Probablemente Sánchez sea, es verdad, el presidente de la democracia española que con menos escrúpulos ha mentido a los españoles, y el que con más descaro les ha tomado por tontos, y miren que ya es decir. No vamos a decir el más dañino porque, si echamos la vista atrás, tiene una seria competencia, así que dejémoslo ahí. Tiene la cara de cemento armado, es indudable, y por supuesto sería deseable verle fuera cuanto antes de las instituciones y de la toma de decisiones. Ahora bien, si los argumentos para hablar mal del señor Sánchez —de su obrar político– son gruesos y abundantes, no mucha más confianza inspira el señor Feijoo, única alternativa real a ocupar el Palacio de la Moncloa. Y es que don Moderado aspira, sobre todo, a no hacer ruido, a no ser rechazado, a que las hordas progres le den su laica bendición. A don Moderado le entra el pánico ante la posibilidad de que le llamen fascista, y esto es extensible a todo el PP. Lo bueno del caso es que da igual; les siguen diciendo de todo y siguen siendo despreciados por esa izquierda supuestamente tolerante aunque, en el fondo, no son sustancialmente diferentes. No, no lo son; las diferencias entre PP y PSOE son superficiales, no profundas. ¿Qué ha hecho el PP si no ir aceptando progresivamente todas las categorías mentales de la izquierda progre? Aborto, adopción homosexual, «matrimonio homosexual», feminismo, la monserga del cambio climático, política de inmigración… La principal diferencia entre ambos es la idea de España que tiene cada uno: la gilipollez del constitucionalismo uno y no la idea, sino casi la negación, del PSOE, que considera que España es esa cosa fascista y rancia de curas, señoritos y fascistas con la que hay que acabar. En el fondo, su concepto de España está mucho más cerca de la que tienen los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos que de la del PP, y por eso se encuentran más cómodos yendo de la manita de Otegi, de Junqueras y de Puigdemont, llegado el caso, que de la de los populares. Para el PSOE ser español no es más que una formalidad.

Ahora bien, como el PP hace ya tiempo que aceptó el marco mental izquierdista y su visión de la sociedad, acabará tragando también con eso. Es cuestión de tiempo; el PP es el PSOE con dos legislaturas de retraso. Vamos camino de la III República y, como les decimos, el PP tragará. Lo hará porque son una panda de acomplejados y de cobardes, porque se ha dejado imponer las reglas del juego y, cuando aceptas esto, ya has perdido; porque su idea de España está vacía de contenido, porque se tiene que hacer perdonar los pecados políticos —cada vez le quedan menos— que ha cometido, porque en realidad nada de lo que defienden tiene valor y porque, en el fondo, su concepción práctica de la política es la misma que la de los socialistas. Es una política sin principios, sin verdad y sin bien. Es la política de la modernidad, la resultante del proceso de secularización derivado de Lutero, primero, y de la Revolución francesa después. Por decirlo más claramente: la pérdida del sentido religioso en Europa devino, necesariamente, en la suplantación de la religión por la política.

En cambio, lo de VOX es distinto. Estos, aun siendo también un producto ideológico de la modernidad, sí que no tienen perdón porque sus pecados son graves y además, los muy golfos, no parecen arrepentirse. O sea, que no sólo son unos fachas recalcitrantes, patriotas de pulsera, es decir, nacionalistas españoles, el único nacionalismo intrínsecamente perverso de la piel de toro, no como esa cosita dulce y adorable que son los nacionalismos vascos y catalán, con sus zulos, sus secuestros, sus atentados, su racismo, su exclusión social, su supremacismo, su pedantería, sus referéndums, sus contenedores quemados… No, no. Es que además osan, los muy pícaros, discutirle a la izquierda sus dogmas progres, y por ahí sí que no pasan. Ambas cosas convierten «oficialmente» a VOX en fascista. ¿Qué no es cierto? ¿Y qué? En la política actual no es cuestión de si algo es cierto o no sino de crear esa realidadLa izquierda, además, en su pretendida superioridad moral, que es la que le otorga la presunta legitimación para ser la repartidora oficial de derechos y catalogar a las personas y organizaciones como buenas o malas, se revolverá siempre contra aquel que discuta su hegemonía cultural, y lo hará porque tiene una concepción totalitaria no sólo de la política, sino de la sociedad. Por eso azuzan el odio y el miedo a VOX. Y no, no se trata de defender a este partido sino de ver la realidad de las cosas: En primer lugar, VOX es un partido que defiende el orden constitucional, no como los amiguetes de Sánchez ni sus socios de gobierno; y es VOX quien sufre constantemente la violencia de grupos de izquierda; sus carpas son atacadas, sus militantes agredidos, sus actos boicoteados. Por tanto, es esta formación la que padece el desprecio, el odio y la ira, justamente, de muchos de los que advierten sobre ellos. ¿Cabe mayor cinismo? ¿De verdad es más peligroso para la democracia Abascal que Otegi, Junqueras o Puigdemont?

Pedro Sánchez y Otegi, una de sus muletas, un demócrata pata negra

En fin, no es necesario extenderse más. El rumbo político de este país, si no nos equivocamos, va hacia la III República, una república federal paso previo a la disgregación definitiva de España en pequeñas nacioncitas egoístas . Es lo que pasa cuando uno olvida quién y qué es. Y esto no hay partido que lo arregle. Desengáñense aquellos que depositan sus esperanzas en uno u otro. Como hemos dicho otras veces es un problema de civilización.

Lo Rondinaire

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