Blas Infante, padre de la patria andaluza venerado por toda la partitocracia desde el PP hasta los comunistas, explicó en una entrevista, dos meses después de la proclamación de la Segunda República, los objetivos de los andalucistas:
–Los liberalistas [sinónimo de andalucistas], suprimido ese valladar de esclavitud [los latifundios], vamos aún más lejos: a unir en un latido común por Andalucía a 300 millones de seres a quienes destruyó su cultura la tiranía eclesiástica.
–¿Ve ese instante inmediato?
–Un crack de Europa, por ejemplo una nueva guerra, lo produciría automáticamente. Entonces 1.200.000 andaluces que viven sus nostalgias de Tánger a Damasco, y los 300 millones de hombres de Afro-Asia, que sueñan por nuestra cultura, intervendrían para destruir de una vez la influencia del norte.
Sesenta años más tarde, en 1993, el rey marroquí Hassan II declaró lo siguiente a una televisión francesa:
–Entrevistadora: ¿Usted querría que los musulmanes se integrasen en Francia? ¿Está usted a favor o en contra del principio de la integración?
–Hassan II: Yo no querría en modo alguno que sean el objeto de una tentativa de integración puesto que no se integrarán jamás.
–¿Usted cree que ellos no querrán o que serán los franceses los que los rechacen?
–Ellos no podrán. Sería posible entre europeos, pues su mundo es el mismo, su religión, etc. Los movimientos europeos a lo largo de la historia han sido entre el este y el oeste. Pero esto es entre continentes, y no hay nada que hacer: serán malos franceses.
–Así pues, ¿nos desaconseja usted intentar la integración?
–Les desaconsejo en lo que se refiere a los míos, los marroquíes, que intenten un cambio de nacionalidad, pues nunca serán franceses al 100%, se lo puedo asegurar.
En octubre de 2020, el dirigente religioso Nidhal Siam hizo las siguientes declaraciones desde la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén:
La civilización de Francia y de Occidente es una civilización de mentira y pecado, de ateísmo y herejía. Odian la religión verdadera de Alá, la religión del monoteísmo. La suya es la civilización de la prostitución, de la promiscuidad, de la homosexualidad. Por eso odian al profeta Mahoma. ¡Toma nota, Macrón! ¡Con la guerra santa destruiremos tu honor y tu mala vida! ¡Mañana conquistaremos París! Desde la mezquita de Al-Aqsa decimos a Macron, el enemigo de Alá y su profeta, que dentro de poco habrá un califato guiado por el profeta Mahoma. Sus grandes ejércitos avanzarán al grito de ¡Alá es grande! y ¡No hay más Dios que Alá! para invadir Francia y conquistar Roma y así implantar la justicia y la luz. Pronto, Macron, destruiremos tu civilización corrupta y purgaremos la tierra de la basura capitalista. Con la ayuda de Alá pronto os gobernaremos con la justicia y la magnífica civilización del islam. Entonces los pueblos de Europa se darán cuenta de todo el mal que les trajo la Revolución Francesa. La única respuesta a Francia y su presidente es declarar la guerra santa en nombre Alá.
El cardenal guineano Robert Sarah, quizá amparado en una condición de negro africano que le permite hablar con una libertad peligrosa para un blanco europeo, se ha destacado en los últimos años por sus frecuentes declaraciones advirtiendo a Europa de su pronta desaparición por haber abandonado sus raíces y por haber permitido la llegada de millones de inmigrantes que la van a destruir desde dentro:
Mi mayor inquietud es que Europa ha perdido la conciencia de sus orígenes, ha perdido sus raíces. Un árbol que no tiene raíces muere. Tengo miedo de que Occidente muera. Hay muchos síntomas. No hay nacimientos y estáis siendo invadidos por otras culturas, por otros pueblos que os van a sobrepasar en número y van a cambiar totalmente vuestra cultura, vuestras convicciones, vuestros valores.
Hace dos años, en abril de 2021, un millar de militares franceses, entre ellos veinte generales, publicaron una carta abierta al presidente, gobernantes y parlamentarios alertando del grave peligro de desintegración y guerra civil en Francia provocado por la inmigración afroasiática:
El momento es grave, Francia está en peligro, numerosos peligros mortales la amenazan (…) Nuestro honor nos exige denunciar la desintegración que amenaza nuestra patria. Desintegración que, a través de cierto antirracismo, tiene un único fin: crear en nuestro suelo malestar, incluso odio en la sociedad. Algunos hablan hoy de racismo, de indigenismo y de teorías descolonizadoras, pero lo que persiguen estos odiosos fanáticos es la guerra racial. Desprecian nuestro país, sus tradiciones, su cultura, y quieren destruirlo arrancando su pasado y su historia (…) Desintegración que, con el islamismo y las hordas de las periferias, implica la separación de múltiples parcelas de la nación para transformarlas en territorios sujetos a dogmas contrarios a nuestra constitución (…) Los peligros aumentan, la violencia crece día a día. ¿Quién hubiera podido imaginar hace diez años que algún día un profesor sería decapitado al salir de clase? (…) Quienes dirigen nuestro país debéis erradicar con valentía estos peligros. Para lograrlo basta con aplicar sin debilidad las leyes que ya existen. No olvidéis que, como nosotros, una gran mayoría de nuestros conciudadanos están exasperados por vuestras indecisiones y vuestros silencios culpables (…) Si no se hace nada, el laxismo seguirá propagándose inexorablemente por la sociedad, provocando finalmente una explosión y la intervención de nuestros compañeros activos en una peligrosa misión para proteger nuestros valores civilizatorios y salvaguardar a nuestros compatriotas en el territorio nacional. Como podemos ver, ya no es tiempo para la contemplación; de lo contrario, este caos creciente desembocará en guerra civil, y los muertos, de los que ustedes serán responsables, se contarán por miles.
Podríamos continuar con mil testimonios más, pero baste con éstos. Lo que está sucediendo estos días en Francia es habitual en toda Europa desde hace tiempo. Y mientras el caos llama a nuestras puertas, en la Europa del este miles de jóvenes rusos y ucranianos se matan entre sí. Y en la del oeste, miles de fenómenos se contonean por las calles disfrazados de mandriles mostrando a los niños sus culos multicolores.
Los tiempos cambian, ciertamente, aunque algunas cosas permanecen. Con los cañones turcos derribando las puertas de Constantinopla, los últimos bizantinos se entretenían discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Los últimos europeítos de hoy prefieren discutir sobre el sexo del ser humano, criatura mucho más cercana y fácil de observar pero mucho más difícil de definir dados sus ochocientos sexos.
Lo que hoy golpea nuestras carcomidas puertas no es un ejército otomano, sino hordas de vándalos franceses con pasaporte francés y nacidos en Francia pero que, dadas sus raíces afroasiáticas, odian a una Francia y una Europa que desean ver destruidas. Y con la ayuda de francesitos de pura cepa que, como nuestros izquierdistas patrios, están encantados de colaborar en su autodestrucción.
Hoy ya no habrá Constantinoplas, ni Covadongas, ni Poitiers ni Lepantos. Porque ya no quedan pueblos recios, ni hombres grandes ni nada digno que defender.
Jesús Laínz
Publicado en Libertad Digital