A lo largo de más de cuatro décadas hemos asistido al proceso de “adelgazamiento” del DNI, antes llamado “carné de identidad”.
Primero, desapareció la profesión, no sabemos si debido, al trágico y endémico problema del paro y a la progresiva precarización del mercado laboral, o bien a la necesidad de evitar la mención reiterada hasta la náusea a la profesión de “político”, o directamente a la condición cada vez más frecuente de “choriso”.
Después desapareció la mención del estado civil, quizá porque a algunos les incordiaba ese recuerdo inoportuno a ciertas obligaciones naturales, tal vez porque ha llegado un momento en que la poligamia sucesiva y socialmente masiva en la que vivimos ocasiona un caos indiscernible a efectos de certificar dicho estado, o simplemente porque hay quien no soporta que su identidad se configure con referencia a otras personas.
Lo de la nacionalidad parece que, al menos nominalmente, aguanta, aunque claro, teniendo en cuenta aquello de que la Constitución reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la Nación española (art. 2). No obstante, dada la largueza y prodigalidad con que se otorga en este expaís la nacionalidad, sin exigir como contrapartida prácticamente ningún deber en sentido material – y no meramente formal -, hay que reconocer que se trata de una mención hoy muy devaluada en su contenido sustantivo, casi reducida a una referencia toponímica.
Con respecto al sexo, ya saben lo que hay, de momento hay sigue, pero es cuestión de tiempo, porque con ciento y pico géneros y la posibilidad de plantarte en el Registro Civil en cualquier momento y cambiarte de género, de especie, de continente – ¿vuelo transoceánico o transcontinental? – o de lo que haga falta, pues ustedes me dirán.
En fin, ahora se ha suprimido el Libro de Familia, y casualmente también se habla de suprimir el régimen de tributación conjunta en el IRPF. ¿Casualidad? No lo creo. Esta gente no da puntada sin hilo, y los buenos civilistas siempre nos han enseñado que existe un vínculo lógico y ontológico entre el matrimonio y el patrimonio.
Esta es la última trinchera, no nos queda nada atrás. Que nadie se atreva a llamarnos conservadores, no nos queda nada digno de ser conservado. Ahora hay que conquistar, si quieren decirlo así, por la resonancia histórica de la expresión, hay que reconquistar. Palmo a palmo, pulgada a pulgada. Volver a construir una civilización de escala humana, en la que cada persona tiene raíces, tiene un arraigo en su entorno inmediato, que se va ampliando y engastando en círculos comunitarios sucesivamente más amplios, hasta llegar a la unidad histórica de la Nación. Esta es la única actitud digna ante la amenaza globalitaria que amenaza con reducir a los seres humanos a la misma condición que los diminutos granos de un montón de arena informe.
Recurriendo a nuestros clásicos, tenemos que explicar a los milennials que a fin de cuentas en España siempre ha habido dos tipos de persona: el hidalgo y el hideputa.