La virulencia antitradicionalista del Obispo Urquinaona
En pocos meses, lo que había sido una polémica periodística entre católicos, se iba a convertir en una auténtica crisis entre católicos y obispos. Todo se inició con un hecho acontecido en la lejana Roma. El Papa Pío IX había fallecido años antes, en 1878, y enterrado en la Basílica de San Pedro. Reinando León XIII, en la noche del 12 de julio de 1881 se organizó el traslado del cuerpo de Pío IX -en procesión- a la Basílica de San Lorenzo Extramuros. El ambiente anticlerical se había intensificado y una turba trató de lanzar el féretro al Tíber. Ello conmocionó al mundo católico.
Nocedal promovió una romería a Roma como desagravio a Pío IX. La intención era movilizar la masa de católicos españoles, pero la idea encontró muchos enemigos. Especialmente obispos que temían que si tras esa peregrinación estaba el partido carlista podría ser manipulada para sus intereses políticos. Nocedal, envió carta a todos los obispos españoles comunicándoles el proyecto y para recabar su apoyo. Pero las respuestas fueron frías y con muchas reticencias, incluso algunas negativas. En Cataluña, la oposición de los obispos fue prácticamente total.
Sin embargo, a pesar de las primeras reticencias del Nuncio en España respecto al proyecto de Nocedal, las cosas cambiaron. El Papa manifestó su deseo de recibir la romería española. Ello reanimó las actividades de Nocedal. En carta a los obispos catalanes el Nuncio les comunicaba el placet de León XIII. Los obispos catalanes decidieron contestar a principios de 1882 a Nocedal con una carta colectiva. Carta que se negó a firmar el Cardenal Casañas, obispo de la Seo de Urgel y tradicionalista. Por una carta de Sardá y Salvany sabemos de una confrontación más que violenta, por esas fechas, en un encuentro episcopal en Montserrat, entre los obispos Casañas y Urquinaona [1].
Urquinaona se mostró más déspota que nunca con tal de someter a los intransigentes. Por la correspondencia del momento, de Sardá y Salvany con sacerdotes amigos, sabemos del abatimiento de los tradicionalistas.
En medio de aquel ambiente, Urquinaona exigió que para obtener el apoyo de los obispos catalanes, en las juntas organizadoras de la romería deberían entrar católicos no carlistas, o sea católicos liberales. En realidad, Urquinaona estaba calculando mal sus fuerzas. Pues tras el consentimiento del Papa a la romería, muchos obispos habían disipado sus reticencias. A mediados de febrero de 1882, El Siglo Futuro publicaba (y El Correo Catalán reproducía) que 40 obispos se sumaban a la peregrinación y sólo diez se oponían, entre ellos los firmantes del episcopado catalán antes mencionados.
Urquinaona se mostró más déspota que nunca con tal de someter a los intransigentes. Por la correspondencia del momento, de Sardá y Salvany con sacerdotes amigos, sabemos del abatimiento de los tradicionalistas. Urquinaona había impuesto a tres sacerdotes anticarlistas y partidarios de la Unión Católica en la junta organizadora de la peregrinación. La conclusión que extraía Sardá era evidente: “El Papa encarga a Nocedal la peregrinación, en contraposición a la de la Unión … ¿y le han de hacer las juntas los Obispos aprobadores, presidentes y defensores de la Unión, para convertir la peregrinación en unionista?” [2].
Esta letra expresa muy bien el ambiente entre los católicos tradicionalistas y los transaccionistas o liberales. La actitud de obispos como Urquinaona sólo podían verse como un ataque directo al núcleo del catolicismo catalán. Y por ello la desolación que se manifiesta en correspondencias y artículos del momento. El pesimismo era vano, pues finalmente la junta central organizadora del evento se disolvió y la peregrinación cayó en saco roto. Los católicos liberales, encabezados por ciertos obispos, habían logrado su objetivo: desarmar una posible masiva movilización tradicionalista en apoyo al Papa.
Ejemplo de ello es la Carta Pastoral de Urquinaona, de 7 de marzo de 1882, que puede ser entendida como un ataque directo -aunque sin mencionarlos directamente- a carlistas y su prensa. Más que una carta pastoral, se trataba de una declaración de guerra encubierta
Nuevamente el epistolario de Sardá y Salvany nos ilustra perfectamente la situación. El 18 de febrero de 1882 escribía a Celestino Matas: “¡Qué tiempos, amigo mío, qué tiempos los nuestros tan inverosímiles ¡Obispos católicos denunciando a las iras liberales una obra católica, sólo porque la hacen los carlistas, cuando no la debieran denunciar sino apoyar y bendecir, aunque la hiciesen republicanos!”. El lamento de Sardá tenía doble sentido, el boicoteo a la peregrinación por parte de Urquinaona, a la par que se habían entrevistado el 4 de febrero, y tras una amarga discusión el obispo de Barcelona, Urquinaona, había puesto unas condiciones draconianas a la Revista Popular que dirigía Sardá, como si fuera casi una enemiga herética de la Iglesia. Las iras del Obispo andaluz, promotor del catalanismo clerical, también se vertían, como no podía ser menos, contra el órgano principal del carlismo catalán: El Correo Catalán. En la carta reseñada, Sardá y Salvany sigue lamentándose: “[Urquinaona] de Llauder dice a todas horas y a todo el mundo que es un hombre de soberbia satánica”.
La carta no tiene desperdicio, pues describe la confrontación con Urquinaona en esa reunión del 4 de febrero en la que le acusó de servir con la Revista Popular a un partido y no a la Iglesia. En cambio, le puso como ejemplo de periodismo católico al “Brusi” (el aconfesional, moderantista, y católico-liberal Diario de Barcelona). El Obispo de Barcelona mandó censurar el último número que iba a salir de la Revista Popular. El pobre Sardá estuvo a punto de abandonar el proyecto y cerrar la revista católica de referencia en toda España. La situación era tal que la carta concluye con una tremenda premonición: “¡Qué horror! Está hecho el cisma entre carlistas y obispos. Tardará en curarse este destrozo”. Ciertamente, se había iniciado una guerra interna en la que Urquinaona trató, bajo su autoridad episcopal, acallar a los sectores católicos que estaban convencidos de estar en comunión con la doctrina de Roma contra el liberalismo.
Ejemplo de ello es la Carta Pastoral de Urquinaona, de 7 de marzo de 1882, que puede ser entendida como un ataque directo -aunque sin mencionarlos directamente- a carlistas y su prensa. Más que una carta pastoral, se trataba de una declaración de guerra encubierta pero directa. Desde el Boletín Oficial de la Diócesis de Barcelona se inició una campaña de promoción de la Pastoral. La situación de persecución que sentían los carlistas era tan evidente que Nocedal escribía al Nuncio, el 28 de febrero de 1882, en estos términos: “Va a llegar el día en que cada uno se encierre en lo más hondo de su casa, convencido de que ya lo único que queda por hacer es salvar el alma propia, sin preocuparse de lo que en el mundo sucede”. Si eso ocurriese, argumentaba, es que el liberalismo católico habría triunfado definitivamente. En medio de esta desmoralización en el campo tradicionalista, un hecho vendría a remontar los ánimos, a la par que las polémicas: la aparición de El Liberalismo es pecado de Sardá y Salvany y la publicación de la Encíclica Cum Multa.
Javier Barraycoa
NOTAS:
[1] Joan Bonet y Casimir Martí, Op. cit., p. 56.
[2] Carta de Sardá y Salvany a Cayetano Barraquer, S.I., del 13 de febrero de 1882.