Llevo un tiempo peleando por recuperar la memoria histórica. Claro que no es la de la famosa ley cuyo título es realmente un sainete ya que añadir al sustantivo “memoria” el adjetivo “democrático” es como poner tras la palabra “perro” el calificativo “felino”. Un perro es un canino y un gato un felino. Y una memoria (histórica) por definición no puede ser democrática ni tiránica. La memoria es el acto de recordar algo, y o se tiene o no se tiene. Y esa memoria puede atenerse a la realidad de los hechos históricos o no. Y por eso puede ser objetiva, es decir cierta, o subjetiva, o sea imaginada o irreal.

Pero en ese interés pertinaz y continuado en el tiempo de falsificar los hechos o esconderlos y dejarlos en el olvido que es lo que llamamos hoy ingeniería cognitiva, adoctrinamiento, control mental o molde cognitivo diseñado a tal o cual efecto, tan característico por ejemplo en la “Leyenda Negra” española, hemos dejado de tener conexión con el pasado y estamos en una ignorancia supina (el que lo esté) respecto a nuestro pasado colectivo. Cuando hablo de colectividad me refiero a la común histórica. Y no añadamos a los mitos y deformaciones de la realidad el añadido de “histórico”.

Por ejemplo, Euskadi no puede tener más historia que la del siglo XX en el imaginario nacionalista, porque antes de la fantasía aranista (de Sabino Arana) todo el mundo que sepa algo, con sustancia, admite que el País Vasco se llamaba “las Vascongadas”, cuyo lexema está adjetivado con el sufijo “-gadas” que es sinónimo de “-izadas” es decir, que eran provincias o territorios que fueron mestizados por la llegada de los vascones, según fuentes documentadas en el siglo VI después de Cristo. Y que los vascones lo más seguro desde el plano científico es que fueran íberos residentes de la Gascuña francesa, en la actual región de Aquitania. Y de ese topónimo procedería la palabra Vasconia por derivación fonética. Y que, en su evolución histórica se fueron conformando tres territorios con un transcurso histórico diferenciado cuya única conexión era la adscripción del territorio a las familias feudales que los controlaban, de linaje noble; y que no había, por tanto, un entramado llamémoslo institucional que diera unidad a las tres provincias que hoy conocemos, simplemente porque no había un elemento común que lo conformara.

Es decir, que no son admisibles la pitufadas históricas; y se requiere un poco de rigor y menos mentes desarmadas para desatar ese nudo conceptual que se llama Euskadi, de origen freudiano, que requiere un análisis psicoanalítico. Acabemos ya con la comedura de cocos en las escuelas, que la enseñanza está para otras cosas. iYa está bien! Difícilmente se puede construir nada desde el hachazo que se ha dado a la asignatura de la Historia separando de su cronología lo más reseñable, digno y noble que ha caracterizado a la pertenencia de los “vascos” a las obras más significativas del bajo medioevo como fueron la Reconquista cristiana, la unificación de los reinos y la magna obra de conquista y civilización de las Españas más allá del Atlántico, obra sin parangón en la historia de los pueblos y naciones. Pero a eso se le ha hecho un monumental ovillo para tirar al cubo de la basura y que nuestros escolares y bachilleres ignoren supinamente. Y quien no sabe de dónde viene, probablemente equivocará su futuro y no sabrá dónde ir; y pasará a la insignificancia. Pero unos cuantos pergeñadores de ensoñaciones se habrán lucrado convenientemente sirviendo de esbirros para la conquista de las mentes infantiles, lo cual es un atropello a los derechos de los individuos solamente comparables con las grandes fechorías que atropellaron durante el siglo XX a masas de población para amoldarlas a pretensiones nada sutiles ni democráticas por los diferentes síndromes totalitarios. Afortunadamente, cada vez hay más voces autorizadas que están cumpliendo una función impagable para que la gente pueda recomponer su idea de lo que fue la Hispanidad como generación de ideales de respeto a la dignidad humana, de mestizaje y de construcción de espacios de libertad, de paz y de desarrollo que desbaratan el artificio negrolegendario de nuestros seculares enemigos. Pero de eso no se habla ni en las “herriko tabernas” ni en los batzokis, poblados por una gente muy callada ante esta oleada de recomposición cognitiva que acerca la verdad y la realidad a las mentes de nuestros paisanos de aquí y de allá. Viene esto a cuento por este monumento en el paseo de Fray Francisco de Vitoria en la ciudad del mismo nombre en el paseo que permite su recuerdo.

Este es el estado cochambroso al que se condena a la persona más influyente en la generación del Derecho de Gentes, Francisco de Vitoria, padre de la llamada Escuela de Salamanca, lugar de encuentro de la intelectualidad más prestigiosa en aquel momento del siglo XVI en Europa.

Si no, véase lo que afirmaba James Brown Scott, anglosajón y protestante. Jurista y politólogo de reconocida autoridad en el Derecho Público Internacional:

Imagen cedida por el autor

Esta placa está tras la escultura. Lo que parece inverosímil es la indiferencia de los vitorianos y de sus próceres institucionales, haciendo como si no vieran esta declaración que pone a Francisco de Vitoria como punto de arranque de lo que hoy llamamos Derechos Humanos.

Así estamos por la ingeniería social que ha adocenado y extirpado de las mentes cualquier capacidad de análisis, pues para tener criterio se necesitan solamente y nada menos que tres cosas: sentido de pertenencia basado en una buena formación humanística que arraigue en la antropología heredada, una identidad fuerte fundamentada en el que fue y ya no es el sentido de pertenencia a un fenómeno histórico, y una cultura sólida que nazca no de tonterías y absurdos antropológicos que producen personalidades inmaduras y alargan la infancia hasta la tercera edad, sino un patriotismo consolidado y consciente edificado desde ideas claras y rigurosas que no se pueden adquirir sin inquietudes intelectuales; y … en algo más que el partido semanal de futbol.

Probablemente me lloverán los insultos y las críticas después de este artículo, pero me la trae al pairo. El que dice lo que sabe, sabe lo que dice.

 

Ernesto Ladrón de Guevara

Publicado en: La Tribuna del País Vasco

Ernesto Ladrón de Guevara