de Sebastián Urbina

 

Muchas gracias por su asistencia a la presentación de este nuevo libro. Tiene mucho mérito y lo valoro como se merece.

También daré las gracias a mis amigos Fulgencio Coll, General de División, que ocupó la Jefatura de Estado Mayor del Ejército de Tierra, y el prestigioso abogado, Joan Huguet, que es el mejor portavoz que ha tenido el PP. Les agradezco su brillante exposición y su gran generosidad conmigo.

Ahora les voy a leer algo, que escribí para esta ocasión. Finalmente, podrán hacer los comentarios y preguntas que quieran.

Citaré lo que dijo Otto Neurath, filósofo, economista y matemático, miembro del Círculo de Viena. (1882/1945-Viena):

‘Somos como marineros que tienen que reconstruir su barco en alta mar, sin poder desmantelarlo en un puerto y reconstruirlo de mejores componentes’.

Creo que podemos aprender algo de este destacado pensador vienés. En primer lugar, la calificación de ‘marineros’. Esto supone, entre otras cosas, peligro e incertidumbre. ¿Por qué? Porque el marinero tiene que moverse de un lugar a otro, y no en tierra firme. Porque el marinero sabe que el mar -aparte de maravilloso- es potencialmente muy peligroso. Y porque su conocimiento del mar y de los cielos, es siempre limitado. De ahí, la incertidumbre y el peligro que rodean su vida y su trabajo.

En tales circunstancias, lo más racional es lo que dice Neurath. Reconstruir el barco, y tiene que hacerse en alta mar. ¿Qué significa esto? Que la vida es dura y difícil, aunque también sea un regalo extraordinario, con momentos magníficos.

Precisamente porque la vida es dura y difícil, tenemos que reconstruir el barco en circunstancias adversas. Cualquiera que me escuche y no sea un jovencito, sabe que las dificultades de la vida son reales e inevitables.

Y nos podemos preguntar ¿Por qué hay que reconstruir el barco? Porque nada es para siempre. Desde luego, nosotros mismos, que somos seres finitos. Pero así son, también, nuestras construcciones. Las construcciones humanas. De ahí que tengamos que reconstruirlas. Y esto tiene un claro mensaje político.

Lo mejor, o lo menos malo, es reconstruir/reformar lo que tenemos. ¿Y qué es lo peor? Lo peor es creer que nuestras construcciones durarán para siempre y sin retocar. Es algo parecido, sólo parecido, a las personas que no intentan mejorarse, que no intentan reconstruirse. Como si ya fueran perfectas desde el principio de sus vidas. El que así lo cree, comete un grave error. Necesitamos mejorarnos, y debemos hacerlo.

Recordaré al respecto, una cita del Oscar Wilde: ‘Todos estamos en el arroyo, pero algunos miramos las estrellas’.

Una interpretación incorrecta -en mi opinión- dice: ‘Algunos están en el arroyo y no miran las estrellas. Otros están en el arroyo y miran las estrellas’. ¿Por qué es una interpretación errónea? Porque se ve a las estrellas desde una perspectiva contemplativa. Lo correcto es verlas desde un punto de vista activo. Es decir, como una motivación para mejorarnos, para ser mejores. No simplemente contemplar las estrellas.

Si esto lo traducimos al lenguaje político, significa que debemos hacer reformas. O sea, estar siempre atentos para saber qué cosa, y en qué momento, debemos reformar. Lo peor, y sigo hablando en términos políticos, es no reformar nada. Ustedes habrán oído la expresión del castellano antiguo: ‘Sostenella y no enmendalla’. O sea, sostenerla y no enmendarla, por un orgullo mal entendido, o por cabezonería. Pues bien, esto es malo en la vida privada y fatal en la vida política.

El otro gran error, en la vida política, es hacer limpieza general. O sea, la revolución que no deja nada en pie, porque todo es horrible.

Así nos lo dice el novelista francés Roger Martin du Gard, en su saga Les Thibault: ‘Para empezar, habrá que destruirlo todo. Toda nuestra maldita civilización deberá desaparecer antes de que podamos traer alguna decencia al mundo’.

Creo que deberíamos tener la humildad de reconocer que, al no ser perfectos, ni nosotros, ni nuestras construcciones, tenemos que reformar, con habilidad e inteligencia. Pero si no sabemos lo que es mejor y peor, las reformas carecen de sentido. De ahí que no sirva el dicho ‘Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira’. El ‘todo vale’ no nos sirve, y todos nosotros lo experimentamos en nuestra vida cotidiana. A nadie sensato se le ocurre, después de haber metido la pata hasta el corvejón, decir: ‘Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira’. Al contrario, reconocemos -si somos honestos- que hemos metido la pata. O sea, lo siento.

Y, finalmente, deberíamos tener la honestidad de reconocer que todos, repito ‘todos’, los intentos de traer el cielo a la tierra, se han convertido en un horrible infierno.Por tanto, lo mejor, o menos malo es, prudencia, honestidad, inteligencia y reformas.

Repito. Muchas gracias por su asistencia, y muchas gracias a mis brillantes y generosos amigos.

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Sebastián Urbina