Con la victoria derechista en las elecciones de noviembre de 1933 comenzó a abrirse el abismo por el que se despeñaría España tres años más tarde. La convicción de las izquierdas de que la República era patrimonio suyo y que no podía ser gobernada por las derechas provocó su rechazo al resultado electoral y su determinación de acabar con el régimen mediante la violencia. La excusa utilizada entonces y sorprendentemente repetida un siglo después es que el golpe de las izquierdas fue para evitar el golpe que tenían pensado las derechas. Sin embargo, jamás se ha presentado la menor prueba de que las derechas albergaran dicha intención: ni discursos de sus dirigentes, ni declaraciones, ni escritos, ni artículos de prensa, ni documentos públicos o privados. Nada. Además, los hechos son implacables: fue precisamente el gobierno radical-cedista el que sofocó la revolución en defensa del orden republicano. Pero el mito continúa vivo para satisfacción de unas izquierdas que, una vez más, se presentan como las eternas vírgenes inmaculadas de la historia.
El presidente Alcalá-Zamora diagnosticó con breve contundencia la enfermedad que acabaría matando a la República: la intención de la izquierda de considerarse titular de “bonos privilegiados de fundador” y por lo tanto la única legitimada para gobernarla. Cuando la derecha ganó las elecciones, la izquierda presentó sus cartas boca arriba al presidente, que lo recordaría así en sus memorias:
“Tan pronto como se conocieron los resultados del primer escrutinio, empezaron a proponérseme y a pedírseme golpes de Estado por los partidos de izquierda (…) Nada menos que tres golpes de Estado con distintas formas y un solo propósito se me aconsejaron en veinte días”.
En numerosos escritos, discursos y declaraciones, los dirigentes de los partidos izquierdistas dejaron claros sus proyectos políticos. Por ejemplo, en un discurso pronunciado en el Parlamento el 20 de diciembre de 1933 Indalecio Prieto declaró que “desde aquí decimos al país entero que públicamente contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar la revolución”. Y dos meses después, el 7 de febrero, confirmó que “nuestro deber es ir a la revolución con todos los sacrificios”.
Por su parte, Largo Caballero, en un discurso el 11 de noviembre de 1933 propuso la unión de los partidos de izquierda para conseguir la implantación en España de un régimen soviético mediante la revolución. Tres días después explicó a sus seguidores que “tenemos que recorrer un periodo de transición hacia el Socialismo integral, y ese periodo es la dictadura del proletariado”. Y dos semanas más tarde:
“Lo primero que tendríamos que hacer es desarmar al capitalismo. ¿Cuáles son las armas del capitalismo? El ejército, la guardia civil, las guardias de asalto, la policía, los tribunales de justicia. Y en su lugar, ¿qué? Esto: el armamento general del pueblo (…) Si nos sujetamos justamente a la legalidad que nosotros contribuimos a crear, pero que no tenemos por qué respetar siempre, ya que al hablar de la revolución social ésta ha de saltar por encima de la legalidad, yo os digo que nos veremos empujados a salirnos de la legalidad”.
LA HEMEROTECA NO ENGAÑA
Los llamamientos de los periódicos del PSOE El Socialista y Renovación durante meses tampoco fueron equívocos:
“La democracia es una odiosa mentira”(Renovación, 22 julio 1933).
“Las Juventudes Socialistas mantienen su confianza en el triunfo próximo de la insurrección” (Renovación, 25 agosto 1933).
“¡Marchemos hacia la revolución!” (Renovación, 4 noviembre 1933).
“A ningún partido perjudicaría más que al nuestro el hecho, improbabilísimo, de que el actual nudo histórico español se resolviera sin revolución. Nosotros estimamos que la Revolución social es hoy en España imprescindible” (El Socialista, 2 diciembre 1933).
“Dos años y medio de experiencia democráticoburguesa son suficientes para que el proletariado disipe las ilusiones excesivas que en torno a la democracia había concebido. La República instaurada el 14 de abril tendrá, cuando menos, este valor para las masas trabajadoras: haberlas desengañado totalmente de su fe en la eficacia de un régimen democrático para resolver su problema económico” (El Socialista, 26 diciembre 1933).
“¡Es necesario un último esfuerzo de todas las Juventudes Socialistas por la insurrección armada” (Renovación, 10 febrero 1934).
“¡Estamos en pie de guerra! ¡Por la insurrección armada!” (Renovación, 3 marzo 1934).
“El proletariado marcha a la guerra civil con firme ánimo. Quiere y necesita la revolución como única salida posible a su situación angustiosa. La guerra civil está a punto de estallar. Sin que nada pueda ya detenerla” (Renovación, 18 abril 1934).
“Sólo hay una solución: entregar el poder al Partido Socialista” (El Socialista, 24 abril 1934).
“¡Por el mantenimiento inflexible de la posición revolucionaria de clase! ¡Por la dictadura del proletariado, por la insurrección armada, contra las desviaciones democráticas! (Renovación, 7 julio 1934).
“¡Elecciones, no! ¡Revolución! ¡Preparad la insurrección!” (Renovación, 21 julio 1934).
“Nuestra línea es recta, clara e inflexible: el que no está con la revolución está contra la revolución. Y en periodo revolucionario, para los contrarrevolucionarios sólo hay una consigna: guerra a muerte” (Renovación, 14 septiembre 1933).
Renovación publicó el 17 de febrero de 1934 un decálogo del joven socialista cuyos puntos cuarto, octavo y décimo rezaban así:
“4º. Es necesario manifestarse en todas partes, aprovechando todos los momentos, no despreciando ninguna ocasión. Manifestarse militarmente, para que todas nuestras actuaciones lleven por delante una atmósfera de miedo o de respeto.
8º. La única idea que hoy debe tener grabada el joven socialista en su cerebro en que el Socialismo solamente puede imponerse por la violencia, y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente.
10º. Y sobre todo esto: armarse. Como sea, donde sea y por los procedimientos que sean. Armarse. Consigna: Ármate tú, y al concluir arma si puedes al vecino, mientras haces todo lo posible por desarmar a un enemigo”.
Diversos dirigentes socialistas organizaron la compra clandestina de grandes cantidades de fusiles, pistolas, ametralladoras y munición. Por ejemplo, la Casa del Pueblo del PSOE madrileño fue clausurada tras encontrar allí la policía un arsenal. Y el buque Turquesa fue interceptado por la Guardia Civil el 11 de septiembre con un enorme cargamento de armas organizado por Indalecio Prieto, su amigo el empresario vasco Horacio Echevarrieta y varios dirigentes del PSOE asturiano.
El 4 de octubre, un día después de la incorporación de tres ministros de la CEDA al nuevo gobierno Lerroux, el PSOE y la UGT declararon la huelga general revolucionaria. Por toda España se produjeron desórdenes, tiroteos, bombas, incendios y asesinatos, además de la rebelión de la Generalidad, hasta que el gobierno, tras la declaración del estado de guerra, consiguió sofocar la revolución el día 12. La excepción fue Asturias, donde se prolongó dos semanas más debido a la participación de veinte mil revolucionarios, sobre todo mineros. Se asaltaron y destruyeron cuarteles, edificios oficiales, fábricas, hoteles, bancos y hasta clubs y cafeterías; se saquearon comercios; se incendiaron iglesias y conventos; se asesinaron religiosos, policías, empresarios y personas conocidas por su derechismo; en las localidades dominadas por los revolucionarios se abolió el dinero y la propiedad privada, lo que no les impidió apoderarse de los depósitos de la cámara acorazada del Banco de España. Dos de los episodios más destacados, y de consecuencias irreparables, fueron la voladura de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, joya del prerrománico, y el incendio de la Universidad (en la fotografía), incluida su antigua y excepcional biblioteca. El saldo total de muertos en toda España se acercó a los dos mil, la mayoría de ellos en Asturias.
El dirigente de UGT Belarmino Tomás se dirigió a los suyos el día 18 para admitir la derrota y recomendar la rendición:
“Tenemos que rendirnos porque ya se ha derramado demasiada sangre. ¡Conmigo haced lo que queráis! ¡Matadme, fusiladme, arrastradme por las calles! Yo creo que nos tenemos que rendir. Si Cataluña, Valencia, Madrid, Bilbao y Zaragoza hubieran respondido como hemos respondido nosotros, en estos momentos el socialismo se habría implantado en todo el país. Nosotros hemos vivido en régimen socialista desde el día 6. Nosotros, los asturianos, hemos cumplido”.
Significativamente, Tomás no habló de salvar la democracia, excusa puesta por los socialistas de entonces para desatar la revolución y por los de hoy para seguir reivindicándose como el bando del bien, sino de implantar el socialismo.
LA VISIÓN DE JOSEP PLA
Desde el otro foco revolucionario, la Cataluña de Companys, llegó a Asturias Josep Pla como corresponsal de La Veu de Catalunya. Lo primero que llamó la atención del catalán fue que, en comparación con Castilla, Asturias era una provincia próspera, sin parados y con intensa actividad económica, poco propicia, por lo tanto, para estallidos revolucionarios. Pero el problema consistía en que estaba saturada de una propaganda comunista y socialista que había envenenado a la gente desde las tribunas, los periódicos, los libros y los rótulos de las paredes:
“Se trata de un caso de enervación de la opinión obrera auspiciada desde la tribuna pública y sobre todo desde el diario socialista de Oviedo Avance (…) Los dirigentes del socialismo asturiano hicieron tanta propaganda demagógica, prometieron tantas cosas que no pudieron cumplir, hablaron tanto de Rusia y de la revolución, que prácticamente la gente, después de las elecciones, se desbordó. El fruto de la propaganda lo recogió sobre todo la juventud de las minas, que es la que ha llevado a cabo la revuelta. “No puede figurarse –me decía un ingeniero de las minas de Laviana–, la pedantería, la cultura primaria y esquemática, la locura interna de esta juventud”. En Asturias ha habido, en los últimos meses, un programa político y social único que se resume en esta frase: “¡Como en Rusia! ¡Hay que hacer como en Rusia!”.
Además, Pla observó que los asturianos “comienzan a dudar del sistema imperante como ambiente de convivencia social” debido a que el nuevo régimen había implicado un retroceso en todos los niveles, empezando por un sistema electivo que había llevado a los peores a los cargos de responsabilidad política. “Ésta es la obra del socialismo y el comunismo en comandita con los hombres de la Esquerra Catalana”, resumió el catalanista conservador que, junto a su jefe Cambó, no dudaría en ponerse a las órdenes de Franco menos de dos años después.
También dedicó varios artículos al octubre asturiano Manuel Chaves Nogales, enviado por el periódico madrileño Ahora. El republicano Chaves resumió así el horror que presenció:
“Todo cuanto se diga de la bestialidad de algunos episodios es poco. Dentro de cien años, cuando sean conocidos a fondo, se seguirán recordando con horror. La revolución de los mineros de Asturias, fracasada, no tiene nada que envidiar, en punto a crueldad, a la revolución bolchevique triunfante. No creo que los guardias rojos de Lenin se echasen sobre la burguesía rusa con tan terrible ímpetu (…) Más de sesenta edificios destruidos totalmente –la mayor parte de ellos, en el corazón de la ciudad– y el medio millar de muertos habido en el casco de la población y los alrededores dicen elocuentemente lo que ha sido la revolución”.
Y también diagnosticó Chaves que la causa de tanto estrago había sido “la estúpida propaganda revolucionaria” que había arrastrado a millares de mineros.
Un tercer informador sobre los sucesos asturianos fue el radical socialista José Díaz Fernández, diputado por Oviedo en las Cortes constituyentes. En 1935 publicó el libro Octubre rojo en Asturias, en cuyo prólogo sentenció que la causa del fracaso de la revolución había sido “la falta de ambiente”. En su opinión, el PSOE había errado al elegir el momento:
“La sociedad española no estaba preparada para las consignas integrales de la revolución social y la dictadura del proletariado. No había una atmósfera social propicia; las defensas burguesas no estaban gastadas ni el Estado se descomponía. Fue un enorme error de los socialistas, que pasaron sin transición del colaboracionismo gubernamental a la revolución clasista”.
Ni el menor lamento por los muertos ni, de nuevo, la menor reivindicación de la defensa de la democracia frente a un supuesto golpe fascista. Bien claro dejó Díaz que el objetivo del PSOE había sido el desencadenamiento de la revolución social para instaurar la dictadura del proletariado. Y puso una de las primeras piedras de la propaganda izquierdista que, desde entonces hasta nuestros días, pretende transferir la culpa de la destrucción al azar o incluso al bando contrario. Así, la Cámara Santa no habría sido destruida voluntariamente, sino como consecuencia de una bomba lanzada en el fragor del combate. Por lo que se refiere a la universidad, sus conclusiones dejaron margen hasta para la casualidad:
“Al día siguiente voló la universidad, no se sabe si por la dinamita de los revolucionarios o por las bombas de los aviones. Una versión dice que una bomba aérea cayó en un laboratorio y produjo el incendio. Otra asegura que fue una explosión casual de la dinamita que los revolucionarios habían acumulado allí”.
Y con una pizca de anticristianismo y otra de leyenda negra, Díaz fue capaz de relativizar la barbarie socialista y hasta de añadir un toque cómico. Respecto a la destrucción de la universidad, señaló que
“sólo quedó en pie, como un símbolo, la estatua del patio, la de su fundador el arzobispo Valdés, gran inquisidor. Al parecer, el fuego era amigo suyo desde los autos de fe y respetó su efigie”.
La catedral, por su parte, tampoco debería ser objeto de excesiva lástima:
“A buen seguro que estas piedras ilustres de la Cámara Santa no se intimidaron demasiado con el estruendo de la dinamita. La verdad es que algunas, las más viejas, son contemporáneas de don Ramiro, aquel rey cristiano que para mantenerse en el trono mandaba sacar los ojos a sus adversarios y luego los condenaba a muerte en la hoguera, con todos sus hijos y parientes. La guerra civil y la represión tienen, pues, en Asturias, notorios antecedentes”.
La propaganda izquierdista lleva casi un siglo intentando presentar la destrucción de la universidad ovetense como un daño colateral de los combates, sin que hubiera mediado intención por parte de los revolucionarios. Sin embargo los testimonios de los testigos presenciales no dejan lugar a dudas, entre ellos el de la máxima autoridad universitaria, el rector Leopoldo García-Alas –hijo de Clarín, diputado radical socialista y fusilado por los nacionales en 1937–, expresado en la reunión del claustro ordinario de la universidad del 17 de octubre de 1934. El acta de dicha reunión permaneció sorprendentemente ignorada hasta su descubrimiento en 2011 por José María García de Tuñón. Así quedó recogido el testimonio del rector:
“A continuación [el Sr. Rector] hace uso de la palabra para exponer el doloroso motivo de esta reunión, conocido de todos y que a todos ha de impresionar vivamente por el cariño profundo que sentían por nuestra gloriosa Universidad. Añade que por vivir cerca del edificio tuvo el sentimiento de presenciar parte de lo ocurrido y describe cuanto pudo apreciar desde su casa. Procuró mandar recado al comité que actuaba en este barrio, pero no le fue posible. El hecho ocurrió el día mismo en que se retiraban los que se apoderaron de la Universidad. Tengo la seguridad –añade– de que la destrucción no fue consecuencia de un accidente de la lucha, sino que la Universidad fue incendiada con toda intención. En la investigación que se hizo al día siguiente de restablecerse la paz, se encontraron cierres de bidones de gasolina y otros objetos que prueban cómo el incendio fue provocado. También hubo diversas explosiones que contribuyeron a la destrucción y aniquilamiento de los arcos y paredes del claustro (…) Se acuerda enviar a la Superioridad el siguiente telegrama: Rector Universidad a Ministro de Instrucción Pública: Claustro Universidad reunido hoy por primera vez desde luctuosos sucesos acordó por unanimidad condenar con indignación vandálico hecho destrucción edificio, Bibliotecas, Laboratorios Universidad cuyo espíritu seguirá viviendo con mayor rigor no sólo en la conciencia del profesorado sino en la de todo pueblo culto de Asturias”.
El fracaso de octubre de 1934 no fue un punto final. Por el contrario, en el PSOE comenzó un intenso debate sobre cómo proceder en la siguiente ocasión para alzarse con la victoria. A mediados de 1935 la comisión ejecutiva de la Federación de Juventudes Socialistas editó un opúsculo titulado Octubre: segunda etapa, escrito por su presidente y su secretario general, Carlos Hernández Zancajo y Santiago Carrillo, futuro dirigente comunista. A Julián Besteiro le consideraron la “personificación de la traición” por “cantar endechas a la democracia, la legalidad y el parlamentarismo”. La insurrección de octubre había significado un “progreso formidable” hacia la revolución ya que había demostrado “la necesidad de romper definitivamente con el reformismo” y con la “pocilga parlamentaria” para proceder a la “depuración revolucionaria del PSOE” y conseguir su radicalización y bolchevización. Los jóvenes dirigentes socialistas proclamaron que “nadie hallará en el socialismo español los rasgos característicos de la socialdemocracia europea”, que su objetivo “no es sólo la Revolución española, sino la Revolución mundial, la dictadura proletaria en todos los países” y que “nuestro partido ha sido partidario siempre de la violencia revolucionaria y la ha utilizado en diversas ocasiones, la última en octubre”.
Efectivamente, a partir de la victoria violenta y fraudulenta del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 y la subsiguiente amnistía a Prieto, Largo, Companys y todos los demás dirigentes y militantes que habían tomado parte en la revolución, comenzó la segunda etapa anunciada por el PSOE. Pero volvió a salirles mal.