«La democracia no es tanto el imperio de las palabras como el de las mentiras».
Nicolás Gómez Dávila
A la muerte de Franco se dio en España el proceso que todos conocemos por Transición, esto es, el intento de meter en la misma barca los restos del franquismo, la izquierda y los nacionalistas, y que todos estuvieran contentos y remando en la misma dirección; en la dirección que indicara el capitán de la barca, eso sí, que era EEUU. Hablando en propiedad, no es que se «diera» este proceso, o sea, no es que fuera algo que sucedió de modo natural, sino que fue pilotado, como decimos, por los yankees y también por Alemania. No era cosa fácil, desde luego. Por eso tuvieron que matar a Carrero Blanco: porque suponía un verdadero escollo en los planes de aquellos que querían convertir a España en un guiñapo, en el pelele que es hoy, y por eso se sacaron de la manga, a base de millones de fundaciones alemanas, un nuevo PSOE vestido de socialdemócrata que hiciera las veces de izquierda moderada, de modo que no provocara reacciones indeseadas por la parte derecha; no se crean ustedes que el PSOE fue oposición real a Franco porque no lo fue. Ese papel correspondió, en todo caso, al Partido Comunista que, recuerden, fue finalmente legalizado en 1977.
España pasó de este modo a una democracia liberal y con ella venían, según nos han contado, la Libertad y el Progreso, así, con mayúscula. Ah, y nos dimos una Constitución, por supuesto, una que contentara a todo el mundo, claro que sí. Y ahí ya se empezó a ver, desde el principio y para quien quiso ver, cómo iban a ser las cosas. Cuando años ha se debatió en el Congreso sobre el aborto, Gregorio Peces-Barba, uno de esos que se ha dado en llamar padres de la Constitución, declaró: «Desengáñense sus señorías. Todo depende de la fuerza que está detrás del poder político y de la interpretación de las leyes. Si hay un Tribunal Constitucional y una mayoría política proabortista, «todos» permitirá una ley del aborto; y si hay un Tribunal Constitucional y una mayoría antiabortista, «personas» impedirá una ley del aborto». Traducido: el que sea hegemónico hará, hablando en plata, lo que le dé la gana. Por ejemplo: eliminar el delito de malversación. Por ejemplo: eliminar el delito de sedición. Por ejemplo: indultar a los golpistas nacionalistas. Amnistiarlos. Condonar la deuda, dar las competencias de los trenes de cercanías a los nacionalistas o lo que se tercie. En definitiva, ejercer un poder prácticamente absoluto. Muy «democrático», eso sí. ¿Y por qué? Pues, en este caso, por el mero interés egoísta y partidista de un señor con un ego que no le cabe en el cuerpo y de su partido, ese tumor, esa secta llamada PSOE. Porque necesita de unos míseros votos para seguir llevándonos, pasito a pasito, a la III República. ¡Como si el «rey» reinara, como si esto no fuera ya en la práctica una república! En fin, alguien tan lejano en el tiempo como Aristóteles nos dejó unas palabras que describen perfectamente la situación de España: «(…) todos los regímenes que buscan el bien común son rectos, según la justicia absoluta; al contrario, cuantos se preocupan solo del interés personal de los gobernantes son defectuosos y todos desviaciones de los regímenes rectos1, pues son despóticos, mientras que la ciudad es una comunidad de hombres libres».
Visto lo visto cabría concluir, como hemos dicho ya antes aquí, que la democracia no existe, que es mentira, que es una milonga enorme. Los gobernados sólo eligen al sinvergüenza que les va a robar, a mentir y a manipular. Ningún partido va a gobernar en aras al bien común, desengáñense. Pero aún así existen personas, y muchas, que siguen defendiendo las bondades de la democracia. Estos, más que demócratas, son democratistas, es decir, parecen defender la idea de que este régimen político es el único bueno y, por tanto, deseable. O el menos malo, dirían algunos; tanto da. No se puede ser más cándido. Por supuesto, fuera de este espectro está la práctica mayoría de la izquierda, cuya concepción de la sociedad y del poder es totalitaria. Ya lo dijo Theodore Kaczynski, conocido como ‘Unabomber’2: «El izquierdismo es una fuerza totalitaria. Dondequiera que esté en una posición de poder tiende a invadir toda parcela privada y fuerza a todo pensamiento a un molde izquierdista. En parte es por el carácter casi religioso de éste; todo lo que sea contrario a sus creencias representa el pecado». Todo vale con tal de que no gobierne la derecha, ya saben —precisemos: la derecha nacionalista española—. Era así en la II República y es así ahora. Y los otros sin verlo venir. Eso que llaman la derecha no se ha enterado de la película: perdió la batalla política y cualquier posibilidad de llevar la iniciativa en el mismo momento en que aceptó el marco mental de la izquierda, y encima ahora se sorprende al ver que un déspota hace lo propio de su condición. Pese a todo, parece que ahora, y sólo ahora, empiezan algunos a abrir los ojos a lo que se les viene encima, y ha hecho falta para ello que un gobierno en bloque haga exactamente lo que dijo repetidas veces que no haría para que despierten. Aunque ahora, con casi toda probabilidad, es tarde.
Pero es que los españoles hemos estado demasiado ocupados durante estos años de libertad y progreso, los de izquierdas, los derechas, los de arriba y los de abajo. ¡Qué bien nos han sentado! Divorcio, drogas, aborto, homosexualismo, baja natalidad, folleteo, ocio, «cultura» de masas, aburguesamiento general… ¡Cuánto hemos progresado! O más bien, cuanto nos hemos acomodado. ¿Cómo no va a haber inseguridad, okupaciones, machetazos, violaciones grupales, inmigración descontrolada, corrupción? ¡Pero si es normal! Ya saben: cuando el gato no está, los ratones bailan. Pero bueno, aun así, la gente, mal que bien, llega a fin de mes, y mientras las desgracias no le pasen a uno, vamos tirando. Y con eso vale, ¿no? Para qué preocuparse de otra cosa mientras se puedan pagar las facturas e ir de vacaciones si, además, las cosas malas les pasan a otros.
Todos ustedes habrán oído eso de que si se arroja una rana a un recipiente con agua hirviendo salta rápidamente; en cambio, si se la deja en agua a temperatura ambiente y se va calentando progresivamente, se queda en el recipiente hasta que se cuece. Pues así han sido cocinados España y los españoles: a fuego lento. La abundancia material y el vicio nos han obnubilado y nos han llevado a entregarnos a manos de unos sinvergüenzas. Seamos sinceros: en el fondo, tenemos los nos merecemos. Veremos si aún queda algo de dignidad y de cojones en España y se produce un despertar, aunque esto, sin la lucidez precisa para comprender cómo hemos llegado hasta aquí, tampoco servirá de nada. De momento, no pinta bien.
Como se suele decir, disfruten de lo votado.
Lo Rondinaire