Según ellos, el PSOE ha sido durante medio siglo, y desean que siga siéndolo, la otra columna imprescindible para el mantenimiento del sistema del 78, incluso a pesar de unos socios comunistas, podemitas y separatistas cuyos efectos, al parecer, no pasan de eróticofestivos. Pero VOX es distinto, es un peligro letal para el PP porque compite en el mercado de votos de eso que se llama la derecha sociológica. Olvidémonos de romanticismos democráticos: en el mundo de los partidos, al menos en España, la pugna de ideas pesa mucho menos que la pugna por los sillones.
La estrategia para destruir a VOX ha sido pactar e incluso gobernar en coalición con el partido verde. A regañadientes, ciertamente, pero a la fuerza ahorcan. Su esperanza ha sido que en cuanto VOX entrara a gobernar en coalición, comenzaría su proceso de disolución porque no es lo mismo teorizar desde la oposición que poner los pies en el suelo desde el gobierno.
La idea era impecable e implacablemente democrática: como en esos gobiernos de coalición con VOX el PP siempre sería la parte mayoritaria, sus propuestas serían las únicas que se aplicarían cuando hubiera desacuerdo, mientras que las de VOX quedarían aparcadas. De este modo, los votantes indecisos acabarían dándose cuenta de que lo único aplicable es lo que proponga el PP, mientras que lo que proponga VOX nunca llegará a nada. Conclusión: el voto útil es al PP, y votar a VOX es tirar el voto al agua. Están convencidos de que todos los que se han pasado a VOX son votantes propiedad del PP que tarde o temprano regresarán.
Dos años después de comenzar la colaboración en algunos ayuntamientos y gobiernos regionales, con el pacto por fin roto por motivos inmigratorios –aunque también podría haberse roto por muchos otros motivos–, casi todo el mundo celebra que VOX avanza hacia su desaparición para mayor gloria del sistema democrático. Y los más contentos de todos son quienes de ello deducen un simultáneo fortalecimiento del PP, lo que probablemente pareciera cierto en un primer momento debido a los que seguirán poniendo por encima de cualquier otra consideración la vieja excusa del voto útil, que no serán pocos. Pero tampoco son escasos los que miran más allá del desalojo de Pedro Sánchez ya que éste no es el único problema de España. ¿Quitar a Sánchez? Sí, claro, pero ¿para qué? ¿Para que el PP no cambie nada sustancial, como lleva haciendo medio siglo? Téngase en cuenta, además, que recientes encuestas han comenzado a dar el susto a los populares de que la intención de voto a VOX está aumentando desde la ruptura.
Por otro lado acaba de llegar el triunfo de Donald Trump, que tanta satisfacción ha provocado en sus aliados de VOX y tanto enojo en un Partido Popular que, con el gurú Aznar al frente, se ha apresurado a alinearse, una vez más, junto a socialistas, comunistas y separatistas en su apoyo al Partido Demócrata. Inmejorable oportunidad la de VOX para subrayar, tanto nacional como internacionalmente, el abismo ideológico que le separa de un Partido Popular defensor de la muerte de las naciones, la sustitución de poblaciones, la ideología de género, la superstición calentológica y demás dogmas del evangelio 2030.
Efectivamente, las cosas de las urnas, esas cajas de Pandora de las que puede emerger cualquier susto, no son siempre fácilmente previsibles y no tienen por qué responder a sencillos y casi automáticos cálculos contables. Concluida la posibilidad de dar el abrazo del oso a un VOX colaborador, y libre el partido de Abascal para marcar las diferencias teóricas y prácticas con claridad, la situación que se abre a partir de ahora puede empezar a dar sorpresas.
VOX va a tener que sudar en un terreno que se le presenta cuesta arriba, pero el PP quizá debiera comenzar a meter prisa a sus colaboradores socialistas para que amordacen cuanto antes los medios heterodoxos a los que han puesto en su totalitario punto de mira, también para mayor gloria de la democracia.