionaria visionaria. La madre era hija de burgueses gallegos que, habiendo leído a todos los socialistas utópicos, quiso engendrar y educar una “Nueva Eva”. Su obsesión fue tener una hija que fuera a su vez la madre de una nueva civilización. Para ello sedujo a un sacerdote y quedó embarazada de Hildegart. La madre siempre creyó que su hija estaba predestinada a redimir a la humanidad. Por ello le privó de su amor platónico, un joven socialista, haciendo naufragar su relación. Ante el temor delirante de una “conspiración mundial” para arrebatarle a su hija, la asesinó de cuatro tiros en la cabeza.

Alma Mahler es considerada como el prototipo de mujer inspiradora del genio creativo por su matrimonio con Gustav Mahler. Pero ese matrimonio fue una tortura. Alma engañó sucesivamente a su marido con el famoso arquitecto Walter Cropius. También le engañó con el pintor expresionista Oskar Kokoschka, seis años más joven. Con él se casaría más tarde y, posteriormente, abandonaría por otro hombre. Kokoschka enloqueció e hizo una muñeca con los rasgos de Alma. Atormentado, convivió con el monigote largo tiempo para después degollarlo. En una larga búsqueda del amor de su vida, Alma se casó con el pianista Franz Werfel, esta vez diez años más joven que ella. Lo que no se suele reconocer en la biografía de Alma son sus ideas filonazis y eso que los nazis fusilaron a su hermana, una loca depresiva. Alma, a los 30 años, ya se bebía cada día una botella de licor Benedictine.

Muchas veces las vidas exóticas de algunas mujeres han sido tomadas como referentes rupturistas. Sin lugar a dudas una de ellas fue Isabelle Eberhardt. Su mérito consiste en que vestida de hombre a los 20 años marchó al Magreb, convirtiéndose al Islam y luchando por la independencia de Argelia. Había nacido en Suiza proveniente de una desgraciada familia rusa. Cuidada junto a sus hermanos por su tutor ruso, tuvo que presenciar el suicidio de un hermano y los abusos del tutor a una hermana. Lo que se calla de su biografía es que a pesar de haber participado en el movimiento independentista, también estuvo asalariada -como espía- del ejército imperial francés. Aunque vivía “ecológicamente” en una cabaña, frecuentaba los burdeles de las poblaciones cercanas travestida de chico. Su pasión era el vouyerismo. También se la conoce por una desenfrenada promiscuidad sexual. Cuando murió por culpa de unas inundaciones, a los 27 años, padecía una terrible sífilis.

Un icono indiscutible del feminismo es George Sand. A ella se debe aquella frase: “La mujer no existe. Sólo hay mujeres cuyo tipo varían al infinito”. Proveniente de una aristocrática y arruinada familia, se casó con un joven y borracho Barón, al que abandonó al quedarse embarazada de un amante. Marchó a París donde vestida como un hombre, esencialmente para no gastar, frecuentaba los cafés y las tertulias nocturnas de política y arte. Se conviritó en un mito al participar en las revoluciones de 1830 y 1848. Su vida amorosa fue extensísima y era el cotilleo de todo París. A los 34 años conoció a Chopin, seis años más joven que ella, con quien casi estabilizó su hasta entonces agitada vida sentimental. Sin embargo, Chopin se enamoró de la hija de un amante de George Sand y se fugó con ella. George Sand, a los 45 años, convivía con el amigo de un hijo, que tenía por entonces 32 años. A los 63 años, aún mantenía relaciones sexuales con un jovencito amante y a los 72 moría padeciendo grandes dolores de una obstrucción intestinal.

Un caso emblemático es el de Laura Riding. Esta poetisa norteamericana fue la musa inspiradora del inglés Robert Graves, autor de Yo Claudio, cuando estaba casado con Nancy, una pintora izquierdista y feminista con cuatro hijos. Laura Riding a los 24 años se había divorciado de su marido y sin conocer, sólo por carta, a Graves se presentó en su casa de Inglaterra. Al poco, se desató el libertinaje sexual entre los tres. Laura bautizó este menage-a-trois con el nombre de la Trinidad o Círculo Sagrado. No siendo suficiente, sedujo al poeta irlandés Geoffrey Fibbis y a su mujer. Juntos formaron un quinteto de donde surgieron las más estrafalarias combinaciones de parejas y tríos. En este grupo, dirigido por Laura, se dieron intentos de suicidio y delirios colectivos. Laura, enloquecida, llegó a creerse una diosa inmortal y redactó el Primer Protocolo. El escrito, considerado una de la biblias del feminismo, anuncia el final del mundo y su salvación por las mujeres.

Por último, se nos haría difícil entender el auge del feminismo sin la figura de Simone de Beauvoir autora de El segundo sexo. Fue la famosa compañera de Sartre y mito indiscutible de la generación del 68. La escabrosidad sexual siempre acompañó a esta pareja que formaron múltiples tríos amorosos con sus alumnos de apenas 18 años, a los que pagaban sus alquileres, las facturas del médico u otros gastos. Simone de Beauvoir se declaró siempre bisexual y mantuvo relaciones con hombres más jóvenes. Recientemente, la publicación de la correspondencia entre Sartre y Beauvoir ha conmocionado a muchos de los que la adoraban. En sus misivas, ambos amantes, se comentaban todas sus conquistas utilizando un lenguaje rastrero y humillante para con aquellos jóvenes. Igualmente se ayudaban a desechar sus víctimas sexuales -”amores contingentes” les llamaban- en viles conspiraciones sentimentales. Simone desde su juventud siempre fue aficionada a las anfetaminas y al alcohol. Al morir sufría una terrible cirrosis.

Javier Barraycoa