Hace unos meses tuve la oportunidad de conversar con Jesús Francico Perisé, coronel de aviación retirado, que me habló extensamente del bombardeo sufrido por el templo del Pilar la noche del 3 de agosto de 1936 por la aviación republicana. Como quiera que su interpretación nos pareció muy ajustada a la realidad, le solicitamos que escribiera este recuerdo. A comienzos de marzo de este año 2004 nos ha pasado un documento manuscrito; nos limitamos en este artículo a transcribirlo. Con ello pensamos rendir tributo a la historia local, pero también universal, que no en vano la Virgen del Pilar es la patrona de España y de la Hispanidad. Algunos, en su odio hacia Ella y lo que representa –el catolicismo-, decidieron acabar con su templo y devoción. No lo consiguieron con bombas.
“No deja de ser curiosa, para muchas personas que visitan el Pilar por primera vez, la presencia de dos bombas de avión colgadas en el lateral derecho del frontal de la santa Capilla. Posiblemente, estas personas se pregunten: ¿qué hacen aquí estas bombas?
No sé si en el Pilar existe alguna persona encargada de dar respuestas convincentes del hecho provocador a tantos grupos de curiosos que, en su recorrido por el Santo Templo, se detienen a diario ante el lateral expositorio de estos artefactos destructores, tratando de indagar y conocer su historia.
Confieso que, en mis frecuentes visitas a la Virgen, a la vista de estos grupos de curiosos, más de una vez he estado tentado para acercarme a ellos y, como testigo ocasional de la acción aérea y, especialmente, como profesional militar de vuelo, tratar de darles –según mi modesta opinión- una posible explicación –digamos táctica- del desarrollo del ataque y de sus circunstancias.
Si hablamos en términos táctico-históricos, estas dos bombas, más una tercera que cayó fuera del Santo Templo, fueron lanzadas sobre el Pilar por un avión a las tres de la mañana del día 3 de agosto de 1936. España, entonces, padecía una guerra civil, desde el día 18 de julio del mismo año. El avión, a juzgar por su ruido itinerante, procedía de la llamada zona roja o republicana.
Pues bien, a dicha hora, yo –cabo de milicias- me encontraba de servicio en la explanada del cuartel del regimiento de Caballería de “Castillejos”, acompañado por un miembro de este Regimiento; estábamos hablando y cambiando impresiones de la guerra cuando, de pronto, hacia el Este, nos pareció apreciar el ruido en aumento de un avión que se nos iba aproximando; ello nos puso en estado de alerta ante el peligro que pudiera acarrear su paso por la ciudad y su posible acción ofensiva, si se trataba de un avión enemigo, como en principio sospechábamos, a juzgar por la ruta seguida de su ruido itinerante: de Este a Oeste.
Pero hagamos un pequeño paréntesis aclaratorio del ambiente. La noche del bombardeo era una noche clara por el resplandor de la luna llena que, no muy alta sobre el horizonte, la teníamos visible mirando hacia el Noreste de nuestra posición. El avión, de cuya relativa situación nos daba fe únicamente el ruido de sus motores, era invisible para nosotros hasta que su desfile frente a la luna, nos permitió verlo –en silueta- por un instante. Su proyección en la luna nos hizo concluir que el avión volaba bajo y entonces, si era enemigo, ¿con qué reacción antiaérea contábamos? Pues parece ser que nuestros medios de reacción eran más bien precarios, a quince días del comienzo de la guerra, lo cual permitía a la tripulación enemiga moverse con bastante libertad en aquella operación de ataque. Entonces guardamos un silencio espectante, temiéndonos lo peor; pero, tras un tiempo prudente, ante el silencio de la ciudad supusimos que el avión era amigo y cesamos en nuestros temores. Sin embargo, más tarde, ya en pleno día, nos enteramos del ataque y sus circunstancias que nos relataron así, más o menos:
A las tres de la mañana un avión enemigo ha bombardeado el S.T.M. de la Virgen del Pilar. De las tres bombas lanzadas sobre el Santo Templo dos han impactado en su tejado y una tercera ha caido fuera del Templo en la plaza, quedando de pie incrustada en el adoquinado del suelo. Ninguna de las tres ha hecho explosión.
¡He aquí el supuesto milagro!
¿Y ahora, después de tanto tiempo, qué consideraciones podrían aportarse para justificar la existencia de un milagro? Pues veamos.
En mi condición de testigo parcial del vuelo del avión atacante, desde “Castillejos”, podría aportar la afirmación de que el avión volaba bajo, en su ruta hacia la ciudad. De ser así, la condición táctica del bombardeo fue incorrecta. Los pilotos militares sabemos que bombas como éstas requieren una altura determinada de lanzamiento para efectuar su “armado”, es decir, que la disposición interna de los elementos que intervienen en la explosión estén libres para su acción en el instante de la percusión de la bomba sobre el objetivo. El resultado, pues, del bombardeo fue la no explosión de ninguna de las tres bombas. La caída en la plaza permanecía íntegra –como puede verse en la fotografía adjunta-. Las que impactaron en el Templo se fracturaron tras el impacto y la perforación de la bóveda. Una perforó la pechina izquierda del arco frontal de la Santa Capilla –como puede comprobarse hoy a simple vista, desde el suelo. La otra cayó sobre el coreto y la perforación es visible también en su lateral derecho.
Aún cabría añadir, como argumento del error táctico, la baja cota del ataque, lo que llamamos en bombardeo el “reguero”, es decir, la distancia entre impactos de las bombas. Marcado el impacto de la bomba en la plaza con la inscripción que puede leerse, y los dos impactos de tres bombas caídas sobre el Templo, parece ser un argumento más a favor de la sospecha del lanzamiento incorrecto, por altura insuficiente.
Por último, el milagro cabe atribuirlo a un error humano-táctico. Podríamos calificarlo de milagro cerebral. Posiblemente, la tripulación, ante la acción nocturna, que requería gran precisión, con el apoyo del resplandor de la luna y, tal vez, con la obsesión de acertar plenamente en el objetivo, descendió a una cota de vuelo que anulaba la predisposición interna de los elementos constitutivos para la explosión de las bombas en sus respectivos puntos de percusión.
De todas estas consideraciones bien podríamos llegar a la conclusión de que el Cielo, la Providencia divina y nuestra Madre la Virgen del Pilar transformaron aquella operación odiosa, en un instrumento que sirve diariamente para muchos para incrementar su fe y devoción a la Santísima Virgen.
Así pues, el “milagro de las bombas”, bien podríamos calificarlo como “milagro cerebral”.