Este viernes el Congreso de los Diputados aprobó, con 202 votos a favor, la proposición de ley de eutanasia, votación que fue seguida de una ovación de 4 minutos demostrando la satisfacción de sus señorías por regular legalmente ese «maravilloso derecho a la muerte digna» con el que tanto soñaban.
La prensa aireó el logro afirmando que somos el 6º país del mundo en el que se reconoce ese supuesto derecho.
Ante tanto desatino debo afirmar que la eutanasia no es un derecho. Desde un punto de vista católico, que es el mío, la vida nos la da Dios y sólo Dios tiene derecho a quitárnosla. Cierto que por tal motivo nadie tiene derecho a quitar la vida de otro, pero el acto criminal se vuelve especialmente ruin y cobarde cuando la víctima está en una situación de debilidad como la que sufren los enfermos y ancianos a quienes va a ser aplicada esta nueva e injusta ley. Desde un punto de vista jurídico, la Constitución, tan glorificada por todos los sectores liberales, reconoce el derecho a la vida, pero no hace referencia por ningún lado al derecho a la muerte; existe el derecho a vivir, pero no el derecho a morir, es por ello por lo que cuando alguien va a suicidarse, las administraciones desplazan personal y medios para impedirlo, y no para facilitar la muerte ¿Alguien imagina qué ocurriría si, ante un suicida que va a saltar desde una azotea, el bombero que llega lo empujase para ayudar en un presunto derecho a morir del individuo? ¿o si a quien ha tomado una sobredosis de pastillas el medico lo sedase para darle una supuesta muerte digna en vez de hacerle un lavado de estómago y salvarlo? ¡es absurdo!
Por otra parte ¿Qué es una muerte digna? Una muerte digna es aquella en la que se muere luchando contra la enfermedad; haciendo un símil bélico, hay dignidad en la lucha, en la victoria y en la derrota, pero no hay dignidad en quien se rinde, y menos si lo hace sin presentar batalla. Para apoyar una muerte digna están los cuidados paliativos, pero no el suicidio. En este sentido, reconozco ser partidario de las personas del tipo Stephen Hawking, que luchan a brazo partido contra la adversidad, y no de las que son del tipo Ramón Sampedro, que optan por quitarse de en medio.,
Pero si la eutanasia no es un derecho ni una forma digna de morir, el deseo de legalizarla por parte de ciertos sectores sociales y políticos sólo puede tener dos orígenes: el egoísmo y la necesidad de confrontación. El egoísmo porque cuidar a la persona dependiente da quebraderos de cabeza y gastos a sus personas cercanas y al sistema sanitario, resultando más cómodo y barato para algunos de ellos deshacerse del individuo achacoso, aunque ello constituya una prueba de la decadencia de nuestra cultura actual de la que, en el fondo, todos somos conscientes. Respecto a la necesidad de confrontación, la izquierda siempre ha vivido de ella; en principio necesitaba de la lucha de clases para existir pero, como ese concepto quedó obsoleto e inutilizado, ha buscado otros, y nada le da más réditos en este país que la confrontación con los católicos, que siempre hemos sido defensores de la vida.
Finalmente, quien pretenda consolarse creyendo que con esta ley sólo quien muere puede tomar la decisión de acabar con su vida, no pudiendo ser sustituido en esta decisión por sus familiares o el personal médico, es un iluso, porque este es sólo el primer paso en un camino algo más largo cuyo fin es acabar con aquellos que no producen y sólo generan gastos al Estado; más adelante vendrán otras leyes que ampliarán la actual hasta llegar a tal fin. Al fin y al cabo, debemos recordar que ya en 2012, un informe del Fondo Monetario Internacional (al frente del cual estaba Christine Lagarde), afirmaba que «Las implicaciones financieras de que la gente viva mas de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes». Harían bien nuestros parlamentarios y la propia Christine Lagarde en pensar que, dada la edad que tienen algunos, quizá en un tiempo no muy largo sean ellos los eliminados por este método tan cruel.
Así que, recordando lo dicho por la prensa, ya sabemos que no somos el sexto país del mundo en desarrollo social, ni en crecimiento tecnológico, ni en investigación médica ni en potencial económico, pero si lo somos en brutalidad animal.
C.R. Gómez