El principal protagonista de estas trágicas jornadas valencianas ha sido, naturalmente, el inconcebible dolor de las víctimas de un golpe tan cruel del destino. El universo es un lugar peligrosísimo: está continuamente intentando matarnos. Enfermedades, accidentes, fieras, volcanes, terremotos, inundaciones… cualquier método sirve. Y como si la naturaleza no fuera suficiente, la criatura hecha a imagen y semejanza de Dios colabora con eficacia. De ahí la dificultad para seguir creyendo en la divina providencia. Conviene releer de vez en cuando el poema que, a propósito del terremoto de Lisboa de 1755, en el que perecieron cien mil personas, dedicó Voltaire al problema teológico de la existencia del dolor y el mal.

Pero, como llevamos varias semanas comprobando, la naturaleza no sirve cuando de lo que se trata es de designar un culpable sobre el que descargar la furia. Muchos españoles, especialmente los más cercanos a la tragedia, han demostrado una fortaleza y una generosidad incomparables con la mezquindad de la mayoría de nuestros políticos. Pero al mismo tiempo se ha podido contemplar el bochornoso espectáculo de esos políticos echándose las culpas por la ineficacia ante la catástrofe dependiendo del partido político de cada cual. Y millones de ciudadanos, detrás de ellos. ¿Es casualidad que quienes han considerado que el más culpable ha sido el gobierno regional hayan sido los votantes de eso que se llama izquierda y quienes han cargado las culpas sobre el gobierno nacional hayan sido los votantes de eso que, cada día menos, se llama derecha?

La mayoría de la gente no se adscribe a una u otra opción política por reflexión. Se es de un partido o de otro por motivos bien diferentes, el más importante de los cuales es el odio al contrario. Los españoles son hinchas de los partidos políticos tanto como de los equipos de fútbol. Y ambas cosas sirven para canalizar la agresividad de la que, lamentablemente, andamos sobrados. La irracionalidad de los afectos no determina sólo las filias y fobias balompédicas, puesto que impregna hasta el fondo el ámbito de la política. Lo mismo que con los partidos sucede con los medios de comunicación, frecuentados sólo por los de la hinchada propia y nunca por los de la ajena, como los mítines electorales. Así, la reflexión política se desarrolla en compartimentos estancos, quedando recluida en sí misma como retroalimentación de los ya convencidos.

Pero, aunque la agresividad y el maniqueísmo hayan abundado en todas las opciones políticas, quizá sea la izquierda la que, una vez más, ha demostrado su maestría en la infame disciplina de utilizar los muertos contra sus adversarios políticos, como en marzo de 2004. Los gobernantes socialistas y sus lacayos mediáticos han intentado camuflar sus vergüenzas mediante acusaciones falsas a enemigos inventados. Incapaz de admitir que sean ciudadanos de cualquier ideología y condición quienes se le enfrenten, Pedro Sánchez ha acusado de sus momentos tensos en Valencia a «grupos ultras perfectamente organizados». El eterno fascismo, siempre malvado, siempre activo, en cualquier época y lugar, contra el bien representado por la izquierda. Ésa ha sido la consigna obedientemente reproducida por mil voces políticas y periodísticas.

Inmortalicemos en tinta tres ejemplos de los muchos que han corrido por pantallas y redes. En el primero, una periodista entrevista a una mujer negra, vecina de Paiporta:

–¿Qué le pareció la visita del presidente Sánchez ayer aquí?

–Fatal. Fatal. Vino tarde, para entorpecer el trabajo de la gente. Y encima las acusaciones que se están vertiendo a varios vecinos de Paiporta que no tienen nada que ver con la realidad. Porque son gente que me tocan a mí justamente de cerca y no tiene nada que ver con lo que se ha dicho.

–¿Qué le parece que después les llamaran neonazis, marginales…?

–Fatal, fatal, porque no son nada de eso. Son excelentes personas y son las que más están arrimando el hombro. Y de neonazis nada, ni marginales ni nada. Es gente que está harta. Estamos hartos. Se nos ha dejado tirados.

En el segundo, la famosa Ana Rosa Quintana interroga a una joven:

–Están diciendo que ha habido grupos criminales o ultraderechistas que…

–Los primeros que cogieron las palas y vinieron a ayudar. De verdad os lo digo. Vinieron un grupo de ellos, de los ultras del Valencia, del Levante, y son los primeros chavales que cogieron, se arremangaron y se pusieron a sacar con palas.

La vocera del régimen quedose sin voz.

Y para terminar, un magnífico ejemplo de lo mojigatos que se ponen los campeones de la libertad de expresión cuando lo que se expresa es inexpresable.

Un joven explica a una periodista:

­–La verdad es que la gestión de este gobierno, de todos los gobiernos, que estáis arriba, en la puta cúspide, no estáis haciendo nada. Y voy a deciros otra puta cosa. ¿Sabéis quién tenía razón? ¡Francisco Franco Bahamonde! ¡Tenía razón! ¡Tenía razón con el Plan Sur!

–¡No, no, no! ¡Por Dios, por Dios! ¡Tranquilo, tranquilo! –se santiguó la periodista.

Amén.

 

Jesús Laínz

Jesús Laínz