Gracias a algunos diarios digitales, y a la valentía de sus periodistas, hemos podido conocer las andanzas por la Villa y Corte de un buen número de “Padres de la Patria”, más interesados por satisfacer sus instintos que por el bien común.
Por eso creo que hay que distinguir entre diputados, que quiero pensar son la mayoría, diputeros, que son aquellos políticos de provincias, como se decía antaño, que van al Congreso o al Senado a vivir su vida, lejos de la familia, y convencidos de que todo el monte es orégano.
Y, ya de forma sobresaliente, el verraco, que es aquel político que tiene la cabeza en la punta de su zanahoria, y solo le preocupan sus “necesidades”.
El espectáculo, realmente patético, de las andanzas de esta troupe por Madrid, me recuerdan dos libros sorprendentes, y muy interesantes, “Madrid, Costa Fleming”, de don Ángel Palomino, y “Libelo contra Madrid”, de don Antonio Burgos.
Tengo ambos, pero no a mano, sino en mi biblioteca del pueblo, por lo que escribo de memoria, pero creo recordar que era don Antonio Burgos quien hablaba y retrataba magistralmente a ese diputado de provincias, que en su circunscripción electoral creen que es muy importante, porque es diputado o senador en Madrid, y en Madrid piensan que es una personalidad… en su provincia.
En realidad, y en la mayoría de los casos, no pinta nada, ni en Madrid ni en su territorio de procedencia, pues es un simple monigote del partido correspondiente.
Se limita a votar lo que mande el partido, o el “puto amo” correspondiente.
Y punto.
(Yo mismo, sin ir más lejos, desconozco los nombres de los seis diputados que tiene Zaragoza, así como de los tres senadores. Únicamente me interesé por el diputado de VOX, y para mi sorpresa, ¡es un diputado cunero, de Madrid!, ya que, por lo visto, la provincia de Zaragoza, con un millón de habitantes, no tiene a nadie capacitado para representarla…).
Desgraciadamente, los hechos se repiten, y aunque ambas novelas son de los años 70-80 del siglo pasado, creo que la situación sigue siendo la misma en la actualidad.
En realidad, ya José Antonio denunciaba hace noventa años que era absurdo tener tantos diputados, cuando, a la hora de la verdad, todos votaban lo que les mandaba el jefe de la bancada.
¡Y cuidado que alguien se desbarrase del “buen camino”, que era y es el de la obediencia ciega, que entonces no volvía a ser designado candidato, y tendría que ponerse a trabajar, como todo hijo de vecino!
La situación sigue siendo la misma, o incluso peor, pues ahora también hay verracos, que se satisfacen con nuestro dinero, enchufando en empresas públicas a sus amigas especiales, es decir, a sus putas, empresas públicas a las que no tienen ni que ir a trabajar, ¡faltaría más!, pero que generan unos sueldos, beneficios sociales, en forma de desempleo posterior, asistencia sanitaria de la seguridad social…, y experiencia profesional.
Experiencia fálica, supongo.
Ramiro Grau Morancho
Académico, jurista y escritor