En el año 2016 creía que no era buena idea ser progresista. Y me pregunto si tengo motivos para cambiar, a las puertas de 2024.
¿Qué motivos tengo para no ser progresista ni desear serlo? Según la Real Academia Española: «Dícese de la persona, colectividad, etc., de ideas avanzadas, y de la actitud que esto entraña».
Estas definiciones de progresista que incluyen «ideas avanzadas» y las actitudes correspondientes, son demasiado vagas para ser útiles. En cambio, la gente podría estar de acuerdo, o no, dependiendo de su significado concreto. Olvidemos, pues, estas generalidades y citemos unas palabras de Cristina Losada:
‘Los cerebros de los que presumen de «progresistas» presentan características singulares que los inducen a creer en las palabras y no en los hechos, en las intenciones y no en los resultados. Piensan así que todo lo que hace un «progresista» declarado redunda en el progreso de la humanidad; y si la realidad lo desmiente, simplemente la apartan. Habitan una caverna ideológica muy confortable y no quieren salir al exterior. Creen incluso que allí disponen del monopolio de la verdad y de la crítica’.
Veamos estas características más de cerca. Empecemos por su desprecio por los hechos contrarios a sus intereses. Es habitual que los progresistas definan lo «políticamente correcto». ¿Por qué? Porque ellos se arrogan la facultad de definir la realidad política. Porque son moralmente superiores.
Naturalmente, esto no es cierto. Pero controlan (al menos intelectualmente) la mayoría de los medios de comunicación/manipulación y los centros de enseñanza/adoctrinamiento. O sea, están en las mejores condiciones para conformar y manipular las conciencias de la gente, especialmente de las jóvenes generaciones. Resumiendo, la izquierda reparte los carnés de demócrata.
¿Qué importancia tiene esto? En una sociedad políticamente madura, ninguna. Si el auditorio es culto e inteligente, un progresista que utilice facha como argumento, hace el ridículo. Si alguien defiende la democracia y las libertades individuales, no puede ser, al mismo tiempo, un facha. Esta idiotez seguirá así mientras haya tanta gente que trague sus «verdades oficiales». Claro que la responsabilidad no es sólo suya. La derecha española ha destacado por su mediocridad, cobardía y estupidez, al no oponer un debate ideológico serio.
Veamos una segunda característica de los progresistas. El mundo está dividido entre buenos y malos. Llevamos décadas oyendo a reputados progresistas cantar las alabanzas de la dictadura cubana. Fidel Castro fue objeto de peregrinación de todo buen progresista. Claro que, para ellos, la dictadura cubana, en realidad, no lo era. Eran infundios y maledicencias de la derecha. Los progresistas esconden los fusilamientos, los presos políticos y la miseria.
Ahora veamos a los malos. El general Pinochet era un dictador malo porque era de derechas. Fidel Castro era un dictador bueno porque era de izquierdas. Es la idiotez oficial de los progresistas.
Una tercera característica de los progresistas es su antiamericanismo y su odio a la economía de mercado. J.F. Revel, en su libro La obsesión antiamericana, dice: «La función principal del antiamericanismo era- y lo es aún hoy- la de difamar el liberalismo en su encarnación suprema. Disfrazar a los Estados Unidos de sociedad represiva, injusta, racista, casi fascista».
De ahí que podamos comprender a la entonces diputada comunista Ángeles Maestro mientras veía por televisión, en los pasillos del Parlamento, el atentado a las Torres Gemelas: «Se lo habían buscado», dijo ella.
Como dice el filósofo J.A. Rivera: «Si uno ya ha contraído el deseo de darse de baja en el anodino club de los progres blancos y blandos, sabe que sus viejos cofrades descargarán sobre él una copiosa granizada de improperios: conservador, reaccionario, de derechas, neoliberal…
¿Y qué ofrecen los progresistas para solucionar los problemas que nos aquejan? Utopías. Además de muchos derechos- sin obligaciones, por supuesto- y «buenismo» a raudales. O sea, el socialismo del gasto público a manos llenas que conduce a la ruina. Pero fue con buena intención.
Ya dijimos que, para los progresistas, lo que realmente importa son las buenas intenciones. Las suyas, por supuesto. Porque la derecha no puede tener buenas intenciones.
Que los progresistas se crean éstas y otras idioteces, no hace buena a la derecha meapilas. En noviembre 2023, Núñez Feijoó dijo que ‘quiere tender puentes con el PSOE’. No le ha bastado con el golpe de Estado de Pedro Sánchez, pactar con Bildu, amnistía a los golpistas, acusar a los jueces de corruptos, colonizar las instituciones, manipulación mediática, etcétera. Prefiere el PSOE golpista antes que a Vox. En estos graves momentos, si ‘tiendes puentes’ a los traidores a España y la Constitución, serás tan despreciable como ellos. Además de cobarde.
¿Por qué no soy progresista a las puertas de 2024? Aunque la derecha popular es acomplejada- dicho suavemente- y con su cuota de corrupciones, la izquierda (progresistas, la chusma que sostiene al autócrata/traidor Sánchez), es mucho peor. Una tribu golpista, sectaria, corrupta y sin escrúpulos. Y votantes norcoreanos.
Por eso no soy progresista.
Sebastián Urbina