Dicen que sólo los niños y los borrachos dicen la verdad por carecer del filtro de la prudencia. Pero quizás habría que añadir una tercera categoría de personas cuyo interior se desnuda al menos en determinadas circunstancias: el progresista derrotado.
Los seguidores de Kamala Harris estaban convencidos de una victoria que todos los expertos daban por segura, enésima prueba de la perversión de las encuestas, y no sólo en USA: no se hacen para intentar reflejar la realidad, sino para dirigir el voto de la gente. Los medios más prestigiosos proclamaron hasta el último día que Harris tenía más del 90% de posibilidades de vencer, y a los pocos que osaron dudarlo se les escarneció.
Los más famosos bustos parlantes llevan semanas dando el espectáculo con sus insultos, su histeria, su intolerancia manifestada a gritos. Y miles de votantes demócratas, siguiendo su ejemplo, han inundado las redes sociales comportándose como dementes, chillando, llorando, babeando de odio, desquiciados cual vampiros ante crucifijo. Les han dicho tantas veces que ellos encarnan el bien, la verdad y la belleza que no pueden comprender que el enemigo malo, mentiroso y feo les haya vencido. El muy influyente Jimmy Kimmel, estrella de la cadena ABC (Disney), lo resumió al borde del llanto:
«La de ayer fue una noche terrible para las mujeres, los niños, los cientos de miles de inmigrantes que trabajan duro para que este país funcione, para la sanidad, el clima, la ciencia, el periodismo, la justicia, la libertad de expresión, los pobres, la clase media, los jubilados, nuestros aliados en Ucrania, la OTAN, la verdad, la democracia y la decencia».
La explicación de tanto horror es la de siempre: el pueblo ha votado mal. Solamente vota bien cuando ganan los ungidos por la iglesia progresista. La infalible mayoría, vox populi vox dei, el sano pueblo soberano, se convierte de repente en el ignorante pueblo indigno de votar. ¡Los Estados Unidos se han convertido en una idiocracia!, claman los progresistas desde sus olímpicas alturas. Y no se cansan de repetir que los inteligentes, los cultos, los que han ido a la universidad, los que viajan, los que se duchan, votan al Partido Demócrata. Los republicanos, por el contrario, son los ignorantes, los que no estudiaron, los que tocan el banjo, los sucios, los que huelen a sudor, cerveza y barbacoa. ¡Tanto igualitarismo, tanto un hombre/un voto, para acabar deseando el sufragio censitario!
Los ilustradísimos progresistas se asombran de que los negros, los hispanos y las mujeres no hayan votado lo suficiente al partido que ellos les han adjudicado, como si al Partido Republicano sólo pudieran votarle los varones blancos. ¡Cómo se habrán atrevido tantos negros, hispanos y mujeres a no emitir el voto que les imponen sus hechos biológicos! Porque, efectivamente, son millones los negros, hispanos y mujeres que se han inclinado por el Partido Republicano porque sus propuestas sobre la economía, la seguridad, la inmigración, las cuotas igualitarias, la ideología de género o la locura woke les han parecido más razonables que las de los señoritos demócratas.
Y con esto llegamos a la divertidísima obcecación en atribuir al Partido Republicano y al Demócrata las respectivas condiciones de partidos de las élites y del pueblo, aunque sea exactamente al revés. El partido autodenominado progresista es el de las donaciones millonarias, el del apoyo de la inmensa mayoría de las grandes cadenas de prensa, radio y televisión, el preferido por los multimillonarios cosmopolitas que viven al margen de la realidad social, el de los magnates globalistas que no han sido elegidos por nadie… Y por si esto fuera poco, el defendido por siervos de la gleba como Robert de Niro, Tom Hanks, Meryl Streep, Cher, Taylor Swift, Sharon Stone, George Clooney, Whoopi Goldberg y demás filósofos que pontifican aprovechándose de la superioridad moral e intelectual que les viene dada por pertenecer al gremio titiritero.
También es el preferido de casi todos los políticos europeos, incapaces de oler lo que tienen bajo sus narices. España, el paraíso progre, ha vuelto a superarse. Todos los partidos del progresismo setentayochista, desde el PP y el PSOE hasta los comunistas y los separatistas, unidos contra Trump en la lucha final, como reza esa Internacional que tanto parece gustarle a Feijoo. Y no sólo los gobernantes: el 67% de los españoles se manifestaron partidarios de Harris. Sólo VOX y sus votantes rompieron el consenso al manifestar su apoyo a Trump.
Pero los atribulados progresistas tampoco deberían preocuparse demasiado. Será difícil que el nuevo gobierno de Washington logre cambiar algo sustancial, sobre todo en su actuación internacional, en el improbable caso de que demuestre que es algo más que disidencia controlada.
Además, su margen de maniobra mengua cada día porque el ocaso del imperio estadounidense es irreversible. La cuesta abajo de USA y de todo Occidente viene de demasiado lejos y la bola de nieve ya es demasiado grande. Ahórrense el disgusto, progresistas del mundo, porque todo quedará en nada… salvo milagro. Aunque ese tipo de cosas no suceden desde los tiempos bíblicos.
Jesús Laínz