Viaje  al abismo de los demonios internos

 

La tendencia que sigue la performance, y el arte contemporáneo en general, nos recuerda los comentarios sobre la obra del Marqués de  Sade, realizados por Jules Janin en 1834: “No son más que cadáveres ensangrentados, niños arrancados de los brazos de sus madres, jóvenes degolladas al final de una orgía, copas rebosantes de sangre y vino, torturas inauditas. Se encienden calderas, se arman potros, se estrellan cráneos, se grita, se maldice, y así siempre en cada página en cada línea. ¡Qué incansable depravado!”. Casi dos siglos después, en una revista marginal, Hell awaits, el autodenomiado Lord Gothic, líder de uno de los grupos de Black Metal más provocativos, Gothic Sex, describía sus conciertos como una imagen basada de las obras de Sade: «La música en directo siempre se ha visto reforzada por un show, el actuar está basado en la dramatización de escenas irónicas sobre la religión, la perversión, la falsa moralidad, la crueldad, la hipocresía, la absurda violencia, la deformación de los seres, etc. … Nosotros hacemos una dura crítica a todos estos temas a través  de «FX-Gore» bajo una estética sadomasoquista, así pues nuestras escenificaciones se basaban en mutilaciones, asesinatos, extracción de vísceras, flagelaciones, resurrecciones, suicidios, abortos, coronaciones, castraciones, etc … por eso nuestra parte dramática es bastante fuerte y provocativa» (nº 5, nov.-dic. 1998). No es de extrañar que entre el material de escenario se encuentre una camilla, un potro de torturas o enormes cruces de hierro.

Bien es cierto que la representación artística del mal, de lo feo, de lo deforme y de lo horroroso aparece en todas las culturas. Pero sólo en la modernidad occidental estas representaciones llegan a encarnar un sentido de autoafirmación que pretende presentar como bueno la expresión de lo evidentemente malo y feo. Pedro Azara ha reflexionado sobre este tema en su obra De la fealdad en el arte moderno para llegar a concluir que: «la fealdad es consustancial a la modernidad». Muestra de ello serían las acciones de Paul McCarthy, performancer consagrado a criticar la cultura norteamericana. Sus acciones pasan por ingerir salsa de tomate, carne y salchichas crudas hasta provocarse vómitos. O bien, utiliza alimentos enlatados para simular hemorragias y eyaculaciones.

La cultura moderna ha generado el arte moderno y éste es una clara manifestación de la descomposición de las formas, de los temas, de la belleza. Con otras palabras, vivimos en una cultura que parece incapaz, o simplemente no quiere, generar lo bello a través del arte. La evidente degradación de lo artístico pertenece a un proceso que fue analizado por Karl Rosenkraz en su obra Estética de lo feo en la que describe el paso estético que va de lo sublime, como expresión de lo divino, a lo diabólico como máxima expresión de la fealdad: «Aquella negación de las relaciones de medida, esta negación de las normas físicas y convencionales tienen su fundamento sólo en la deformación, en el proceso negativo de la interioridad que en la deformación exterior no hace sino manifestar su disolución … Como cumbre de lo horrible se presentó  el mal, la libre autodestrucción del bien. El mal en cuanto diabólico se mostró como la absoluta libertad aparente que consciente niega por principio el bien y busca en vano satisfacción en el abismo de su tormento». Esta relación entre lo estético y el cosmos moral será clave para entender la evolución del arte posmoderno.

Umberto Eco, en Apocalípticos e integrados, propone varias explicaciones sobre el gusto por lo horroroso que ya asoma en el mundo occidental: «el gusto por lo horroroso aparecería como manifestación de un público hastiado de toda excitación, colmado en los propios deseos por el bienestar económico, que por eso busca la diversión en regiones más insólitas, tal como les sucede a los libertinos habituados a toda clase de placeres que andan a la caza de amores paranormales y de paraísos artificiales (y entonces el horror sería una marihuana de los pobres, sólo para entendernos) … Para una interpretación más pesimista, el gusto por el horror aparecería, pues, como una expresión de neurosis: buscar y hacer objetivo, en particulares contingencias históricas, la parte negativa de la propia personalidad, el arquetipo jungiano del demonio».

Pero la fascinación por el mal en el arte tiene consecuencias imprevistas. Como afirma Julius en su obra Transgresiones:  “La violación de tabúes o devociones se convierte en el proyecto de este tipo de arte transgresor, con distintos resultados. En sus últimas fases, se vuelve obsesivo y estéticamente pobre”. Nosotros añadiríamos que se torna insulso, rutinario y mediocre. Y es que hasta al mal nos acabamos acostumbrando. Nietzsche en Humano, demasiado humano (1886), advierte que el arte siempre que se libera de unos grilletes se acaba creando otros grilletes a los que atarse. En este caso los nuevos grilletes son la vulgaridad en todos sus sentidos.

Javier Barraycoa