Ramiro Grau Morancho es un abogado de Zaragoza, con un impresionante curriculo, como es de ver en el libro que cito y recomiendo, ‘El manicomio español’. Para enterarse de la gravedad de la situación.
Como es sabido, hay personas que cumplen honradamente con sus obligaciones ciudadanas -lo que ya es mucho, aunque sea su obligación-, y hay otras personas que no se conforman con eso. Estas personas -como Ramiro Grau Morancho- realizan actos que, en la jerga de los profesores de ética, se llaman ‘supererogatorios’.
Es decir, se trata de actos no debidos moralmente. ¿Por qué? Porque van más allá de las obligaciones normales que, aquí y ahora, se consideran así.
Pongamos un ejemplo. En el ‘Heraldo de Aragón’ se puede leer:
‘Aún en plena pandemia, el primero en alertar sobre la trama de corrupción fue el abogado aragonés Ramiro Grau Morancho. Fue a través de un artículo en marzo de 2020 y desde entonces no ha dejado de insistir pese a las demandas que ha recibido en este tiempo y el ictus que sufrió’.
Y como de ‘Bien nacidos es ser agradecidos’, Ramiro escribió estas palabras:
‘En agosto de 2021 sufrí un ictus cerebral en mi pueblo natal, dónde estaba de vacaciones. Rápidamente fui trasladado al Hospital de Barbastro, y al día siguiente, ante la gravedad de mi estado, al Hospital Miguel Servet, planta 7ª, dónde permanecí quince días, consiguiendo estabilizarme, lo que no fue nada fácil, pues tenía la tensión por las nubes, medio cuerpo totalmente paralizado, etc. ¡Gracias, amigos! (Heraldo Sanitario y Político Satírico de Aragón.)
¿Y por qué sufrió Ramiro estas graves desventuras? Porque el poder político socialista hizo lo posible para amargar la vida a Ramiro, que había mostrado la extensa y profunda corrupción del ‘caso Koldo’, que salpicaba a las huestes socialistas. Especialmente a las altas esferas.
Pues bien, todo esto resume el comportamiento ‘supererogatorio’. Frente al ‘no te metas en líos, que estos socialistas no tienen escrúpulos’, Ramiro puso por delante la defensa de la verdad y la denuncia de la corrupción. Aún a riesgo de sufrir consecuencias adversas, como las que sufrió. No sólo eso. Es que sigue con el mismo ímpetu defendiendo lo mismo que antes del ictus.
Concretando, Ramiro no hace todo esto para su propio interés, para ganar dinero, o posición social. Ramiro lo hace en defensa de aspectos no instrumentales sino fundamentales para cualquier sociedad civilizada. Es decir, en defensa de la familia, en defensa de la libertad religiosa, en defensa de la patria, España, y en defensa de la democracia. Por eso, ente otras muchas cosas, denunció la vergonzosa corrupción del caso Koldo.
Sin necesidad de defender el elitismo -algo que no hago- sí es preciso reconocer -y esto sí lo hago- que las élites existen y han existido. Y, previsiblemente, existirán. La diferencia está entre las élites ‘buenas’ y las élites ‘malas’. ¿Cuál es la diferencia?
Las élites ‘malas’ actúan en su propio beneficio, que no suele coincidir con los legítimos intereses de la mayoría.
Las élites ‘buenas’ -de las que Ramiro es un ejemplo- actúan en beneficio de la libertad, de la honestidad, de la cultura, de la democracia, y de la herencia que hemos recibido y que debemos transmitir, mejorada si es posible. Aún a costa de sufrir perjuicios o venganzas.
Estas personas son imprescindibles. Tan imprescindibles como los ciudadanos de a pie, que cumplen honestamente con sus obligaciones ciudadanas. A pesar del infame ejemplo de los dirigentes socialistas y sus socios, comunistas, golpistas catalanistas y herederos políticos de la banda terrorista ETA.
¡Gracias, Ramiro!
Sebastián Urbina