He pensado desde niño que el trabajo del sacerdote se parece mucho al del médico. Ahora que soy sacerdote y trabajo al lado de los médicos, la experiencia me enseña cuánto espera el enfermo del sacerdote, y qué gran bien puede proporcionar el capellán de hospital a los pacientes y a sus familias.
Jesús, médico de las almas y de los cuerpos, se acercaba a los leprosos, los tocaba y los curaba. Jesús nos enseñó la importancia de visitar a los enfermos, tarea que corresponde con especial responsabilidad a los sacerdotes, únicos que pueden impartir a los enfermos los sacramentos que Cristo nos dejó: el bautismo, la confesión y la unción de enfermos, la Confirmación y la Eucaristía, e incluso el matrimonio.
Es un derecho del paciente y de su familia disponer de la asistencia del sacerdote: para recibir los sacramentos, y también para contar con su oración, su consuelo, su compañía y su afecto. Aunque se trata de una labor siempre callada, la actual epidemia nos obliga a hablar alto y claro acerca del ejercicio de este derecho en nuestro entorno.
Puedo asegurar de primera mano que en Zaragoza, en este momento, reciben asistencia sacerdotal todos los hospitales y clínicas, grandes y pequeños, públicos y privados. No existe restricción alguna a la labor de los capellanes de hospital, salvo las cautelas comunes a todo el personal sanitario para seguir trabajando en beneficio del paciente.
Repito: hoy día en Zaragoza, todos los enfermos y sus familias pueden recibir asistencia de un sacerdote. Me refiero incluso a asistencia inmediata y urgente, en hospital o en domicilio, lo mismo de día que de noche. Hablo por igual de todo tipo de pacientes: aislados o no, infectados o no, conscientes o inconscientes, graves y leves, hospitalizados o recluidos en sus casas.
En el caso de los enfermos hospitalizados, la manera actual de recibir asistencia sacerdotal es la siguiente: es el paciente mismo, o su familia, quien solicita al hospital (a través del control de enfermería o del servicio de atención al paciente), que llame al sacerdote. De esta manera, el sacerdote recibe el aviso por medio del personal sanitario y puede, en colaboración con médicos y enfermeras, determinar el plan de actuación en cada caso, en función de lo que el paciente desea y necesita, y en función de su situación de aislamiento. Los capellanes de hospital contamos siempre con la inestimable colaboración de médicos y enfermeras, cuyo servicio abnegado difícilmente podemos agradecer tanto como merece.
Todo paciente recibe en el hospital los cuidados necesarios de alimentación e higiene, además de los tratamientos específicos y las pruebas que requiere su situación. Cerca de cada enfermo hay personal sanitario que, de un modo u otro, por alguna vía llega a él para proporcionarle estos cuidados y tratamientos. Por la misma vía, y con las mismas cautelas, pueden avanzar los sacerdotes y llegar de igual manera hasta el paciente.
Cabe pensar que, en algún momento, esta ayuda pudiera fallar porque el propio sacerdote cayera enfermo, o por encontrarse saturado de trabajo. Si se diera el caso, rogaría a las personas afectadas que avisasen inmediatamente al obispado para que un nuevo sacerdote sea puesto en servicio y sea reparada la atención a los pacientes.
Ruego también a quien lea estas líneas que se haga portavoz de la idea expuesta: actualmente en Zaragoza todos pueden ser atendidos, nadie se encuentra tan desamparado que no pueda contar con la cercanía de un sacerdote.
Por último, pido a los lectores que recen a la Virgen del Pilar por los capellanes de hospital, para que no caigamos “malicos” nosotros mismos, y por nuestras propias familias.
Roberto Aguado
Capellán del Hospital Universitario Miguel Servet