De la mística feminista al caos teórico
Con el título de La mística del feminismo, Betty Friedman intentaba sintetizar, allá por los 70, la historia del feminismo. Superadas ciertas categorías marxistas, el feminismo intentaba encontrar su lugar político. Pero el intento de construir una teoría coherente choca con la realidad. La pluralidad de movimientos y teorías feministas sumergen este movimiento en un caos de ideas. Aunque parezca mentira el feminismo tuvo antes su valuarte en los políticos liberales que en los marxistas. La obra de John Stuart Mill Sobre la esclavitud de las mujeres (1869) marcó un hito en la reivindicación política de lo femenino. Por contra, el feminismo socialista fue tardío, complejo y estuvo dividido. En líneas generales podemos considerar que relegó el problema de la “mujer” para después de la revolución socialista.
Mientras se publicaba el manifiesto comunista en 1848, al otro lado del Atlántico, en Nueva York, se proclamaba la declaración de Seneca Falls. En una capilla metodista unas mujeres, imitando el estilo de la Declaración de Independencia, clamaron por el derecho del voto para las mujeres. También es verdad que, junto al derecho al voto, apuntaron las reformas morales que necesitaba la sociedad en consonancia con su fe protestante. En el movimiento sufragista militaron principalmente aquellas mujeres que habían luchado por la abolición de la esclavitud. La lucha política era expresión de su fe religiosa, en la que se destacaron movimientos protestantes como los Unitarios o los Cuáqueros. Estos movimientos consiguieron mucho más por los derechos de la mujer en sus países que los partidos políticos de izquierdas.
La poca atención prestada a la cuestión de la mujer por parte del socialismo ortodoxo, llevó a que por los años 60 se desarrollara el feminismo radical. Para feministas como Kate Millet, autora de Política sexual, la opresión de las mujeres no devenía de causas económicas -como proponían los socialistas- sino de causas culturales más profundas. El problema era una cuestión de “género” y no de “clases”. Por eso, la heterosexualidad era vista como una construcción cultural y una forma de dominación propia del “patriarcado”. Las consecuencias no dejaban de ser evidentes: la mujer debía abandonar la heterosexualidad para dejar de estar oprimida. Desde el feminismo radical se defendió el lesbianismo como la única forma eficaz para desarrollar plenamente la sexualidad femenina sin mediación de ninguna estructura de poder. De ahí su oposición a una lucha de clases que uniera a hombres y mujeres.
Proveniente del feminismo radical surgió el “feminismo de la diferencia”. Su lema era: “Ser mujer es hermoso”. Una de sus teóricas, la italiana Carla Lonzi, afirmaba que: “La meta de la toma del poder es totalmente vana”. Este feminismo, alejado de las luchas políticas, se centra en estériles discusiones sobre la identidad de lo femenino. Unas teóricas niegan que se pueda construir esa identidad pues es connatural a lo biológico. Otras afirman lo contrario y niegan que lo femenino sea biológico. Y entre todas se excomulgan. Sea como sea, se oponen a las feministas de la igualdad. Esta corriente considera que tanto la masculinidad como la feminidad son construcciones culturales con las que hay que acabar. Por contra, el feminismo de la diferencia cree que hay que mantener y transformar constantemente el significado y significante de lo “femenino”. Los que salen malparados de estas disquisiciones intelectuales son los transexuales. El feminismo radical se niega a aceptar aquella premisa transexual de que uno puede sentirse “hombre” o “mujer”. Por eso, para estas feministas, el transexualismo le hace el juego al sexismo y hay que combatirlo.
Otra ruptura ideológica se produjo con la aparición del “ecofeminismo”. Desde su perspectiva, la mujer tiene una relación más íntima con la naturaleza que con los hombres. Por eso se percibe la opresión femenina como profundamente vinculada a la opresión que el capitalismo ejerce sobre la naturaleza. De ahí que las formas de combate propuestas sean las reivindicaciones ecológicas. Con otras palabras, para ellas, es más peligrosa una central nuclear que un maltratador. Por eso, las ecofeministas se han destacado por sus campañas ecologistas. Frente a los complejos constructos conceptuales del feminismo radical, el ecofeminismo reivindica un “esencialismo biologicista”. Lo femenino no es una construcción cultural, el “género” no existe, lo que existe es el sexo femenino. Esta simple disquisición ha causado las polémicas más apasionadas en el mundo del feminismo.
Una de las últimas teorías feministas en boga es el “feminismo separatista”, liderado por Sheila Jeffreys autora de La herejía lesbiana. La propuesta no deja de ser sorprendente: separar completamente a hombres y mujeres, para que éstas puedan tomar conciencia de lo que son. Una vez concienciadas las mujeres -proponen- se eliminarán las construcciones de roles. Jeffreys es acusada por algunas feministas de intentar proyectar su lesbianismo al resto de mujeres. Entre los enemigos del feminismo de la diferencia se encuentran: la cirugía estética, los piercings o el masoquismo. Pero los que salen peor parados son nuevamente los transexuales, acusados de reaccionarios, y los homosexuales, acusados de ejercer una influencia negativa sobre el lesbianismo.