El Kichi manda arrancar por la piqueta la placa que recuerda la casa natal de José María Pemán.
La semana pasada, Pedro Duque eliminaba de un plumazo los epónimos que servían para designar los principales premios y reconocimientos en el ámbito de las Ciencias en nuestro país: Juan de la Cierva, Santiago Ramón y Cajal, Leonardo Torres Quevedo, …
Instintivamente, acude a la memoria el grito que lanzaron contra Lavoisier, el padre de la Química moderna, sus verdugos del llamado Comité de Salud Pública de la Revolución: “La Republique n’a pas besoin de savants…”
En un célebre artículo titulado “Democracia morbosa”, José Ortega y Gasset, nada sospechoso de veleidades reaccionarias, analizaba este estado enfermizo de la conciencia pública:
“… la democracia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión o en arte, la democracia en el pensamiento y en el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre, es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad. (…). Como la democracia es pura forma jurídica, incapaz de proporcionarnos orientación alguna para todas aquellas funciones vitales que no son Derecho público, es decir, para casi toda nuestra vida, al hacer de ella principio integral de la existencia se engendran las mayores extravagancias. Por lo pronto, la contradicción del sentimiento mismo que motivó la democracia. (…). La época en que la democracia era un sentimiento saludable y de impulso ascendente pasó. Lo que hoy se llama democracia es una degeneración de los corazones. A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funciona en la conciencia pública degenerada: le llamó ‘ressentimens’. Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por carecer de ciertas calidades – inteligencia o valor o elegancia -, procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la excelencia de esas cualidades. Como ha indicado finamente un glosador de Nietzsche, no se trata del caso de la zorra y de las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez en el fruto, y se contenta con negar esa estimable condición a las uvas demasiado altas. El ‘resentido’ va más allá: odia la madurez y prefiere lo agraz. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una ‘capitis diminutio”, y en su lugar triunfa lo inferior”.
Por cierto, del enemigo el consejo, ya tienen un nuevo autor imprescindible a incluir en su lista de lecturas alternativas a la bazofia pseudocultural que tratan de imponernos a toda costa los tiranos que nos desgobiernan.