Eran muchas las señales que desde hace algún tiempo nos indicaban que el año 2020 vendría con algunos “regalitos” en forma de cambios drásticos a nivel mundial, demasiadas señales para no verlas incluso por una sociedad tan anestesiada y manipulada como la contemporánea. El colapso económico y social de las naciones occidentales modernas o posrevolucionarias, incapaces ya de revertir la persistente crisis socio-económica frente a la pujanza del modelo capitalista-comunista oriental, nos auguraba sin lugar a dudas que el mundo entero se convertiría en la tercera década del siglo XXI en un campo de batalla global donde se disputaría la supremacía y la supervivencia entre los dos bloques dominantes: los tiranos neo-imperialistas y los tiranos globalistas. El dominio del mundo por las élites, y no otra cosa, por mucha propaganda con que nos aturullen los unos y los otros, es el objeto en disputa a día de hoy.

Las guerras contemporáneas, al igual que las paces, ya no son como antaño una cuestión de honor ni de deber con la patria o el rey, y mucho menos son una cuestión religiosa. Y no lo son desde que el pasado siglo, y tras la primera y segunda guerra mundial terminaron por imponerse de forma absoluta las ideologías (incluso con lanzamiento de bombas atómicas) en todas las naciones del mundo. Pero la criatura ha mutado, y hoy el modelo occidental, aferrado a un gigantesco e insostenible aparato partitocrático en el que solo tienen cabida las ideologías anti-tradicionales, y que a su vez es mantenido por las grandes y casi siempre oscuras corporaciones financieras mundiales, se enfrenta sin remisión al abismo frente a las sociedades orientales que en las últimas décadas se han apoderado de buena parte de los recursos, materias primas y propaganda que en su día dominó en exclusiva occidente.

Y siendo esto así, ¿que esperábamos que ocurriese? La revolución se hizo para que unos pocos dominasen a todos los demás por encima de Dios, las naciones y las viejas leyes; a las cuales personificaba la monarquía en nombre del pueblo. Y para que así fuese se constituyeron los estados modernos, embadurnados de  mitos y adornados con falsas libertades en forma de ignominiosas repúblicas, muchas veces coronadas. Envenenados de ideología revolucionaria y ciegos de ambición, muchos hombres vendieron su honor a la gran farsa liberal sin darse cuenta de que con ello entregaban a los tiranos “libertadores” su patria, identidad y verdadera libertad. Estos estados revolucionarios se dedicaron desde el principio a consolidar el poder de las nuevas élites económicas pasando por encima de gentes, pueblos y leyes; a quienes eso sí, a cambio del pertinente saqueo les entregaban “derechos” para participar de las “bondades” del nuevo sistema. Las injusticias liberales se distrajeron con la creación de nuevas y aún más nocivas ideologías como el socialismo y el nacionalismo, las cuales aparentaban en su exterior un atractivo afán de justicia social y reacción frente al mundialismo; pero que en verdad han sido los más eficaces instrumentos de control social por parte de las mismas élites a las que aparentaban combatir. No hay que ser especialmente ducho en sociología para entender que para esos nuevos gobernantes era entonces mejor una disidencia controlada, que una posible reconciliación popular con las “condenadísimas” leyes y principios de la tradición natural.

Ya visto y asumido todo esto, se preguntará el amable lector que haya llegado hasta aquí ¿por qué si todo está tan controlado por las élites como decimos, estamos como estamos? Pues en pocas palabras, porque  desde hace tiempo la vaca revolucionaria occidental ya no da leche para todos, y por consiguiente hemos entrado en el momento del sálvese quien pueda. Y en esa disyuntiva, los nuevos imperios orientales nacidos del nacionalismo y el socialismo, tienen las de ganar, pues acumulan más hambre y menos obligaciones que un occidente al que doscientos años de involución revolucionaria ha dejado inútil, además de gravemente desprovisto de referentes vitales y espirituales. Si no somos capaces de revertir a tiempo semejante desastre, naciones como la España actual, alejada de su responsabilidad como cabeza de la Hispanidad pero empeñada en liderar la degenerativa involución progresista, no será en este conflicto en el que ya nos encontramos inmersos, más que un pequeño apéndice prescindible de ese occidente que incapaz de reconocer sus errores parece seguir huyendo hacia adelante; ignorante de su tradición cultural, política y espiritual, y profundamente  infectado de las viejas y nuevas (aún más destructivas) ideologías. O reaccionamos ya, reconquistando bajo el signo de la cruz nuestra identidad, derechos y tradiciones, o quedaremos atrapados irremisiblemente por la nueva normalidad.

Luis Carlón Sjovall

Presidente A.C.T. Fernando III el Santo

Desperta Red Sociocultural