En el año 2020, la escritora norteamericana Julie Garwood escribió una novela titulada “La lista del asesino” en la que un especialista en autoayuda pide a los asistentes a su seminario que hagan una lista de las personas que les han herido o enfadado a lo largo de los años. Tiempo después algunos de los componentes de la lista van apareciendo muertos.

En la política española reciente también existen “listas del asesino” pero, en este caso, no se trata de listados de posibles víctimas, sino asesinos formando parte de listas electorales. De hecho, recientemente se ha montado un follón tremendo porque Bildu lleva en sus listas a asesinos de ETA. Me parece, además, un follón muy acertado porque ETA, en sus sesenta años de existencia asesinó a casi 900 personas y es una vergüenza que quienes han asesinado vayan en listas electorales.

El problema, que realmente constituye la parte de todo esto que no entiendo, es que, en nuestro país, tan solo en 2021, se asesinó a 90189 personas mediante aborto, cifra que ha aumentado en 1920 muertos más (hasta llegar a 92109) durante el año 2022. Es decir, que en España se asesina mediante aborto cada año a 100 veces más personas de las que asesinó ETA en sus 60 años de existencia y, sin embargo, no se monta el mismo follón porque haya partidos que lleven abortistas en sus listas.

Ningún partido político se plantearía permitir formar parte de sus listas electorales a una persona que haya asesinado a su cónyuge; mientras tanto algunos se permiten incluir a terroristas y todos aceptan sin reparos a quienes han matado mediante aborto. Es bueno eliminar de la vida pública política a todos aquellos que han matado a alguien, pero es moralmente improcedente hacer distinciones basadas en las características de la víctima eliminada.

 

C.R. Gómez

C. R. Gómez