Por el Prof. Javier Barraycoa

 

Las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) están de moda y han conseguido el beneplácito de buena parte de los ciudadanos. Mientras que en las encuestas de valoración muchas instituciones, incluso democráticas, pierden el favor de la ciudadanía, las ONGs se han convertido en las estrellas. Este fenómeno, que algunos interpretan como un «renacer ético» de nuestra sociedad, no ha sido reflexionado en toda su amplitud. El altruismo inicial de algunas de estas organizaciones ha dejado paso a la aparición de poderosas estructuras financieras especializadas en “solidaridad”. El marketing parece regir sus principios de actuación e, incluso, algunos denuncian que ha surgido el intrusismo. Cabe plantearse si una parte importante de ONGs no se estarán convirtiendo en una suerte de “multinacionales de la ética”; en unas organizaciones capaces de monopolizar y gestionar una “conciencia planetaria” a la que parece que estamos abocados a someternos. A principios de los 90, las ONGs españolas tenían un presupuesto global de 40.000 millones de pesetas, que ya entonces duplicaba el presupuesto del Vaticano. Hoy, se calcula que manejan un presupuesto anual de unos 2.000 millones de euros. Algunos analistas advierten que estamos ante un nuevo “cuarto poder”.

Causas del “boom”.

Hace 50 años, en España, sólo había una “ONG”: la Iglesia católica. Hoy, existen probablemente más de 15.000. Esta cifra puede desprenderse del estudio El tercer sector social en España (2003). Aunque los autores -dos profesores de la Universidad Complutense- reconocen que a ciencia cierta nadie puede afirmar cuántas hay. Este nuevo “movimiento social” no tiene más de 25 años y su creciente expansión -un auténtico “boom”- apenas quince. Las causas de este espectacular incremento son varias. Por un lado, muchas ONGs mantienen una clara concomitancia religiosa. De hecho, buena parte de la labor humanitaria que realizaban las instituciones y congregaciones religiosas en cuanto tales, hoy la siguen realizando pero mimetizada bajo el manto de ONGs. Por otro lado, el proceso de “despolitización” que está viviendo Occidente en los últimos 30 años, ha llevado a que las energías sociales busquen otros cauces para transformar la sociedad. El fracaso del cosmos ideológico revolucionario, con la caída del muro de Berlín, desencantó a una militancia “social”, a la par que se hundían viejas ideologías. Las ONGs que derivan de este proceso, se han convertido en el bote de salvamento sentimental de muchos desencantados con las grandes utopías políticas.

Relacionado con lo anterior, subyace en el fenómeno ONG otros aspectos sociológicos pocas veces percibidos pero fundamentales para explicar su éxito. Por un lado, la multiplicación de estas organizaciones es un hecho que se produce paralelo a la aparición de las llamadas “microideologías”. Éstas vienen a ocupar el vacío dejado por la muerte posmoderna de las grandes ideologías y por la secularización. Llegada la posmodernidad, el hombre parece encogerse ante los grandes retos y su ánimo sólo está dispuesto a volcarse en pequeños y concretos proyectos. El colaborador de una ONG, posiblemente, ya no se siente cooperador necesario para la redención de los males de la Humanidad (lógica interna de las grandes religiones y de las ideologías universalistas). Más bien, ese voluntario se sentirá llamado a solucionar un problema concreto. Así, se genera sensación de efectividad y operatividad; lo práctico se impone sobre los grandes principios vitales. Algunos sociólogos han señalado que este “pensamiento fracturado” facilita la cohabitación entre el individualismo posmoderno y la necesidad de combatirlo con dosis de “solidaridad”. Las grandes religiones e ideologías exigían demasiados sacrificios personales. Ahora, las “microideologías” permiten adaptar el individualismo a esfuerzos más localizados y menos autoexigentes. Colaborar con una “causa justa” ya no exige la conversión integral a una ideología o a una religión. Se puede ser solidario y consumista; salvar animales y comer hamburguesas; ser ecologista y tener aire acondicionado en casa.

Por otro lado, un segundo motivo sociológico que explicaría el triunfo de las ONGs lo tenemos en la crisis de legitimidad de los Estados modernos. En la modernidad el Estado nació con vocación “totalitaria”. Esto es, el Estado quiso estar presente en “todos” los ámbitos de la vida social: la economía, la educación, la sanidad, la planificación de la vida familiar y el crecimiento demográfico, el arte, la cultura, el deporte o la solidaridad interclasista. Este “totalitarismo” impuso la exigencia de la burocratización y el macroestado. La vida social y pública quedaba así circunscrita al ámbito de la representación política. Pero con el triunfo de la partitocracia (auténtica oligarquía que controla los cauces de representación y participación ciudadana), el ciudadano encuentra coartadas sus ansias de participación social. Las ONGs se nos ofrecen como una atractiva forma de participación en la vida social sin necesidad de caer en la burocratización estatalista o en la artificial partitocracia. En el fondo, su éxito significa el reconocimiento del fracaso del Estado moderno.

 

Javier Barraycoa