La muerte del homo tipographicus

 

La era de la globalización, caracterizada como una extensión de la información y difusión de la cultura, debe matizarse. La extensión de los medios audiovisuales va en detrimento de los medios clásicos de información como la prensa o la radio. Sin correr peligro de desaparición, tanto la prensa como la radio han sufrido cambios sustanciales en el último decenio. Poco a poco se va extendiendo en los países occidentales el modelo de prensa escrita propuesto por el exitoso Usa Today. Una prensa fundamentada en poco texto, grandes titulares y poca profundización temática. El periodismo ha dejado de ser un periodismo de información, para transformarse en un periodismo de “opinión”. Esto es, un configurador de “opinión pública”, pero basada en la lectura de los titulares y los entresacados. De tal forma que entre los profesionales del periodismo se comenta que los editoriales de los periódicos sólo son leídos por periodistas y políticos. El  informe SGAE, por su parte, desvela que la lectura de los editoriales y artículos de opinión son leídos principalmente por las clases altas, mientras que las clases bajas que leen prensa escrita rehuyen de su lectura. Por lo tanto, parece confirmarse que la prensa escrita permite la configuración de “opiniones”, pero éstas no son fruto de la reflexión del lector medio, sino de la conveniente interpretación y “troceamiento” informativo de los profesionales del periodismo. Como muestra de ello es la técnica del Sound bite, desarrollada por las televisiones norteamericanas, consistente en extrapolar las declaraciones de los políticos, para hacer de ellas –descontextualizadas- motivos de polémicas.

Tampoco puede aceptarse que la globalización de los medios está contribuyendo a un libre mercado que permite la aparición de nuevos diarios. Sorprendentemente el proceso –al menos en los países más desarrollados- es el contrario. El fenómeno debe explicarse correctamente pues se plantea como paradójico. Si atendemos al número de periódicos registrados en el mundo se ha pasado de 7983 a 8462 en cinco años. Sin embargo, si atendemos a los países donde se ha iniciado el proceso de globalización y, por lo tanto, de fusiones y oligopolio, la tendencia es la contraria. Desde 1996, en Estados Unidos han desaparecido 44 periódicos. Y de 1990 al 2000, se han perdido 6,4 millones de lectores. En el mismo periodo de tiempo Europa ha perdido 2,9 millones de lectores. En 1996 en Europa se editaban 1135 periódicos. Ahora se editan 1120. Japón por su parte ha perdido, en 10 años, 628.000 lectores[1]. El aumento mundial se debe en buena parte al auge que está teniendo la prensa escrita en países como China, la India o países hispanoamericanos. Aunque es de presumir que a la larga seguirán el proceso de oligarquización de los países occidentales. Si atendemos en Estados Unidos el número de editoras de revistas que representan más del 50% de beneficios, se ha pasado de 1983 a 1992 de una cantidad de 20 a solamente dos. Las empresas editoras de periódicos han pasado en ese periodo de tiempo de veinte a once. Y en lo que respecta a las editoriales de libros, de unas 3000 existentes en la actualidad, cinco acaparan la mitad de los beneficios.

No deja de ser significativa la caída de la lectura de la prensa escrita, un índice de desalfabetización, en aquellos países que se están alcanzando las cuotas más altas de televidencia. La extensión de los medios audiovisuales se impone sobre la alfabetización. La encuesta realizada por Ecotel y Demoscopia en 1990 nos rebela que una buena parte de los telespectadores españoles son analfabetos funcionales: el 53% de la audiencia de Canal Sur, el 44% de TVE-1 o el 43% de TVG, como ejemplos más significativos. La correlación entre alto consumo de televisión y escasez de lectura, bajo nivel educativo o bajo estatus social, son algunos de los datos que con más frecuencia aparecen en los estudios sociológicos y de medios: “En relación a otras formas de espectáculo, la televisión se ve como una actividad que no representa un coste específico. No requiere tampoco un esfuerzo de comprensión como el que se aprecia en la lectura. Todo ello hace que sea el medio ideal para la clase baja. En efecto, la proporción de teleadictos sube conforme se desciende en posición social … (Pero) más que la clase social, destaca la influencia del nivel educativo. Como es fácil imaginar, a medida que desciende el grado escolar, aumenta la proporción de teleadictos[2]. Así, en 1998, un 51,8% de españoles declaraban que no leían un libro casi nunca[3].

El fenómeno no sólo se circunscribe a España sino que alcanza a potencias económicas como Estados Unidos. Mientras que la modernidad se nos presentaba como un triunfo de la culturización y la alfabetización de la masas, la posmodernidad se nos presenta como la muerte del homo tipographicus y la aparición del analfabeto funcional y televidente. La muerte del homo tipographicus  anunciada por Marshall Mcluhan, está en correlación con la omnipresencia del medio visual en la vida del ciudadano globalizado. En cierta medida, también ha sido analizado por Christopher Lasch en La cultura del narcisismo: “La sociedad moderna ha alcanzado índices sin precedentes de alfabetismo formal, pero ha generado al mismo tiempo nuevas formas de analfabetismo. La gente  resulta cada vez más incapaz de emplear el lenguaje con facilidad y precisión, de recordar los hechos fundamentales de la historia de su país, de efectuar deducciones lógicas, de entender un texto escrito que no sea sumamente  rudimentario o incluso de entender sus derechos constitucionales[4].

Esta transformación de los hábitos culturales está confirmada por los altos niveles de sometimiento al medio audiovisual por parte de los ciudadanos de los países desarrollados. Según la Unesco, en 1992, había más de 1000 millones de aparatos de televisión en el mundo, de los cuales, sólo un 1% se encontraban en África. Entre Estados Unidos y Europa se reparten el 55% de aparatos. En los países más desarrollados los niveles de audiencia alcanzan cuotas increíbles. Un adulto estadounidense emplea 6,43 horas al día de media atendiendo a los medios de comunicación[5]. Por el contrario, según algunos estudios, el norteamericano medio dedica unos 14 minutos al día a la interacción personal en la familia[6]. Japón, en 1992, la media diaria de visión de televisión pasaba de las 8 horas. En una encuesta realizada en 1996, entre los jóvenes de 41 países, la media de visión de televisión se situaba en 6 horas diarias. En ningún caso bajaba de 5 horas diarias[7]. Cuando la televisión se transforma en la única ventana abierta al mundo, la interpretación de los acontecimientos queda evidentemente deteriorada. La información recibida, a pesar del intenso sometimiento a la televisión en los países occidentales, se va reduciendo. El guión de un telediario no ocupa más extensión que una página de un periódico ordinario. Las noticias se acortan, poco a poco se da preponderancia a noticias por su espectacularidad más que por su importancia. Las imágenes llegan a sustituir el discurso y el telediario se transforma en un programa que busca audiencia como otro cualquiera. La sutil transformación de la información en lo que podríamos denominar la codificación simbólica espectacularizada, es una realidad.

 

[1] Juan Pablo Illanes, Tendencias mundiales en la industria de diarios, Año 2000, ponencia presentada en la IV Jornada de la Prensa (Chile).

[2] Amando de Miguel, La sociedad española, 1993-94, Alianza editorial, Madrid, 1994, pp. 707 y s.

[3] Informe SGAE sobre hábitos de consumo cultural. Fundación Autor, Madrid, 2000, p. 120.

[4] Christopher Lasch, La cultura del narcisismo, Andrés Bello, Barcelona, 1999, p. 162.

[5] Se incluyen horas de televisión y radio.

[6] Manel Castells, La era de la información, vol. 1, La sociedad red, Alianza editorial, Madrid, 2ª edic., 2000, p. 405.

[7] Edward S. Herman y Robert W. MacChesney, o.c., p. 70.

Javier Barraycoa