Cuestionar a los partidos que apoyas activamente no es un acto de debilidad, sino que puede ser una crítica muy cívica
En el debate político actual, la verdad no importa tanto como el relato. Los partidos políticos de izquierdas y derechas están consiguiendo construir narrativas tan efectivas para los suyos, que estos las consumen sin apenas cuestionarlas. El resultado es una creciente polarización de la opinión pública y publicada en lo que ahora se llama “bloques” y que para resumir podemos nombrar como “bloque progresista” (Sánchez y sus socios, que pueden ser incluso de derechas, pero independentistas) y el “bloque de las derechas” (PP, Vox y todos los que no sean sanchistas). Como se puede ver, lo ideológico no es lo más importante sino construir un sistema de confrontación que polariza el debate político y dificulta un mínimo consenso sobre los problemas reales de la población.
La dinámica política se reduce a priorizar los problemas de reparto de poder de los políticos y a estar pendientes de la fidelización de sus votantes usando la demagogia y la descalificación para los que estén enfrente o incluso para aquellos que desde su mismo partido se atreven a cuestionar a sus dirigentes. Una forma de hacer política ideal para las cúpulas de los partidos, pero pésima para sus bases y para los ciudadanos en general.
Lejos de ser un problema exclusivo de un partido u otro, la tendencia a rechazar los hechos en favor de un relato conveniente atraviesa toda la clase política. Sánchez tacha de insensibles a PP y Junts por no apoyar su decreto ómnibus, mientras que el PP se victimiza ante las críticas a Mazón por su inacción en Valencia, acusando a la izquierda de fabricar un montaje. Vox denuncia persecución cuando se cuestiona el uso de fondos públicos en su fundación y empresas afines, y Podemos-Sumar elude sus contradicciones justificándose en la defensa de unas banderas que luego ignora para respaldar al PSOE. Todo esto evidencia cómo la política ha convertido el relato en una herramienta de polarización y control, anulando no solo el debate entre bloques, sino también cualquier disidencia interna contra las cúpulas de los propios partidos.
Esta estrategia no sólo envenena el debate público, sino que transforma al ciudadano en un consumidor de relatos partidistas, alejados de la verdad
Vivimos en una era donde los partidos han aprendido a manejar la información como si de un producto de marketing se tratara, con estrategias calculadas para emocionar y movilizar a sus bases, mientras desinforman o simplifican en exceso la realidad. No importa si el relato es burdo, lo único importante es que permita el atrincheramiento de los tuyos contra los otros. Esta estrategia no sólo envenena el debate público, sino que transforma al ciudadano en un consumidor de relatos partidistas, alejados de la verdad, incluso sin darse cuenta de ello porque lo que defienden no puede ser falso si lo está diciendo su partido político.
Un ejemplo reciente lo encontramos en la noticia de El Confidencial sobre que la esposa de Abascal, líder de Vox, facturó a una de las empresas que están bajo el paraguas del partido o de su fundación. Algo que supone una contradicción para el mismo discurso que Vox proyecta; una imagen de integridad frente al «bipartidismo corrupto» que justamente se caracteriza por ese enchufismo de familiares y amigos en puestos hechos a medida. Pero a pesar de las evidencias, el votante de Vox seguirá defendiendo la figura de Abascal como un baluarte contra las «políticas del PPSOE”, ignorando las incoherencias que saltan a la vista. La razón: el partido apela al relato de la persecución y toda la información que se pueda conocer es una herramienta del «enemigo» político “porque estamos subiendo en las encuestas”. La narrativa es tan poderosa que la crítica ha pasado a ser un ataque externo que termina beneficiando a la imagen de Vox entre los suyos. Esto evidencia cómo la lealtad al relato puede llegar a superar la evaluación crítica de la realidad incluso para los cargos políticos que mañana tendrán que cuestionar que estas mismas prácticas se den en otros partidos.
El “cálculo partidista” no era negarse a trocear el decreto ómnibus para que las medidas más necesarias salieran adelante, sino culpar a los que votaban en contra de un conjunto de medidas para que se vote al todo o nada, porque el Gobierno no tiene los apoyos suficientes para sacar adelante un presupuesto
El PSOE también ofrece constantes ejemplos de esta estrategia. El más reciente es el llamado decreto Ómnibus, que terminó convirtiéndose en un «Microbús». Fue presentado como un escudo social indispensable para los más vulnerables, pero en realidad incluía medidas sin relación entre sí y muchas más allá de la revalorización de las pensiones, las ayudas a las víctimas de la gota fría (DANA) o la bonificación del transporte público. El Gobierno utilizó estos temas como una forma de presión y chantaje. La portavoz de Junts, Myriam Nogueras, quien en un principio rechazó apoyar el decreto, llegó a afirmar: «No nos tiemblan las piernas, estamos hasta las narices de que engañen a la gente».
¿Y qué respondió el PSOE a este cuestionamiento y al de la mayoría de los medios? No cambió su narrativa. Al contrario, prefirió negar la realidad ante su propio electorado y seguir negociando para sacarlo adelante.
Según Sánchez, el decreto Ómnibus no salió adelante por los “cálculos partidistas” del PP y Junts, a quienes acusó de negar, con su voto, una justa recompensa para «millones de españoles que se lo han ganado con el sudor de su frente». Para él, el verdadero cálculo partidista no era su negativa a trocear el decreto para aprobar las medidas más urgentes, sino culpar a quienes votaron en contra de un planteamiento de todo o nada. Así, el mensaje de que las derechas “no tienen empatía social” caló entre los suyos y fue amplificado por sus medios afines.
El PP, por su parte, ha terminado anunciando que apoyará el decreto como un «mensaje a la población». La preocupación por el impacto del relato del PSOE entre los pensionistas y su posible uso por parte de los sindicatos ha pesado más que la realidad de los hechos. Se refuerza así la eficacia de un discurso simplista que oculta la falta de apoyos del Gobierno para sostener la legislatura y prioriza la movilización emocional de sus bases.
Excesos y errores
En ambos lados, los relatos políticos simplifican realidades complejas para adaptarlas a sus intereses electorales o de imagen pública. El PSOE por ejemplo no quiere que se vea que saca adelante nada con el PP o Vox, por más que lo que se vote sea bueno para los españoles, y al otro lado, hay una estrategia de desgaste del Gobierno para negarse a todo, sin siquiera debatir si son medidas positivas para la población. Esta estrategia no solo divide a la sociedad, sino que perpetúa un sistema donde el votante actúa más como un hincha de fútbol que como un ciudadano crítico. En lugar de exigir transparencia, resultados y responsabilidad, se consienten excesos y errores porque la prioridad parece ser «ganar» al adversario, “echar a Sánchez” en un lado o “que no gobierne la ultraderecha” en el otro.
Los ejemplos mencionados ilustran cómo la narrativa se convierte en una herramienta para ocultar inconsistencias y errores, mientras los votantes se mantienen fieles a su «bando». El problema radica en que esta dinámica no soluciona los problemas estructurales del país —desde la precariedad laboral hasta el acceso a la vivienda— porque el foco está en ganar la batalla del relato, no en abordar las necesidades reales de la ciudadanía.
Este ciclo de manipulación narrativa está llegando a ser muy difícil de sostener. Exigir responsabilidad no significa traicionar los ideales propios, sino fortalecerlos. Cuestionar a los partidos que apoyas activamente no es un acto de debilidad, sino que puede ser una crítica muy cívica. La política como espectáculo donde uno elige bando y aplaude, es imposible de compaginarla como una política que sea humanizante y que busque espacios de deliberación y exigencia con ciudadanos cada vez más críticos y menos seguidores. Dejar que la verdad deje de ocupar un lugar central en el debate político sólo nos puede llevar a la polarización tóxica que hoy paraliza al país, amenazado por la corrupción de su clase política y por sus relatos que son las armas de los partidos para mantenerse en el poder… y la trampa más peligrosa para sus votantes.
David Sandoval