El pasado viernes día 29, el presidente del Gobierno que sufrimos actualmente en España, en su rueda de prensa posterior al consejo de ministros, pidió a los cargos públicos que no usasen corbata cuando no sea necesario. Se supone que este gesto permite combatir el calor a la par que regular los aires acondicionados a un nivel más suave, reduciendo así el consumo eléctrico.
Muy poco después de esta recomendación, Pedro Sánchez cogió un helicóptero Super Puma del ejército del Aire (y ahora también del Espacio) para desplazarse desde La Moncloa hasta la Base Aérea (y quien sabe si algún día también intergaláctica) de Torrejón de Ardoz. Esta Base dista unos 26 kilómetros del palacio presidencial. Un vehículo con un buen blindaje puede gastar unos 25 litros por cada 100 kilómetros; si el presidente se traslada con su coche y dos más de escolta, en caso de que los tres vehículos fuesen igualmente blindados, gastarían entre todos 75 litros cada 100 kilómetros, lo que supone que, desde La Moncloa hasta Torrejón hubiesen gastado 19,5 litros que, a razón de 1,9 € el litro supone un gasto de 37,05€.
El consumo del helicóptero Super Puma son 600 litros de keroseno por hora de vuelo a una velocidad de crucero de 245 km/h. Pasando por alto que los momentos de mayor gasto de combustible son el despegue y el aterrizaje, el viaje que hemos descrito dura 10 minutos, lo que supone la quema de 100 litros de keroseno de aviación, cuyo precio es de 2,64 €/l (2,18 € + 21 % de IVA), es decir, un gasto de 264 €.
Si tenemos en cuenta que, cuando se va a un lugar, necesariamente se ha de volver, el viaje completo, ida y regreso, en coche hubiese costado 74,10 € frente a los 528 € del Super Puma. Es decir, que el viaje aéreo ha tenido un sobrecoste de 453,9 € respecto al terrestre ¿Cuántos días tiene que pasar sin corbata este señor para ahorrar semejante diferencia?
Por desgracia los españoles estamos cada vez más acostumbrados a que nuestros políticos hagan impunemente lo que les da la gana, a que pidan austeridad y ellos no la tengan (recordemos las subidas de sueldos de los parlamentarios o el nombramiento de asesores innecesarios o los vuelos en primera clase en tiempos de congelación salarial y de crisis), a que prometan cosas y jamás las cumplan (recordemos la promesa de «protegernos de las eléctricas» de quienes han permitido la mayor subida de precio de la luz que hemos conocido o la promesa de derogar la Ley Aído por parte del PP de Rajoy) o a que se les llene la boca hablando de libertad pero luego nos mantengan ilegalmente detenidos durante tres meses alegando nuestra propia seguridad.
Y algunos dirán que todo esto procede del egocentrismo de un señor colocado ahí por un error de las bases del socialismo español, otros dirán que se trata de un engaño a los votantes que será corregido en el próximo proceso electoral y otros asegurarán que esto cambiará cuando cambie el color del gobierno ¡Ilusos! El problema de fondo es que las diferencias ideológicas y morales de los partidos políticos son mínimas, si es que existen, pues todos sirven a los mismos señores que no son, precisamente, el pueblo. Y los ciudadanos, por su parte, han perdido todos los mecanismos de control del poder quedándoles únicamente esa ficción de importancia que se les da el día de las elecciones.
C.R. Gómez