A partir de ahí, lo que ustedes ya saben a grandes rasgos: gravísimos incidentes en numerosas ciudades por toda Francia, especialmente graves en los barrios con más presencia de inmigrantes. Coches y autobuses quemados, saqueos, policías heridos, agresiones a ciudadanos que intentaban retirar sus coches por temor a que fueran calcinados, tácticas de guerrilla urbana, material urbano quemado o destrozado, más de tres mil arrestados desde que comenzaron los disturbios, suspensión de la circulación de autobuses y tranvías en algunas zonas, toque de queda en ciertas localidades, escuelas y ayuntamientos incendiados… Francia es un caos. La cuestión es, ¿por qué?

Como siempre, es importante procurar no caer en la demagogia y/o el sensacionalismo y, en la medida en que se pueda, ir a las causas profundas de las cosas.

En primer lugar, según los datos de la web Numbeo, los índices de criminalidad en Francia son, en general, moderados, destacando por encima de todas la ciudad de Marsella, con una fuerte presencia de inmigrantes de origen africano. Según un artículo publicado por Vozpopuli hace más o menos un año, el país galo, con una población prácticamente un 30% superior a la de España, nos triplica en número de homicidios y prácticamente quintuplica el número de violaciones. Sólo en hurtos tenemos una tasa superior. Siempre según esta fuente, existen en España cuatro zonas donde la policía, por decirlo así, no infunde mucho respeto y procura molestar lo justo y necesario: son los famosos barrios de la Cañada Real en Madrid, La Mina en Sant Adrià de Besós, El Príncipe en Ceuta y la Cañada de Hidum en Melilla; es lo que se conoce como zonas no-go, zonas a las que la policía es mejor que no vaya o directamente no se atreve a entrar. En el barrio de La Mina, en concreto, les puede asegurar un servidor que tienen más autoridad los patriarcas gitanos que la policía, y eso que la comisaría de los Mossos d’Esquadra está justo en la entrada del barrio si se viene desde el río Besós. Las macrorredadas espectaculares con centenares de efectivos policiales y helicópteros se suceden en el tiempo y, en realidad, nada cambia. Son cosas más de cara a la galería que otra cosa. Sigue siendo un barrio conflictivo y con una alta tasa de delincuencia. Pero bueno, no nos desviemos. En Francia, detalla el artículo, existen ¡150 zonas no-go! Es decir, la policía no debería ir ordinariamente a estas zonas, al menos no sin refuerzos. Es preciso puntualizar que estos últimos datos son antiguos (datan del año 2005) pero, si hacemos caso de esta y otras fuentes, los hechos delictivos en Francia van en aumento, por lo que es lícito pensar que, posiblemente, este número no haya disminuido sino probablemente mantenido o más bien aumentado. Todos estos datos nos llevan a concluir que el Estado, en numerosos puntos de Francia, no tiene autoridad alguna. Y huelga decir que, en los lugares donde el Estado no la ejerza, la ejercerá otro. La corrección política imperante juega, además, en contra de los que deberían tomar las medidas adecuadas para que esto no se produzca. Eso sí, no son más que víctimas de su propio discurso buenista y falsamente progresista.

En segundo lugar, no es la primera vez que pasa algo semejante. Ya pasó en el 2005, cuando dos jóvenes del extrarradio parisino murieron electrocutados cuando los perseguía la policía, aunque esta vez está siendo aún peor. Pero no hubo disturbios en las banlieus cuando Samuel Paty, un profesor de historia de 47 años fue decapitado en el año 2020, en Conflans Sainte Honorine, al norte de París, por enseñar a sus alumnos caricaturas de Mahoma. Ni por el asesinato de la pequeña de 12 años Lola Daviet, por cuya violación, tortura y asesinato fueron arrestados dos hombres y dos mujeres, todos argelinos. Tampoco tras los atentados de la revista Charlie Hebdo ni de la sala Bataclan. El joven Nahel era, en cambio, como tantísimos otros jóvenes de las banlieus francesas, hijo de inmigrantes. Es decir, resulta muy fácil para los chavales de estos barrios identificarse con él; fácilmente pueden pensar que podría haber sido cualquiera de ellos. En esas calles, con altos porcentajes de inmigración y desempleo, estos críos crecen, en muchos casos, odiando a la policía y rechazando la autoridad. No habría que infravalorar el papel que la música rap y hip-hop que escuchan muchos de estos chavales juega en la formación de su imaginario, como tampoco la cultura de la calle, gangsteril, presente en los barrios como estos de los que hablamos. La cuestión, por tanto, no es tanto que haya muerto un chaval de 17 años, sino que ha sido uno de los suyos y, por si fuera poco, a manos de un policía. El pack completo.

Musulmanes franceses protestan contra la revista ‘Charlie Hebdo’ el 18 de enero de 2015, días después de que comandos yihadistas matasen a 17 personas en un atentado contra la publicación (Reuters) – El pie de foto está copiado literalmente de la fuente, El Confidencial. https://blogs.elconfidencial.com/mundo/tribuna-internacional/2015-11-15/columna-luis-rivas_1096702/

Y, en tercer lugar, hay un elemento clave para comprender lo sucedido. Por razones diversas y complejas, estos chicos, en muchos casos, sencillamente no se sienten franceses: existe entre ellos un sentimiento de desencanto con su rol social, además de tener instalado en su imaginario, justamente o no, que son víctimas de discriminación por ser hijos de inmigrantes. Por otra parte, en zonas donde la mayoría de la población no es francesa nativa, es imposible que haya integración. ¿Integrarse dónde, si más de la mitad de la población es de origen africana? Los franceses nativos son los que se verán fuera de lugar en esos barrios, en todo caso. ¿Integrarse, por qué? Si su identidad colectiva es fuerte y no tiene nada que ver con la liberté, la égalité ni la fraternité. ¿Integrarse para qué? ¿Para luchar contra el cambio climático y defender los derechos del «colectivo» gay? ¿Es que nadie ve el absurdo de todo esto?

A todo esto, la única nota de cordura la han puesto desde la familia del joven Nahel, que en paz descanse. Su abuela ha acusado a los violentos de utilizar la muerte de su nieto como excusa para destruir el país.  Asimismo, la madre del chico culpa al policía que le disparó, y solamente a él, de tener que enterrar a su hijo. El agente, como seguramente sabrán, ha sido arrestado. Y mientras una familia llora la muerte de uno de los suyos, la ira y la rabia se desbordan dando a la sociedad biempensante una dosis de realidad.

 

Lo Rondinaire

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