Tras las pedanterías y cosmopaletismos de hace unas semanas, vayamos ahora con lo más sabroso: los despistes o, como prefería decir el añorado Amando de Miguel, trabucamientos. Antes de entrar en materia, envío urbi et orbi mi agradecimiento a todos los amigos y lectores que han compartido estas perlas cultivadas dignas de felice recordación:

«Desde hace varios días no se ve la tele. Tenemos que llamar al anestesista de la comunidad».
«Mozart fue extraordinariamente procaz. A los seis años ya empezó a componer».
«Sufrió un accidente muy grave, pero gracias a Dios no le han quedado secuencias». Espléndido hallazgo: a medio camino entre las secuelas y las consecuencias.
«Ese tío es tan feo que parece un alernígena». Dícese del marciano que provoca estornudos.
Una paciente se queja al dentista de las molestias que le provoca su nueva prótesis dental: «Doctor, ¡esto es un suplificio!», agravada combinación de suplicio y sacrificio.
«Tengo que ir al otorrino. Noto que estoy perdiendo mucha audiencia».
«Nada muy bien en los tres estilos: braza, espalda y caracol».
«El problema del sistema electoral español es la ley d’Ohm».
«Los gitanos no somos una raza, somos una hernia».
«¡Echar Coca-Cola a este vino tan bueno es sacrílico!».
«–¿Qué hay para comer?– Almóndigas con munición».
«El médico me ha dicho que lo que de verdad engorda no son las proteínas y la grasa, sino los hidrocarburos».
«Mi hija estudia piano en el conversatorio».
«Distingue mal los colores, es disléxico».
«Aquel fue un gol de odontología».
«¡Menudas inflas que tiene ese tío!».
«Gasto poco. Sólo lo estrictamente innecesario».
«Hay filetes de ave estruz».
«Me quedé escupefacto».
«Por una vez, y sin que sirva de preferente, estoy de acuerdo contigo».
«Como retengo líquidos, me han recetado un diabético».
«Un individuo de dudosa refutación».
«Según se van acumulando dinero y años, se va uno hamburguesando».
«Dios no discute si uno no quiere».
«Es una fiesta elegante. Habrá que ponerse las mejores gaitas».
«Por favor, ¿la calle Calderón de la Vaca?».
«¿Dónde tienen los libros de Francisco José Cela?».
Un lector pidió en una librería Eucalixto y Melibea. Debía de oler bien el doncel.
Un aprendiz de melómano se interesó por la Sinfonía enana de Schumann. Y otro, por La momia vendida de Smetana.
A continuación, algunas expresiones trabucadas: el tal Majal; higos chungos; insemillación artificial; echaculación, del verbo echar, lógicamente; colegio de las mercenarias, todo un clásico; escopeta de aire acondicionado; hombre sulfurioso, grado superior al lujurioso; luces fulgorescentes; café podrefacto, probablemente a medio camino entre el podrido y el torrefacto; pirineo por perineo; el bolsón de Higgs; Dolce galbana; bocata di cardinale; pasionaria del pino; pescadería que se muerde la cola; abrigo de visión; máquina reprimidora de naranjas; estar en la hipnopia; hacer algo con prevaricación y alevosía; librarse por el cuarto de un duro; sacar a colofón; agua Sudán de Cabras; las iglesias románticas de Zamora; el mundo es un buñuelo… Pero la medalla de oro probablemente se la merezca la pícara sábana pajera.

Estos casos se producen por la combinación entre ignorancia, despiste y, en no pocos casos, una lógica sorprendente, como la de la admirable insemillación artificial. Pero, aparte de ser los más disculpables, en muchas ocasiones más que a la risa nos mueven a la ternura. Porque no todos los errores son igual de culpables. Una cosa es que una persona lega en medicina confunda palabras de esa disciplina o pronuncie mal el nombre de un medicamento, y otra bien distinta que un político o un periodista, profesionales supuestamente letrados, digan un disparate, sobre todo cuando lo que pretenden es dárselas de listos.

Un nutrido porcentaje de los políticos españoles actuales demuestran cada vez que abren la boca ser unos analfabetos funcionales, sin distinción de agencias de colocación, perdón, de partidos. De ahí la maldad de concluir estos párrafos con la ministra Pilar Alegría, ésa que dice producieron, jurisdiprudencia y contundencia cero contra el narcotráfico. Ministra de Educación y portavoz del gobierno, por cierto. Éste es el nivel de quienes gobiernan España.

Pero regresemos a lo importante: no se olviden de enviarme, por favor, los trabucamientos que conozcan y que vayan pescando por ahí (a jesuslainz@jesuslainz.es). Porque si entre Titivillus y un servidor conseguimos acumular una buena cantidad de ellos, quizá podamos convencer a nuestro sufrido editor de la necesidad de meter en máquinas una nueva edición ampliada de La lengua retorcida para orgullo y satisfacción de los lectores que, a pesar de todo, nos esforzamos en seguir conservando el buen humor.

 

Jesús Laínz

Jesús Laínz