La oleada de necedad que recorre este país de punta a punta parece no tener fin. Se extiende como una nube tóxica que todo lo cubre haciendo el aire irrespirable y afecta a todos los ámbitos: político, mediático, social, económico… No hay mascarilla coronavírica capaz de disimular el hedor del totalitarismo progre. La última fechoría en nombre de la «memoria histórica» ha sido perpetrada en Barcelona. ¡Cómo no! Un psiquiatra debería escribir algún día sobre la obsesión que tienen los políticos de hoy en día con Franco, sobre todo teniendo en cuenta que lleva muerto 46 años y que la casta progre que rige nuestros destinos o no había nacido aún o eran unos críos. Por ejemplo, nuestra ínclita Ada Colau —sí, esa que se está cargando la ciudad condal— tenía apenas un añito cuando traspasó el general. Olía a leche materna aún, sí, pero pese a ello ahí la tienen en pleno 2022, batallando contra el espectro del Caudillo vara de alcaldesa en mano. Diríase que el trauma es el haber perdido la guerra en el 39, pero tranquilos, que la «memoria histórica» cambiará esta insignificante verdad para alivio de progres y progras.
Como al parecer la alcaldesa no tiene bastante con hacer imposible la circulación, quitar sitio para estacionar, llenar la ciudad de barreras amarillas y bloques de hormigón, carriles bici, rayas de colores que nadie sabe para qué sirven, bolardos y resaltos; como no tiene bastante con promover el comercio ilegal de los manteros o haber convertido la ciudad en el paraíso de los delincuentes; como no tiene bastante, decimos, con endilgar dinero a chiringuitos amigos y montar talleres para combatir la «masculinidad tóxica», pues se entretiene nuestra activista devenida en casta en modificar el callejero municipal.

Esta vez le ha tocado el turno al pobre don Ramiro de Maeztu, purgado en beneficio de la escritora Ana María Matute. Nacido en Vitoria en 1875, pertenecía a la llamada Generación del 98 y fue inicialmente un hombre de convicciones progresistas. Con los años, estas simpatías iniciales por las ideas izquierdistas —de su anarquismo inicial al socialismo fabiano posterior— viraron hacia posiciones más bien conservadoras y ya durante el gobierno de Miguel Primo de Rivera fue enviado como embajador a Buenos Aires. Este destino diplomático resultaría clave en la comprensión de la evolución final de su pensamiento. El conocimiento in situ de la América hispana y el concepto de ‘hispanidad’, íntimamente ligado al catolicismo, le acercarían de nuevo a Dios y marcarían su legado, dando como fruto su obra más famosa, el imprescindible ‘Defensa de la Hispanidad’. Y decimos «le acercan de nuevo a Dios» porque, pese a sus tendencias primarias izquierdistas, el mismo Maeztu diría en un artículo publicado en Acción Española bajo el título ‘Razones de una conversión’ [1] que nunca había dejado de ser católico [2]. Fue fusilado en una de las sacas llevadas a cabo por los milicianos republicanos en octubre de 1936 en el cementerio de Aravaca (Madrid). Sus últimas palabras fueron: «Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero: ¡para que vuestros hijos sean mejores que vosotros!».
La memoria de Maeztu es hoy insultada por esta iletrada como antes lo fue la del Almirante Cervera, también purgado por la señora alcaldesa y tachado previamente, en un intento de justificarse, de «facha» [3], pese a que el almirante murió en 1909, bastante antes del surgimiento del fascismo. Y es que para la izquierda caviar todo lo que suene a España es fascista; son así de simple, así de inútiles. La justificación, en este caso, es que formaba parte del «nomenclátor franquista» y la necesidad —¿qué necesidad?, nos preguntamos— de feminizar el callejero.
Eso sí, mientras la cultura de la cancelación hace de las suyas, mientras se depura de «franquismo» el nomenclátor barcelonés, mientras la CUP pide retirar el monumento a Colón –sin éxito, de momento, pero denles tiempo— y purgado ya Antonio López, marqués de Comillas, Barcelona honra a personajes como Karl Marx, por citar al más «ilustre» de los comunistas que cuentan con una calle, plaza, avenida o unos jardines en la ciudad, o a famosos racistas como por ejemplo los nacionalistas catalanes Dr. Robert y Batista i Roca [4] o el padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana.
Y es que la memoria de los progres no es muy histórica pero es bastante selectiva.
[1] El profesor don Miguel Ayuso explica en este vídeo que el título original no era ese, sino ‘Por qué me hice más católico’.
[2] «No creo que pueda llamarme converso, porque nunca se rompieron del todo los lazos que me unían a la Iglesia. Verdad que con los extravíos de la primera juventud surgieron en mi alma las primeras dudas, y que no me cuidé en muchos años de buscar persona que me las aclarase».
Ramiro de Maeztu. ‘Acción Española’, Madrid, 1 de octubre de 1934. http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003683274&search=&lang=es
[3] https://elpais.com/politica/2018/04/15/actualidad/1523824124_802953.html
[4] Otro nacionalista catalán racista. Este, además, con una trayectoria violenta desde su juventud hasta el fin de sus días. Entre otras cosas, intentó asesinar a Alfonso XIII.