Y estoy harto

 

No he fumado en la vida,  salvo algún cigarro en la adolescencia, por aquello de la rebeldía juvenil…

Mi padre y mi abuelo, que eran fumadores, siempre nos decían, a mi hermano y a mí, que el  tabaco era muy malo, pero que si queríamos fumar –como ellos-, no nos escondiéramos.

Y tal vez por eso, cuando fumé algún pitillo, empezaba a toser, y notaba que esa cosa no me sentaba bien.

No tuve reparo en dejarlo…, casi antes de empezar con el vicio.

A ello contribuyó, y creo que mucho, que una vez cogí un puro  retorcido, que creo se llamaban “caliqueños”, que fumaba mi abuelo, y era francamente vomitivo, por lo fuerte que era, por lo menos para mí.

Pero ahora, por obra y gracia del “estado de las autonosuyas”,  vuelvo a fumar, pasivamente, en las terrazas de las cafeterías, pues al  gobierno saliente de Aragón (creo), del  PSOE, no se le ha ocurrido otra parida que autorizar que se fume en ellas.

Y las personas que han dejado el tabaco, y los que prácticamente nunca hemos fumado, volvemos a hacerlo, por obra y gracia de una normativa que atenta contra el derecho a la salud de los demás.

Soy consciente de que los fumadores, que no respeten su propio cuerpo y bienestar, difícilmente se van a preocupar por los demás, y así sucede, en la práctica.

Y te encuentras con los típicos fumadores enganchados al tabaco, que te echan su humo por encima, y parece que hasta disfrutan, haciéndote fumar, ensuciando tu ropa y pelo con el tabaco, etc.

¿A qué fines obedece esta modificación normativa, en contra del interés general…?

Parece obvio que a presiones de la industria tabaquera y, posiblemente, de la hostelería, a la que la prohibición de fumar en las terrazas les restaba clientes.

Pero, en una situación de intereses contrapuestos, ¿cuál debe prevalecer, el  general, el  derecho a la salud colectiva, o el  particular, de la hostelería y la industria tabaquera…?

Por no hablar, también, de la gran recaudación fiscal que se obtiene por el  consumo del tabaco, de forma que a todos los gobiernos se les llena la boca grande diciendo que el tabaco es malo, pero luego, con la boca pequeña, fomentan el  tabaquismo.

En fin, una más de las cacicadas que va dejando la política por dónde pasa, generando en ocasiones hasta enfrentamientos, entre fumadores activos y fumadores pasivos.

Al final, la hostelería se va a encontrar con que los que no queremos fumar, y mucho menos que se nos obligue a fumar, dejaremos de frecuentar las terrazas de los bares y cafeterías.

Y ellos se lo perderán, que en mi dinero y mi salud, mando yo.

 

Ramiro Grau Morancho

Académico, jurista y escritor

https://www.ramirograumorancho.com

Ramiro Grau Morancho