Juan Manuel de Prada cree que nuestro mundo ha perdido el norte, que no está delante, sino detrás, en las ideas tradicionales, heredadas de nuestra tradición religiosa, que nos ofrecen una brújula frente al pandemonio del capitalismo (y el comunismo), que ha sustituido a Dios por el dinero.

De ahí el título de su último libro, ‘Enmienda a la totalidad’ (Ed. Homo Legens), donde agrupa artículos y reflexiones de los últimos años, desde el covid hasta el suicidio. Escribe “contra el espíritu de nuestro tiempo”, pero acepta que es el sino de sus autores predilectos, especialmente el argentino Leonardo Castellani. Gracias a él descubrió quién era en realidad, frente al “católico modosito” de sus inicios.

Pregunta: Leonardo Castellani.

Respuesta: Es un escritor totalmente anatemizado y maldito, olvidado, al que no se lee ni en su propio país. Pero es extraordinario. Su lectura me provocó una convulsión. Además tengo rasgos de carácter similares a él. Es un hombre algo difícil, de trato hosco, poco dado a la componenda, con tendencias misántropas y eremíticas.

P: Y va, como el Quijote, contra el espíritu de su tiempo.

R: En realidad ese es el espíritu español. España siempre ha ido contra el espíritu de su tiempo. Cierta tradición moderna ha querido pintar a España como un país atrasado. Es un concepto estrafalario desde el punto de vista filosófico: el tiempo no avanza, sino que se gasta. El tiempo no progresa, sino que se extingue. Don Quijote es un ejemplo valioso y válido en nuestra época. Además tiene la grandeza de perseverar en una causa a pesar de saber de su derrota.

P: Porque el éxito es mentiroso, señalas.

R: Sí, el éxito no te bendice porque seas valioso, sino porque el mundo descubre en ti una posibilidad de explotación, un filón del que se puede aprovechar. El éxito es un espejismo.

P: ¿Saber quién eres es lo mismo que ser auténtico?

R: No. Ser auténtico ahora mismo es ser espontáneo, es dar rienda suelta a tus sentimientos.  Cuando consigues que las personas sustituyan el raciocinio por los sentimientos, las emociones y las efusiones, puedes hacer con ellas lo que te dé la gana. Son personas tiranizadas por la parte volitiva de su personalidad frente a la parte intelectiva. La parte volitiva es el deseo, el capricho, el anhelo, que pueden ser muy legítimos, pero no puede guiar al ser humano. Es un disparate.

P: El libro propone la vuelta a la tradición religiosa.

R: No exactamente religiosa. El pensamiento tradicional no es religioso, pero sí entiende que el trasfondo de los problemas políticos o de otro orden tiene una raíz religiosa, que los planos natural y sobrenatural no se pueden desligar como pretenden las ideologías modernas.

P: ¿Eso es ser conservador?

R: No tiene nada que ver, es casi lo contrario. El conservador quiere mantener la cáscara, sin importarle lo que la cáscara albergue, aunque el interior esté podrido. El tradicional cree que lo que hay que conservar es lo de dentro, y no le importa la cáscara. Busca mantener vivo y fresco un meollo. El pensamiento ideológico –sea conservador o progresista- es casi un oxímoron.

P: ¿Y si no tenemos fe?

R: La fe es un don, pero una persona no religiosa puede compartir el pensamiento tradicional si entiende que la razón es algo que está a disposición de cualquiera. El ser humano puede alcanzar la verdad de las cosas a través de su razón.

P: Ahí entra Aristóteles.

R: Sí. Decía que lo distingue al ser humano es el discernimiento entre el bien y el mal. Yo creo que nuestra época ha dejado de ser humana: ha renunciado a este discernimiento, a la capacidad de calificar y enjuiciar sus acciones. Esto es muy peligroso. Es la línea roja que nos separa de la animalidad.

P: ¿Hay un orden natural de las cosas?

R: Sí, y se conoce a través de la observación de la naturaleza y de la realidad, de lo que somos y de nuestra capacidad de aceptarlo. Esa es la vía y está al alcance de cualquier persona. Y frente a esa visión aristotélica –propia del pensamiento tradicional- está la hegeliana, que dice que el hombre puede construir su vida, su historia, el mundo, a sí mismo. Esta es una visión nefasta que ha traído mucha infelicidad.

P: El suicidio.

R: Tiene que ver con esto, con que el hombre quiere salirse de sus casillas, no acepta ser lo que es, quiere ser un dios, un superhéroe, y fracasa. También tiene mucho que ver con la ruptura con unas formas de vida que protegían la fragilidad humana. Todos necesitamos estar un poco acolchados por una familia, por unos amigos, por una comunidad y en última instancia por una relación con lo divino. Es lo que hace habitable nuestra vida. Cuando todo eso lo vas cegando, tu alma se va aislando y jibarizando hasta que se muere y se pudre. Es el gran problema de nuestro tiempo.

P: Ahora el suicidio se enfrenta sobre todo desde un punto de visto médico y social.

R: Sí, y es absurdo. Es como si digo que mi gordura se remedia yendo al médico. Antes tienes que darte cuenta de que estás gordo porque ingieres más calorías de las que consumes. Tienes que ser racional, tienes que observar la naturaleza.

P: ¿Todos los trastornos tienen su raíz en ese “aislamiento del alma”?

R: Nuestra época considera que estos trastornos son consecuencia de unos fenómenos químicos, y esto es falso. Una cosa es que los males del espíritu se manifiesten a través de una serie de síntomas que puedan tener explicación médica, pero son sólo fenómenos, manifestaciones. La raíz del problema es de otra índole. Para penetrar en él tienes que reconocer la existencia del alma.

P: La eutanasia.

R: Para denunciar la oscuridad que hay detrás de la eutanasia no hace falta ser una persona religiosa. Legislar y favorecer sobre aquellas cosas que sabes que no son universalmente buenas poco a poco nos va haciendo universalmente malos. Es un fomento del suicidio, y por tanto de las enfermedades del alma. La eutanasia, como casi todos los males actuales, es una consecuencia de la libertad “liberal”, desligada del orden del ser. Es la consecuencia de la incapacidad de entender lo que eres y querer por tanto ser otra cosa. Tiene consecuencias destructivas de la integridad psíquica de la persona, pero también de los pueblos.

P: La libertad.

R: La libertad tiene que ser para lograr los justos objetivos o fines de nuestra vida. Pero si la quieres para cosas que no se ajustan a nuestra vida esa libertad es insensata, desquiciada, y nos destruye. Esto no lo queremos asumir.

P: La ciencia y fe.

R: No son incompatibles. No pueden serlo. Utilizan diferentes métodos –uno empírico, otro la Revelación y la tradición- pero tienen el mismo fin: el descubrimiento de la verdad, del cosmos y del ser humano. La buena fe y la buena ciencia no se pueden contradecir. Una fe perversa y una ciencia enferma sí pueden tener fines muy distantes. Hoy la fe puede convertirse en un disparate –supersticiones- y la ciencia en una idolatría, el llamado cientifismo, que es muy peligroso.

P: ¿El científico es un sabio?

R: El sabio es quien tiene una visión panorámica del conocimiento humano. Pero el saber hoy, al estar especializado, no produce sabios sino expertos. Si sabes mucho de una cosa y nada del resto eres un ignorante. No hay mayor ignorante que el presunto sabio en una materia concreta. El abuso y omnipresencia de los expertos y presuntos científicos en los últimos años ha demostrado que son ciegos conduciendo a otros ciegos, como dice el Evangelio. Hace unos meses nos decían que las vacunas nos inmunizaban, por ejemplo.

P: Pero, si observamos la realidad, sí vemos que las vacunas hacen más liviana la enfermedad.

R: Eso no lo sé. Lo que sí sé es que los virus se debilitan cuando pasa el tiempo. Pero ahora se nos pretende decir que la menor virulencia del coronavirus está asociada a las vacunas, y no digo que no sea así, pero fundamentalmente es por la debilitación del virus. Ha ocurrido en todas las plagas que han existido.

P: Pero mi madre, con 84 años, acaba de pasar el covid de forma leve porque estaba vacunada. Sin embargo hay gente de 40 y 50 años en las UCI porque no se han vacunado.

R: Pero no estoy diciendo que la vacuna no haya otorgado protección. Pero sí creo que tenemos que ser serios: no podemos excluir a los no vacunados de la comunidad política. Lo que tienes que hacer es convencerles de que se vacunen, y no se les convence convirtiéndolos en perros apestados.

P: ¿Debería un no vacunado ser trasparente con su decisión?

R: Sí, a las personas a las que quiere debería decírselo y explicarles sus razones. Hay que encontrar una vía de convivencia fundada en la prudencia y en el respeto. Yo, que estoy vacunado, me voy a hacer una prueba antes de las comidas de navidad. Es muy positivo que a la gente, con buenos argumentos, se le anime a la vacunación.

P: ¿Y el llamado ‘pasaporte covid’?

R: No me parece bien, primero porque no sirve, porque los vacunados contagian y se contagian. Lo que habría que hacer es una campaña seria para que la gente perciba que vacunarse es algo bueno, y eso no se está haciendo bien. Lo más lógico es que se recomiende prudencia, mejor que imponer restricciones absurdas.

P: La medicina.

R: Lo que no es positivo es pensar que la medicina va a eliminar totalmente la enfermedad (que es lo que le pedimos hoy a la medicina), porque eso genera desesperación. Porque cuando no elimina nuestra enfermedad, le pedimos que nos elimine a nosotros. Ese es el problema del endiosamiento humano.

P: ¿Y el estado?

R: Pasa lo mismo: se pide que nos proteja totalmente y eso es grotesco. La vida es riesgo. Es peligroso al final porque el estado puede tiranizarnos. Es la invitación a la discrecionalidad y arbitrariedad más absoluta. Nace de esa desesperación que nos da una confianza ciega en la ciencia, que nos hace creer que hay un control del mal que ronda nuestra vida. Es una visión nefasta.

P: ¿Qué hacemos con ese mal?

R: Esto sí que tiene que ver con la pérdida de fe en la otra vida. Cuando dejas de creer en la otra vida, lo único que te queda es esta. Entonces te aferras a la vida, y buscas una seguridad enloquecedora que esta vida no tiene y nadie te puede dar.

P: El libro carga especialmente contra la plutocracia.

R: No se puede servir a la vez a Dios y al Dinero, dice el Evangelio. La plutocracia tiene que ver con lo demoniaco. Es la concentración del capital en pocas manos que merma la riqueza nacional y la vida de los pueblos. Ahora todas las tiendas forman parte de cadenas internacionales. Ya no hay negocios de barrio.

P: Las ideologías: capitalismo y comunismo.

R: Las ideologías le venden a la gente el paraíso en la tierra, y eso es muy atractivo (porque la gente ya no cree en el otro paraíso). Por eso son tan atractivas. Pero las ideologías están al servicio de la plutocracia. Meten a la gente en una caverna y la encizañan.

P: El buen trabajo.

R: La manera de tener contenta a una persona en su trabajo es que perciba que su aportación es fundamental. El señor que trabaja en un taller de carpintería es más feliz que el que trabaja en Ikea. El primero adquiere amor hacia su oficio. El segundo, el de la cadena de montaje, seguramente odie su trabajo.

P: Ahí le das la razón a Marx.

R: Sí, su análisis es bueno. Las soluciones no.

PNetflix.

R: Es imposible ver una serie que no te meta un chute de ideología insoportable. Cualquier mente despierta sabe esto.

P: La tecnología.

R: Si te tiras todo el día delante de la pantalla, tu mente se va a atrofiar. La tecnología nos brinda respuestas fáciles y rápidas y hace que nuestro cerebro se vuelva más fofo. Los padres muchas veces son presos de estos problemas, y no se lo dicen a sus hijos. La tecnología está estrechando nuestras capacidades intelectuales. Es una evidencia. Cada vez hay más gente con problemas de concentración, sobre todo en la lectura.

P: El hombre actual.

R: Estamos en ‘el hombre programado’. La capacidad de generar una sociedad uniformizada se da no solamente en formas de tiranía autocrática, también de tiranía democrática. Es evidente que los ‘mass media’ contribuyeron a ello. Pero hoy el poder se infiltra a través de una serie de Netflix, de un anuncio de televisión o de un letrero luminoso en la calle. Foucault lo llamaba la “microfísica del poder”, que crea una sociedad más estabulada y más temerosa.

La libertad es desquiciada y destructiva si no se amolda a los justos objetivos o fines de nuestra vida

P: ¿Qué es “la democracia de los muertos” de Chesterton?

R: Las nuevas generaciones, de forma adanista, quieren cambiar las cosas sin contar con lo que han hecho las anteriores. Mi familia, por ejemplo, se marchó al País Vasco (una región muy beneficiada por Franco) y trabajó allí durante dos generaciones, en condiciones difíciles. Por eso ahora, cuando algunos vascos dicen que no quieren formar parte de España, me tendrían que indemnizar por la contribución de mis padres y abuelos al enriquecimiento de esa tierra.

P: La nación y la patria.

R: La nación liberal, romántica, está ligada a un sentimiento emancipatorio, egoísta, supremacista. Es muy peligrosa. En cambio, en el pensamiento tradicional rescata el antiguo concepto de patria: el amor a la tierra, la entrega, la abnegación y el servicio a las personas que habitan esa tierra.

P: La Constitución de 1978.

R: Se apoya en el disenso social, y sobre esto trata de construir un falso consenso político. La Constitución es un fracaso monumental, pero la gente no lo acepta porque piensa que después de la Constitución no hay nada y viene el caos, cosa que no es cierta.

P: ¿Y entonces? ¿Otra constitución?

R: Yo no creo en las constituciones, que son producto específico de una tradición liberal que no tiene que ver con España, donde durante mucho tiempo no hubo constituciones. Nunca han solucionado problemas, sino que los han agravado. El caso del independentismo es evidente. Se alimenta de la Constitución, que ha sentado las bases de ese fenómeno. Recordemos que en 1978 apenas había independentistas en Cataluña.

Entrevista de Miguel Manso de Lucas

Publicado en NIUS – 18/12/2021

Entrevista a Juan Manuel de Prada, sobre el suicidio, la eutanasia, el covid y la política – NIUS (niusdiario.es)

 

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