Pero a lo que íbamos. El ateísmo católico, un oxímoron como la copa de un pino, implica la no creencia en Dios al tiempo que sostiene el influjo social positivo de la Fe; es decir, es un catolicismo cultural o sociológico que defiende la herencia cristiana, su labor civilizatoria. Al contrario que los progres, los ateos católicos no carecen de sentido común y entienden que no se puede vivir sin un cierto orden, cuando menos.
Pero, desde el punto de vista católico, dogmático y sin malabares intelectuales, esta corriente debe ser confrontada. Intelectualmente, por supuesto; no hay que atacar ad hominem.
El ateísmo católico supone, en la práctica, la conversión del catolicismo en ideología, pues se adopta con la mera intención de que aporte cosas buenas a la sociedad y también, justo es decirlo, como reconocimiento a su labor histórica en la construcción sociopolítica. Sin embargo, esa no es la función del catolicismo, cuando menos no la única ni la más importante. A riesgo de repetirnos más que el ajo, citaremos una vez más a don Nicolás Gómez Dávila: «Los problemas humanos no son ni exactamente definibles, ni remotamente solubles. El que espera que el cristianismo los resuelva dejó de ser cristiano». Nuestro Señor Jesucristo no murió en la Cruz por nosotros para garantizarnos una vida plácida ni socialmente perfecta mediante una aplicación sociopolítica de la Fe, sino para obtener el perdón por nuestros pecados, para la redención y la salvación del hombre. Y no del hombre en abstracto, sino de cada uno de nosotros. La política no nos salvará, aunque estemos obligados moralmente al combate político.
Supone también la negación de la naturaleza humana, en tanto que supone que no somos creaturas de Dios. No tenemos alma, por tanto, ni necesidad de buscar la salvación eterna. Pero el hombre no es sólo cuerpo, no se puede obviar su dimensión espiritual, que es justamente lo que hace el ateísmo católico. Negar esta condición al hombre es como pretender que un pájaro vuele con una sola ala. El morrazo está garantizado.
Es preciso entender que la salvación pasa por Él. Lo demás es secularización, la apropiación indebida —si se nos permite la expresión— de las categorías cristianas por parte de la Modernidad. El ateísmo católico, al no creer en lo sobrenatural y negar por tanto la divinidad de Cristo y la inmortalidad y trascendencia del alma humana, busca como cualquier otra corriente de pensamiento materialista el paraíso en la Tierra, cosa que no conseguirá porque el hombre es un ser imperfecto. La eternidad cristiana, secularizada, se proyecta para los materialistas, por tanto, en sujetos terrenales como la nación, la clase, la humanidad o cualquier otra cosa.
El ateísmo católico es la pretensión de levantar un edificio sin cimientos. Es querer un árbol sin raíces y que además dé buenos frutos. «Lo que importa en el cristianismo es su verdad, no los servicios que le puede prestar al mundo profano», dijo Gómez Dávila. He ahí lo importante. He ahí lo sustancial. Quien tenga sed debe acudir a la fuente.
Rezaremos por la conversión de los ateos católicos.
Lo Rondinaire