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Reproducimos el siguiente artículo escrito por el sacerdote D. Roberto Aguado, capellán del Hospital Universitario “Miguel Servet” de Zaragoza, publicado ayer en Iglesia en Aragón sobre la asistencia religiosa hospitalaria durante esta plaga coronavírica, con nuestro agradecimiento a él, D. Roberto a D. Miguel y a todos los capellanes que velan por la salud espiritual y acompañan en los últimos momentos a quienes sufren los efectos del virus en los hospitales, y nuestras oraciones.

 

He pensado desde niño que el trabajo del sacerdote se parece mucho al del médico. Ahora que soy sacerdote y trabajo al lado de los médicos, la experiencia me enseña cuánto espera el enfermo del sacerdote, y qué gran bien puede proporcionar el capellán de hospital a los pacientes y a sus familias.

Jesús, médico de las almas y de los cuerpos, se acercaba a los leprosos, los tocaba y los curaba. Jesús nos enseñó la importancia de visitar a los enfermos, tarea que corresponde con especial responsabilidad a los sacerdotes, únicos que pueden impartir a los enfermos los sacramentos que Cristo nos dejó: el bautismo, la confesión y la unción de enfermos, la Confirmación y la Eucaristía, e incluso el matrimonio.

Es un derecho del paciente y de su familia disponer de la asistencia del sacerdote: para recibir los sacramentos, y también para contar con su oración, su consuelo, su compañía y su afecto. Aunque se trata de una labor siempre callada, la actual epidemia nos obliga a hablar alto y claro acerca del ejercicio de este derecho en nuestro entorno.

Puedo asegurar de primera mano que en Zaragoza, en este momento, reciben asistencia sacerdotal todos los hospitales y clínicas, grandes y pequeños, públicos y privados. No existe restricción alguna a la labor de los capellanes de hospital, salvo las cautelas comunes a todo el personal sanitario para seguir trabajando en beneficio del paciente.

Repito: hoy día en Zaragoza, todos los enfermos y sus familias pueden recibir asistencia de un sacerdote. Me refiero incluso a asistencia inmediata y urgente, en hospital o en domicilio, lo mismo de día que de noche. Hablo por igual de todo tipo de pacientes: aislados o no, infectados o no, conscientes o inconscientes, graves y leves, hospitalizados o recluidos en sus casas.

En el caso de los enfermos hospitalizados, la manera actual de recibir asistencia sacerdotal es la siguiente: es el paciente mismo, o su familia, quien solicita al hospital (a través del control de enfermería o del servicio de atención al paciente), que llame al sacerdote. De esta manera, el sacerdote recibe el aviso por medio del personal sanitario y puede, en colaboración con médicos y enfermeras, determinar el plan de actuación en cada caso, en función de lo que el paciente desea y necesita, y en función de su situación de aislamiento. Los capellanes de hospital contamos siempre con la inestimable colaboración de médicos y enfermeras, cuyo servicio abnegado difícilmente podemos agradecer tanto como merece.

Todo paciente recibe en el hospital los cuidados necesarios de alimentación e higiene, además de los tratamientos específicos y las pruebas que requiere su situación. Cerca de cada enfermo hay personal sanitario que, de un modo u otro, por alguna vía llega a él para proporcionarle estos cuidados y tratamientos. Por la misma vía, y con las mismas cautelas, pueden avanzar los sacerdotes y llegar de igual manera hasta el paciente.

Cabe pensar que, en algún momento, esta ayuda pudiera fallar porque el propio sacerdote cayera enfermo, o por encontrarse saturado de trabajo. Si se diera el caso, rogaría a las personas afectadas que avisasen inmediatamente al obispado para que un nuevo sacerdote sea puesto en servicio y sea reparada la atención a los pacientes.

Ruego también a quien lea estas líneas que se haga portavoz de la idea expuesta: actualmente en Zaragoza todos pueden ser atendidos, nadie se encuentra tan desamparado que no pueda contar con la cercanía de un sacerdote.

Por último, pido a los lectores que recen a la Virgen del Pilar por los capellanes de hospital, para que no caigamos “malicos” nosotros mismos, y por nuestras propias familias.

Roberto Aguado

Capellán del Hospital Universitario Miguel Servet